Nacimiento, esplendor y ocaso de la ciudad de los sue?os
Un barrio de Los ?ngeles llamado Hollywood languidece sobre un pasado esplendoroso
Varios especuladores se disputan la paternidad del invento, aunque en todos los casos la historia parece ser la misma. A finales del siglo pasado, una granja agr¨ªcola que albergaba fundamentalmente naranjos y limoneros se interpon¨ªa entre el viejo pueblo de Los ?ngeles y el vecino puerto de San Pedro. La finca pertenec¨ªa a Horace Henderson y su esposa, una pareja de prohibicionistas procedentes del Estado de Kansas. Poco imaginaban aquellos puritanos que, al poco tiempo, su rec¨®ndito lugar ser¨ªa conocido en todo el mundo como el ep¨ªtome de la lujuria, el desenfreno y la decadencia moral de Occidente.Los siguientes protagonistas son un corredor de fincas, Hervey Wilcox, y un empresario inmobiliario, H. J. Whitley, en cuyas manos cay¨® la propiedad. En 1905, cuando no m¨¢s de 2.000 habitantes poblaban Hollywood, los especuladores parcelaron la finca de los Henderson para convertirla en una id¨ªlica zona residencial y redactaron la siguiente publicidad: "La ciudad de las casitas, a seis millas del centro comercial de Los ?ngeles y a 12 del oceano Pac¨ªfico". No hac¨ªa m¨¢s de 30 a?os que el ferrocarril hab¨ªa llegado a Los ?ngeles, acercando la California del Sur a la civilizaci¨®n, ya que hasta entonces tan s¨®lo se pod¨ªa llegar por tierra, cruzando el desierto de Mojave, o en barco, dando la vuelta por el cabo de Hornos o atravesando la selva paname?a.
Dos a?os despu¨¦s, a finales de 1907, cuando el cine estaba en sus primeros balbuceos, la compa?¨ªa Selig, de Chicago, envi¨® a un grupo de c¨®micos y a varios t¨¦cnicos del nuevo arte a que finalizaran la primera versi¨®n de El conde de Montecristo, dado que en el fr¨ªo Norte la llegada del invierno les hab¨ªa impedido completar su trabajo. Una vez all¨ª, los integrantes del equipo decidieron realizar otra pel¨ªcula, The heart of a race tout, que ha entrado en los anales como el primer filme realizado completamente en Los ?ngeles.
Sin embargo, para la industria cinematogr¨¢fica de Hollywood, el d¨ªa de su fundaci¨®n se sit¨²a a finales de 1913. Aquel a?o, Jesse Lasky, Samuel Goldwyn y Cecil B. de Mille fundaron una compa?¨ªa para producir cine. En el mes de octubre, De Mille dirige su primera pel¨ªcula en unos hangares situados en la esquina de la calle de Vine con la avenida Selma. Cuando su socio Lasky llega de Nueva York para visitar el set, el taxista que le lleva desde el hotel no sabe d¨®nde est¨¢ Hollywood.
Una d¨¦cada despu¨¦s la industria del cine en Hollywood est¨¢ ya funcionado a toda m¨¢quina, y en la d¨¦cada de los a?os treinta, cuando el pa¨ªs se halla sumido en la m¨¢s negra depresi¨®n, Hollywood se ha convertido ya en el centro del mundo, en sin¨®nimo de lujo, dinero, sofisticaci¨®n y otros calificativos menos edificantes.
Es la ¨¦poca dorada. Los estudios cinematogr¨¢ficos controlan Hollywood y sus habitantes. El dinero llueve por todas partes. El apogeo de la industria del entretenimiento atrae a cientos de miles de ciudadanos norteamericanos, que empiezan a asimilar a la dorada California del Sur con el sue?o americano. All¨ª todo parece posible, o, por lo menos, desde la negrura de la gran depresi¨®n, el brillo del ¨¦xito atrae con un magnetismo irresistible.
El esplendor parece eterno; de hecho, dura casi tres d¨¦cadas y es de todos conocido. Las enormes casas, rodeadas de verde c¨¦sped que recortan fuentes y piscinas y sobre el que se posan los autom¨®viles m¨¢s sofisticados. Las grandes estrellas de la pantalla, vistas desde todos los ¨¢ngulos posibles. La imagen de una cultura que se reparte por todo el planeta como una m¨¢quina de propaganda arrolladora.
El declive
Sin embargo, los a?os sesenta marcan el inicio del declive. El viejo barrio empieza a perder el atractivo. La naciente industria de la televisi¨®n ya no necesita la fachada publicitaria del entorno, puesto que entra directamente en todas las casas. Los grandes estudios empiezan a abandonar Hollywood.Las fr¨¢giles construcciones de madera se estropean sin que nadie las repare. S¨®lo la Paramount, el m¨¢s peque?o de los grandes estudios, mantiene sus reales en la avenida de Melrose; los dem¨¢s buscan otros lugares. Rodar en Hollywood ya no es imprescindible; las nuevas t¨¦cnicas y la moda de rodar en exteriores y, de paso, escapar de las condiciones leoninas de los sindicatos profesionales que controlan la industria, empujan a los productores a abandonar el viejo barrio.
Cuando el deterioro ya es visible y las estad¨ªsticas del crimen ya marcan en rojo el lugar, al barrio empiezan a llegar los menos privilegiados. Inmigrantes mexicanos de primera generaci¨®n, chinos, coreanos... Hollywood ya es s¨®lo una imagen de marca que no se corresponde a un territorio. Finalmente, cuando las famosas letras gigantes de la colina empiezan a caerse, las autoridades reaccionan y deciden restaurarlas.
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