El gato del 68
No era un hombre, sino un nombre, una bandera de lucha, una editorial de combate y una librer¨ªa -mejor dicho, dos- abierta a todos los vientos y que proclamaba paladinamente que leer es una alegr¨ªa. La Joie de Lire se llamaban precisamente los dos establecimientos colocados uno frente al otro al final casi de la calle de Saint Severin, poco antes de llegar al bulevar Saint Michel. Se entraba por Saint Michel, claro est¨¢; a la izquierda estaba la librer¨ªa de literatura general, y a la derecha la de pensamiento y ciencias sociales -todo el gauchismo de la ¨¦poca- con el a?adido, en el s¨®tano, de una espl¨¦ndida secci¨®n dedicada al libro espa?ol e hispanoamericano. Maspero pasaba poco por las librer¨ªas, encomendadas al saber y paciencia de Jeanne Mercier, y anclaba sus reales en la editorial, en una plaza frente a la Sorbona. Esa misma plaza donde hasta hace unos d¨ªas estaba la estatua de Montaigne sentado, frente por frente a esa misma Sorbona, a nivel peatonal, y con los labios casi siempre pintados de rouge. Caricias estudiantiles.Al final los manoseos a Montaigne subieron de punto -le cortaron una pierna a la estatua- hasta que con ocasi¨®n de las pasadas manifestaciones estudiantiles la estatua desapareci¨®. En su z¨®calo apareci¨® una inscripci¨®n apresuradamente garrapateada: "J'ai honte. Je m'en vais" ("Me da verg¨¹enza. Me marcho"). En realidad, la alcald¨ªa de Par¨ªs hab¨ªa decidido restaurar la estatua o volver a fundirla en bronce, pues tampoco Jacques Chirac tiene un pelo de tonto.
Montaigne ha desaparecido, pero volver¨¢; como desaparec¨ªa y volv¨ªa -y sigue volviendo tras sus desapariciones- Fran?ois Maspero. Ni los entonces ministros del Interior, Raymond Marcellin, o Michel Poniatowski despu¨¦s, pudieron con ¨¦l tras m¨²ltiples multas y procesos, condenas y recursos y una constante vigilancia policial, sobre todo en aquellos mitol¨®gicos d¨ªas del mayo del 68 franc¨¦s que tanto se extendi¨® por el mundo. Ni las adversidades sentimentales, que en cierta ocasi¨®n lo pusieron al borde del suicidio. Ni siquiera los constantes robos de libros de los estudiantes que entraban a saco en sus librer¨ªas, forraban su cuerpo de libros y se iban sin pagar. Maspero no pod¨ªa perseguirlos sin negar su propia fe. Los cog¨ªa, recuperaba los libros y los soltaban. Y as¨ª, esos mismos estudiantes de casi todas las nacionalidades, que te¨®ricamente eran sus partidarios, sus lectores preferidos, se cargaron las librer¨ªas cuando Fran?ois Maspero comprob¨® reiteradamente el d¨¦ficit producido por tanto saqueo indiscriminado y arroj¨® la toalla.
Maspero editaba mucho; libros pol¨ªticos, de econom¨ªa, sociolog¨ªa y antropolog¨ªa. Lanz¨® en Francia la antipsiqui¨¢tr¨ªa, volvi¨® a los viejos anarquistas, fue la punta de lanza de los anticolonialistas, de los mao¨ªstas, y su nombre simbolizaba una e'specie de revoluci¨®n cultural que no lleg¨® a cuajar en el coraz¨®n mismo de Occidente. Jomo Kenyatta, Mao Ts¨¦-tung (as¨ª se escrib¨ªa entonces, pues ?c¨®mo decir "la pens¨¦e rnaozedong?`), Bettelheim, Nizan, el general norvietnamita, Giap, Ho Chi Minh, el Che Guevara, Frantz Fanon, Malcolm X, Daniel Guerin, Fidel Castro, Regis; Debray, Walter Benjamin y Rosa Luxemburgo. Todas las rebeld¨ªas del mundo ten¨ªan cabida en su cat¨¢logo. Las autoridades gaullistas lo persegu¨ªan, lo acosaban y lo breaban a multas, pero Maspero segu¨ªa adelante con sus grandes bigotes de gato. Pero mayo fracas¨®, los robos no cesaron, y ambas librer¨ªas cerraron sus puertas una mala vez. Desde entonces Par¨ªs ya no es el mismo.
Y los espa?oles en torno a Maspero, desde luego; primero sus colaboradores, las vendedoras Paz Guti¨¦rrez y Mar¨ªa Lluansi, o Antonio P¨¦rez, el encargado de la secci¨®n hisp¨¢nica, refugio de tantos y tantos espa?olitos en busca de la revoluci¨®n perdida, de la informaci¨®n o de la ayuda, pero que en realidad era -y es- un esteta bibli¨®filo y actual editor de libros de arte. Paz tiene en Madrid una librer¨ªa escolar, frente al Liceo Franc¨¦s, y Mar¨ªa se desvaneci¨® por los campos gerundenses con su marido, Alejo, y su hija una vez que Alejo abandonara tambi¨¦n su trabajo en la editorial Ruedo Ib¨¦rico. El ya desaparecido Jos¨¦ Mart¨ªnez, fundador y director de esta ¨²ltima editorial, tambi¨¦n estaba siempre al lado. Y los Antonio Saura, Manolo Millares (entonces vivo), Raimon, Juan Mars¨¦ o los contertulios de Garc¨ªa Calvo en La Boule d'Or, y tantos otros que pasaban por La Joie de Lire siempre que pod¨ªan. No fue un editor de literatura -?y el Romancero de la guerra espa?ola?-, y ahora vuelve como escritor de sus recuerdos infantiles y con la sonrisa del gato -y sus bigotes- en la boca.
Babelia
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