Rafael Ortega, el maestro del toreo puro que no pudo llegar a figura
Va por Madrid tiritando de fr¨ªo, las solapas del abrigo levantadas hasta casi taparle aquel pelo que fue rubio y hoy es blanco como la nieve que cae en alborotados copos, y lo mismo se le ve torero. Fue torero en la plaza y es torero en el asfalto. Desde que Rafael Ortega, el diestro de la Isla, se hizo matador, ya con 28 a?os, por la d¨¦cada de los cincuenta, se le consider¨® maestro en tauromaquia. Nadie desde entonces ha toreado con mayor pureza. Y sin embargo, nunca pudo llegar a figura, de esas que mandan en el toreo, exigen honorarios fabulosos, imponen ganader¨ªas, determinan los compa?eros de terna.
Posiblemente, aunque figura, tampoco lo hubiera hecho, porque Rafael Ortega era entonces, como lo es ahora a sus 65 a?os, un hombre sencillo, recto y conciliador. Lo suyo era torear, y fuera de la plaza, un padre de familia hogare?o, que cuando sal¨ªa de casa era para acudir a los tentaderos o a distraerse con la caza. Le faltaron relaciones p¨²blicas y le falt¨® literatura. No tuvo un Hemingway, como Antonio Ord¨®?ez, que novelara sus andanzas, ni un Felipe Sassone, como Antonio Bienvenida, que le hiciera la cr¨®nica de sus gestas.En una ¨¦poca donde se enriquec¨ªan los tremendistas con el litrazo o el pase del fusil y estaba de moda torear de espaldas -qu¨¦ barbaridad-, en una ¨¦poca precursora del salto de la rana, que se ve¨ªa venir y lleg¨® enseguida, un diestro como el de la Isla, que toreaba con pureza y fragante genlalidad interpretativa, era un tesoro inapreciable para revalorizar el toreo y robustecer el negocio empresarial. Sin embargo el negocio lo dominaba un monopolio donde Ortega no pod¨ªa cuadrar, pues al toro le ligar¨ªa naturales arremataos, pero en los despachos no sab¨ªa dar ni un pase.
Luchar contra las injusticias
Uno de los monopolistas le propuso en cierta ocasi¨®n que toreara en Santander, y Ortega pag¨® cara su osad¨ªa de rechazar la oferta, pues le cerr¨® sus plazas, que eran un mont¨®n, y los dem¨¢s exclusivistas le marginaron. Rafael Ortega mira de frente, con una limpia mirada azul, y a¨²n hoy, m¨¢s de 20 a?os despu¨¦s, se le enturbia cuando recuerda aquellos a?os dif¨ªciles. "Sufr¨ª mucho. Los contratos no se correspond¨ªan con el buen toreo que estaba haciendo y con el las cornadas, que las tuve muy fuertes. No merec¨ªa la pena luchar contra tanta injusticia, y el a?o 1960 decid¨ª retirarme".Los aficionados de toda Espa?a, no obstante, testigos de sus actuaciones memorables, ya le hab¨ªan proclamado maestro. Estuvo cumbre en Madrid, donde le tiraron un gigantesco as de espadas, firmado por m¨¢s de 200 personalidades, entre ellas toreros, que reconoc¨ªan su liderazgo como estoqueador, e intelectuales, que a firmar siempre se apuntan. Y fue de clamor su ¨¦xito con un Miura en Sevilla. A Rafael Ortega a¨²n le conmueve recordarlo: "Despu¨¦s de torearlo a gusto, cuadr¨¦ en los medios, le adelant¨¦ el trapo a las pezu?as, hice el cruce y le hund¨ª el estoque por el hoyo de las agujas. El Miura sali¨® muerto de los vuelos de la muleta, y la Maestranza era un delirio. Ped¨ªan el rabo. Mir¨¦ al palco, por ver si lo conced¨ªa, y result¨® que el presidente lo estaba pidiendo tambi¨¦n, pues agitaba su pa?uelo con tanto entusiasmo como el resto de la gente. A nadie le ha pasado una cosa as¨ª".
A los toreros les pasan cosas sorprendentes. Otra de ellas le ocurri¨® a Ortega en el coso de C¨¢diz: "Al acabar el pase¨ªllo me cay¨® encima el broncazo mayor que haya tenido jam¨¢s. Yo dec¨ªa: pero ?qu¨¦ pasa?, ?qu¨¦ he hecho? Resulta que el mozo de espadas hab¨ªa brindado mi capote de paseo al presidente del club de f¨²tbol de San Fernando, que entonces ten¨ªa una competencia tremenda con el de C¨¢diz, y a la gente le sent¨® fatal. No me lo perdonaron en toda la tarde".
