Yo lo he visto
Yo he visto este mundo. Como buen yuppie que soy, tambi¨¦n met¨ª la punta de mi pie en sus aguas g¨¦lidas el s¨¢bado por la noche o el domingo por la ma?ana, cuando una necesidad de bailar se apoderaba de m¨ª como una picaz¨®n. Cuando estudiaba en la Universidad era amigo de dos chicas que llegaron a ser amantes y que iban por la universidad llevando cada una un collar para perros en el cuello, unidos por una cadena. Recuerdo que un d¨ªa me llevaron a tomar el t¨¦ a casa de la madre de una de ellas, en un gran edificio de piedra entre la Sesenta y la Setenta Este, en la misma manzana en que viv¨ªa Nixon. Avanzaron por el sal¨®n con aire desafiante, haciendo de su entrada en ¨¦l una afrenta calculada, mientras yo las segu¨ªa d¨®cilmente y la madre hac¨ªa de todo para no darse cuenta del pelo te?ido de rubio clar¨ªsimo de su hija ni del doble anillo que llevaba en la nariz (se hab¨ªa agujereado la nariz en el ba?o) y se ofrec¨ªa a tomar mi chaqueta. "?C¨®mo van tus estudios, querida?", pregunt¨® la madre, y todo el rato se esforz¨® denodadamente en llamar a su hija Max, como entonces ella quer¨ªa que se la llamase (su verdadero nombre era Elizabeth).Un a?o m¨¢s tarde, en Nueva York, volv¨ªa a casa de una fiesta en compa?¨ªa de una estudiante de la universidad de Nueva York y de su amigo, un muchacho acicalado como Boy George, rimmel en los ojos, pelos terrificantes y carm¨ªn. Iban a robar los bonos de comida de la hermana del muchacho para comprar algo de comer. Y cuando les manifest¨¦ mi asombro porque los acomodados padres de la chica no le mandaran suficiente dinero para comer, ella dijo con igual realismo: "Me mandan un mont¨®n de dinero, pero yo me lo gasto todo en drogas y alcohol".
Era un s¨¢bado por la noche e ¨ªbamos a un dress-party (cada cual deb¨ªa llevar un vestido especial), a una fiesta de trascendencia sexual, a una fiesta en favor del Centro de la Mujer, en favor del Grupo Literario Marxista, en favor de la Liga contra el Apartheid. Mis amigos no participaban activamente en estas organizaciones, s¨®lo d¨¢bamos nuestro apoyo organizando fiestas. En los d¨ªas precedentes nos intercambi¨¢bamos discos, y trabajando con el est¨¦reo compet¨ªamos confeccionando la cinta m¨¢s bonita para bailar que jam¨¢s se hubiera o¨ªdo, la que habr¨ªa derribado a los bailarines al suelo en un mont¨®n orgi¨¢stico.
Creo que las canciones favoritas de ese a?o eran Dancing with my self de Billy Idol y I wanna be sedated de los Ramones. Una amiga m¨ªa fot¨®grafa iba conmigo a todas las fiestas y sacaba fotos al azar en la oscuridad palpitante como Richard Misrach, que era famiso por sus fotos disparadas a ciegas en la oscura jungla hawaiana. La presencia de Jenny en las fiestas lleg¨® a convertirse en una broma. Pod¨ªas estar seguro de verte, unos d¨ªas m¨¢s tarde, colocado o borracho, o mientras vomitabas, o meti¨¦ndote mano con alguien al que no reconoc¨ªas en un div¨¢n que no consegu¨ªas recordar. En la foto los cuerpos aparec¨ªan inm¨®viles a mitad del vuelo, las cabezas temblorosas rodeadas de halos brillantes de luz y de sudor, y la ropa levantada descubr¨ªa para siempre peque?os trozos de piel blanca. Hab¨ªa en ellas algo como un cierto ¨¦xtasis. Pero cuando hoy veo esas fotos, pienso: "estaba loco".
Igual que nuestros hermanos y hermanas mayores, nuestra generaci¨®n pertenece al gimnasio. Nada les molesta mientras haces flexiones o nadas o corres, ni siquiera el intrigante subconsciente que tend¨ªa a desbaratar todos los esfuerzos de las generaciones de los a?os setenta por una mejora psicol¨®gica del s¨ª. Los m¨²sculos nos parecen una manifestaci¨®n de voluntad pura.
Al contrario que nuestros hermanos y hermanas. mayores, el hecho de que no sotros creamos en la salud no significa que no creamos en el futuro. El mismo joven brillante que lucha por la inmorta lidad fisica da al mismo tiempo por descontada la inminencia de su aniquilamiento. En un refer¨¦ndum celebrado en la Brow University el pasado mes de ocTubre, los estudiantes votaron para dotar a la enfermer¨ªa de p¨ªldoras de veneno, de modo que en el caso de una cast¨¢strofe nuclear pudieran suicidarse en lugar de morir a causa de las radiaciones. Como si el desastre nuclear, m¨¢s que representar una amenaza remota, fuera una dura realidad con la que medirse inmediatamente. Recuerdo la descripci¨®n que Grace Paley hace en su cuento Amigos de un chico de 18 a?os: "Sus amigos tienen un libro que dice que una persona, si se alimenta adecuadamente, podr¨ªa vivir eternamente... ?l tambi¨¦n cree que la raza humana, su cerebro, su bello aspecto, acabar¨¢n en esta ¨¦poca".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.