Melilla y los test¨ªculos del drag¨®n
Cuando hace 20 a?os la duquesa de Medina Sidonia vino a mi parisiense retiro vestida de trapillo, empotrada en remendados vaqueros y fumando tabaco cucarachero, llam¨® la atenci¨®n del grupo de espa?olas endomingadas que la contemplaron desde la porter¨ªa. Aquella apuesta mujer inimitable me habl¨® de huelguistas en cruz y en cuadro y no de la ciudad en que nac¨ª. Y, sin embargo, hac¨ªa cinco siglos que uno de sus antepasados, por su cuenta y riesgo, mand¨® tomar Melilla sin alborot¨¢rsele el flequillo.El 17 de septiembre de 1497 don Pedro de Estopi?an puso pie en una Melilla a cure?a rasa, sin habitantes, ni defensores ni perros que ladraran. Esta invasi¨®n no requiri¨® ni choque, ni refriega, ni escaramuza, de tal manera que el 11 de marzo de 1913 el rey. Alfonso XIII perplejo a la hora de calificar el hecho, lo defini¨® como "la expedici¨®n que dio como resultado la conquista de la plaza".
Los duques de Medina Sidonia hab¨ªan galanteado durante la Reconquista con los reyes musulmanes norteafricanos poni¨¦ndose a menudo a sus ¨®rdenes y a su servicio. Para conservar memoria de aquella ¨¦pocas de fructuosa colaboraci¨®n, el escudo de la casa (que para derramar doctrina es al mismo tiempo, y desde 1913, el de Melilla) luce una achicharrante figura ganada a pulso: un drag¨®n. Este animalazo plantado con un espada en la garganta en la base del escudo se lo don¨® a sus mercenarios el rey de Fez para premiar la intrepidez de un Medina Sidonia (don Alonso Guzm¨¢n) ante un espantoso monstruo devorador de leones que aterrorizaba a los habitanes de la regi¨®n. Don Alonso, tras apagarle los fuegos al drag¨®n de una estocada de pu?o que le atraves¨® las entra?as, le cort¨® la lengua. Su retorno triunfal a Fez, lengua en mano y le¨®n por escolta cual chucho faldero, fue digno de todas las leyendas.
A partir de 1382, en los mapas y portulanos mallorquines se designa por Melilla a la ciudad que los fenicios y romanos llamaron Rusadir. Alonso de Barrantes, cronista de los Medina Sidonia, asegura que "Melilla suena en lengua ar¨¢biga como discordia, y se le puso ansi nombre por las continuas discordias que los moros de los reinos de Fez y Tremecen ten¨ªan sobre cuyos t¨¦rminos ca¨ªa". Melilla estaba asentada en la mism¨ªsima raya que separaba los dos reinos, y por su posesi¨®n combatieron tan encarnizadamente los reyes de Fez y Tremecen que los habitantes desmantelaron la ciudad y huyeron. De manera que la cabalgada de los Medina Sidonia fue en verdad una n¨ªvea incursi¨®n en la tierra sin nadie de los Pedro P¨¢ramo marroqu¨ªes, una mansa correr¨ªa en la ghost town de un fantasmag¨®rico imperio hacia Dios.
En 1498, en el primer asiento concluido en Alcal¨¢ de Henares sobre Melilla, se determinaron las cargas y obligaciones de los duques y del Rey de Espa?a: el gobernador de la plaza lo nombraba la casa ducal, mientras que la Corona designaba al veedor con el t¨ªtulo de "comisario de guerra de los ej¨¦rcitos de su majestad". Esta administraci¨®n al alim¨®n entr¨® en liza, pis¨¢ndo se los talones y provocando un constante rosario de conflictos. En 1533 el veedor Hernando de Bustillo comenta: "Hace tres a?os que he pedido al duque que los gobernadores no tengan la carga de la justicia".
M¨¢s de medio siglo despu¨¦s de la conquista la totalidad de la poblaci¨®n de Melilla era tan s¨®lo de 200 civiles, as¨ª distribuidos: "Diez gastadores de obras [es decir, picapedreros y alba?iles], 20 esclavos, 100 chicos y chicas 60 mujeres y 10 herradas [rameras] ". En la misma ¨¦poca, Valladolid cuenta con 38.100 habitantes; Baeza, con 14.265, y Medina del Campo, con 20.680.
Los 300 soldados que defend¨ªan la ciudad hubieran debido recibir 13 maraved¨ªes por d¨ªa y seis raciones de trigo, "pero nunca se les pag¨® a tiempo, cuando esto se hizo. Por ello el Ej¨¦rcito conoci¨® la sangr¨ªa suelta de la deserci¨®n y los fogonazos aparatosos de la conversi¨®n".