Reapareci¨® en 1966, y el d¨ªa del Corpus de 1967, en Las Ventas, le hizo a un toro de Higuero una de las faenas m¨¢s grandes que se hayan visto jam¨¢s en esta plaza. El p¨²blico saltaba de sus asientos y rug¨ªa iol¨¦s! profundos a cada muletazo del maestro de San Fernando, que los ejecutaba y ligaba con una hondura y una naturalidad impresionantes. Aquella faena constituy¨® una aut¨¦ntica revelaci¨®n para los aficionados j¨®venes; para la fiesta pudo suponer el resurgimiento de sus valores m¨¢s nobles, y para el art¨ªfice, la asunci¨®n del mando del toreo. Pero nada de eso pudo ocurrir, pues Curro Romero, que interven¨ªa en el toro siguiente, se neg¨® a lidiarlo, y ¨¦sa fue otra conmoci¨®n. La corrida, que debi¨® pasar a la historia por la faena de Ortega, se hizo famosa por el esc¨¢ndalo de Curro.
"A m¨ª me hizo polvo", reconoce el maestro, "pues al d¨ªa siguiente las cr¨®nicas dec¨ªan, s¨ª, que estuve muy bien, pero el es pacio principal lo dedicaban los peri¨®dicos a lo otro, incluso las portadas. Cuando Curro deter min¨® que no sal¨ªa a torear, inten t¨¦ animarle, y le aconsejaba: 'Pero si el toro es uno de tantos, hombre; anda, sal, que yo voy contigo y ver¨¢s c¨®mo no pasa n¨¢'. Y ¨¦l me dec¨ªa: 'T¨² no me quieres bien, Rafa¨¦, t¨² no me quieres bien".
Ahora lo recuerda y se r¨ªe Rafael Ortega. No cabe duda de que Curro Romero le cae en gracia, a pesar de que en aquella ocasi¨®n le hizo polvo. Pero, simpat¨ªas aparte, sus diestros preferidos son Pepe Luis V¨¢zquez, Domingo Ortega, Antonio Ord¨®?ez, "porque esos sab¨ªan hacer el toreo verdadero".
"El toreo es dominar al toro", define Ortega, y desarrolla su teor¨ªa: "Los toros tienen querencias, donde mandan, y si el torero sabe conocerlas y sacarlos de ellas, ser¨¢ ¨¦l quien mande en el ruedo. Despu¨¦s el cite tiene su distancia y ha de hacerse siempre adelantando el trapo para que el toro venga ya enganchao, humillando, y en ese momento hay que cargar la suerte, llevarlo largo, con la muleta muy baja, al objeto de que el pase salga arrematao. Hoy muy pocos torean as¨ª. Una figura actual dijo en un coloquio que las faenas han de ser de 80 pases, y yo respond¨ª que estaba equivocado, que cuando se da una docena de pases arremataos, el toro queda tan sometido que no admite m¨¢s, y el p¨²blico se siente satisfecho. Ahora bien, si se trata de medios pases, pues bueno, pueden estar toda la tarde d¨¢ndolos".
"?Usted no se ha fijado", pregunta Ortega, "en que casi todos descargan la suerte, citan a zapatillazos y no acaban nunca de pegar pases?". Y ¨¦l mismo responde: "Pues eso no es torear. El que pega zapatillazos regatea; el que no adelanta la muleta ejecuta la mitad de la suerte, y seguir pegando pases cuando la faena ya est¨¢ hecha es enredar y aburrir"
Ortega va a explicar en Madrid "el toreo puro", dentro del ciclo de conferencias de Los de Jos¨¦ y Juan, y para los aficionados m¨¢s j¨®venes volver¨¢ a ser una revelaci¨®n. Ya lo es para unos 70 aprendices de torero a quienes ense?a esta ciencia en la Escuela Taurina de C¨¢diz, que dirige. Naturalmente, tambi¨¦n les ense?a el volapi¨¦, suerte suprema, de la que es el m¨¢s depurado estilista que haya existido en los ¨²ltimos 50 a?os. De su arte con el estoque hizo fama; tanta, que lleg¨® a empalidecer su pureza con el capote y con la muleta. Pero, con ser gran estoqueador, Rafael Ortega toreaba mejor que mataba. ?l mismo lo cree as¨ª; de tal manera, que del toreo se pasa hablando la tarde entera, y del volapi¨¦, un ratito.
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