Juan de Castro escribe en 1550: "Cada d¨ªa se van soldados a tomar moros". Un a?o despu¨¦s y casi con las mismas palabras, Verdugo y Cazalla asegura: "En lo que toca a Melilla no tenemos m¨¢s que decir sino que cada d¨ªa se van soldados a tornar moros". Francisco de Medina, en 1553, escribe: "Luis Manrique se ha ido a los moros y nos llev¨® un caballo que nos hace m¨¢s falta que su persona".
Los dos sacerdotes con que sol¨ªa contar la ciudad no fueron dechados de virtudes, ni conquistaron el cielo en honor de santidad. "El cl¨¦rigo que es rechazado", escribe el gobernador, "se emborrachaba", y el veedor reconoce que "el cl¨¦rigo no tiene mujer, pero es hombre y celebra cada d¨ªa sin confesarse ocho meses ha".
El hospital se compon¨ªa de 10 parihuelas, dos enfermeros y dos habitaciones sin alimentos ni medicinas. Por ello, pronto el nosocomio "lo embarazaron los bastimentos del duque y no tiene Melilla donde los enfermos y heridos se, recojan". Poco a poco aquel hospital de primera sangre cur¨® de pellejo para transustanciarse en galera de incurables.
Hab¨ªa muy pocos caballos y menos le?a en la plaza, e ir a buscarla era "tomarse muy gran riesgo", pues, "el trabajo de le?a es una verdadera expedici¨®n", ya que "hay que volver las espaldas a los enemigos moros, y por esta causa nos han escalabrado", pues en "la ciudad no hay ¨¢rbol, ni prende aunque lo pongas". Tampoco hab¨ªa agua potable, por lo que hab¨ªa que traerla desde M¨¢laga. Melilla depend¨ªa para el abastecimiento de las carabelas que llegaban cuando pod¨ªan" y que a menudo eran capturadas por piratas o corsarios o que naufragaban a causa de las tormentas del Mediterr¨¢neo. La falta de alimentos provoc¨® tragedias sin fin: "No tenemos otra cosa que comer sino pan", "los soldados que enferman se mueren de hambre".
Cada lunes y cada martes y a cada trique se suscitaban conflictos y marimorenas con los reinos musulmanes vecinos: "Los moros nos corren muy a menudo". En 1564 un grupo de habitantes de la regi¨®n, acaudillados por el morabita Sidi Ahmed Buhalaza, intent¨® sin ¨¦xito la reconquista de Melilla, a la saz¨®n defendida por el campeador Pedro Venegas de C¨®rdoba, que escup¨ªa por el colmillo.
Algunos rebeldes de la zona en conflicto con las autoridades musulmanas se refugiaron en Melilla, como Muley Amar, rey del Dugudu. Pero este asilo pol¨ªtico encog¨ªa el ombligo al mism¨ªsimo gobernador: "Moros es mucha congoja tenerlos en Melilla... especialmente ¨¦ste, que tan bien sabe estos rincones".
Durante el siglo XVI, Melilla, a trancas y barrancas, alcanz¨® en d¨ªas sus primeros 100 a?os de presencia espa?ola. Seg¨²n declar¨® en la carta a Maximiliano de Austria el 11 de septiembre de 1550, Carlos V era partidario de retirarse de Melilla dej¨¢ndola en las astas del toro, ya que la plaza da m¨¢s gastos que provecho".
Melilla, montada a caballo de Rueda Fortuna, ¨¦rase que se era, vivi¨® durante aquel siglo por vez primera el eterno cuento de nunca acabar de la historia...
Los Medina Sidonia, mirando las cosas con anteojos de larga vista y presintiendo que su escudo en el siglo XX ser¨ªa el de Melilla, le colocaron un faj¨ªn en banderola con una leyenda que dice: "Praeferre patriam liberis parentem decet", y para mayor abundamiento instalaron en la cresta del escudo, como cromo de tebeo, un Guzm¨¢n el Bueno vestido de guerrero del antifaz instalado en un castillo en el aire de juguete lanzando el famoso pu?al a los carceleros de su hijo.
Probablemente, los Medina Sidonia no hubieran nunca pensado conquistar Melilla si no hubiera existido aquel majo y valeroso antepasado con pelos en el coraz¨®n que en tierras de Dugudu y en presencia de un le¨®n le dijo, a la heroica, a un espeluznante monstruo: "?Dragoncitos a m¨ª!".
El duque cort¨® la lengua del drag¨®n. Si le hubiera cortado la bolsa, el castrado animal no hubiera podido exclamar, llorando l¨¢grimas de sangre, como el fil¨®sofo griego: "All¨ª donde est¨¢n mis test¨ªculos est¨¢ mi patria".
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