Del conflicto al psicoan¨¢lisis
HAC?A TIEMPO que no se conoc¨ªa una oleada de conflictos sociales como la actual: agricultores, m¨¦dicos, estudiantes, metal¨²rgicos y trabajadores de la construcci¨®n han salido a la calle o se han declarado en huelga a lo largo de las ¨²ltimas semanas para defender sus reivindicaciones. Comisiones Obreras ha anunciado adem¨¢s su intenci¨®n de convocar una huelga general para dentro de unos d¨ªas. La primera reacci¨®n oficial ante esta situaci¨®n ha sido negarla, acusando de "catastrofismo informativo" a los medios de comunicaci¨®n que no se encuentran bajo el control directo o indirecto del poder ejecutivo. Pero la realidad es terca y las decenas de miles de personas que cada d¨ªa interrumpen su trabajo para hacer avanzar sus reivindicaciones desmienten la teor¨ªa de que tan s¨®lo se trata de una tempestad en un vaso de agua.Las ra¨ªces inmediatas de los problemas actuales no son de ¨ªndole estrictamente econ¨®mica. Fueron los estudiantes los que iniciaron el movimiento reivindicativo, y sus peticiones no reflejaban otra cosa que la angustia y el desasosiego que produce un sistema de formaci¨®n de dudosa calidad, con una amplia perspectiva de paro al final de los estudios. Despu¨¦s han sido los m¨¦dicos, los mineros, los comerciantes y los agricultores quienes han salido a la calle. Se trata de colectivos muy dispares, a los que s¨®lo une el rechazo de una situaci¨®n que consideran, con raz¨®n o sin ella, lesiva para sus intereses.
La pol¨ªtica econ¨®mica ha desempe?ado un papel importante como catalizadora de las reivindicaciones. La falta de acuerdo social ha movilizado a los sindicatos contra la pol¨ªtica salarial del Gobierno, y en particular contra el 5% de aumento recomendado para este a?o. Los argumentos en el sentido de que los asalariados perdieron poder adquisitivo el a?o pasado no tienen base estad¨ªstica. Seg¨²n una reciente estimaci¨®n del Instituto Nacional de Estad¨ªstica (INE), el consumo privado aument¨® el pasado a?o m¨¢s de un 3% en t¨¦rminos reales, al tiempo que creci¨® el ahorro privado.
Dicho de otra manera, las rentas reales de los asalariados progresaron lo suficiente como para permitir ambas cosas a la vez. La austeridad fue, pues, s¨®lo relativa, o al menos se produjo de forma discriminatoria: no todos la sufrieron, ni todos por igual. Ni necesariamente la han sufrido m¨¢s quienes m¨¢s protestan.
Pero existe tambi¨¦n una evidente dimensi¨®n pol¨ªtica en lo que est¨¢ pasando. La convergencia mas o menos puntual entre sectores de la derecha conservadora (cuyo ¨²nico programa es el que proclama que cuanto peor, mejor) y el corporativismo m¨¢s reaccionario, por una parte, y el radicalismo juvenil o sindical, por otra, con ser un dato importante de la situaci¨®n, ni es algo nuevo ni basta para explicarlo todo. Llama la atenci¨®n el hecho de que esta irrupci¨®n de la conflictividad, en parte orientada a desestabilizar al Gobierno, se produzca a apenas nueve meses de distancia de unas elecciones generales que revalidaron la mayor¨ªa absoluta de los socialistas.
Tampoco es un fen¨®meno nuevo. En 1977, el rad¨ªcalismo social de aquella primavera fue compatible co n el voto abrumadoramente mayoritario a opciones moderadas en las elecciones de junio. Lo verdaderamente novedoso es la ausencia de alternativas, a derecha y a izquierda, al partido gobernante, lo que hace que las contradicciones sociales y pol¨ªticas tiendan a expresarse en clave de contestaci¨®n callejera y de impugnaci¨®n frontal contra el Gobierno, ¨²nico interlocutor posible. El tel¨®n de fondo de las inminentes elecciones municipales contribuye adem¨¢s en algunos casos a arrojar tintes electoralistas en la utilizaci¨®n que de la protesta se hace desde determinados partidos.
La rabieta de los gobenantes
El Gobierno ha reaccionado con desconcierto. Tal vez la expresi¨®n m¨¢xima de ese sentimiento fuera la queja del presidente Felipe Gonz¨¢lez, en el debate sobre el estado de la naci¨®n, a prop¨®sito del desproporcionado incremento de las demandas sociales que se deriva de cada iniciativa reformista de su Gabinete. Pero tan cierto es que ello ocurre como que es inevitable que as¨ª sea.
El presidente puso un ejemplo: antes, vino a decir, las loter¨ªas se adjudicaban a dedo y nadie protestaba. Ha bastado que se produzcan algunos fallos con el nuevo sistema de asignaci¨®n para que quienes antes callaban acusen a los socialistas de nepotismo sistem¨¢tico. Determinadas protestas y movilizaciones -como las del campo o las de los trabajadores de empresas en crisis que se acogieron a los Fondos de Promoci¨®n- ilustran esta situaci¨®n.
Pero no debiera maravillarse Felipe Gonz¨¢lez por eso. Ning¨²n Gobierno puede ignorar, si quiere sobrevivir, las demandas crecientes que, en una sociedad desigual, suscitan las expectativas abiertas por las reformas que el propio Gobierno impulsa. Gobernar es elegir, en un marco de recursos limitados, entre opciones alternativas. Ello implica asumir riesgos, pero para que los asuman son votados los pol¨ªticos.
La distancia entre unas demandas en progresi¨®n geom¨¦trica y una capacidad limitada para responder a ellas es hoy, en todo el mundo, el principal problema de las democracias. Frente a esa contradicci¨®n caben en teor¨ªa dos salidas: el recorte deliberado de las demandas mediante la paralizaci¨®n de las reformas, o la convivencia con esa contradicci¨®n. Lo que no procede es la rabieta de los gobernantes, s¨²bitamente presos de un complejo de incomprensi¨®n por parte de los ciudadanos que deber¨ªa empujar a ¨¦stos a sentir l¨¢stima.
Si los agentes sociales y la opini¨®n p¨²blica no hicieran patentes sus exigencias, la inercia del poder conducir¨ªa a adoptar decisiones arbitrarias y absolutamente encarnadas con los caprichos y las veleidades de los gobernantes.
Al Gobierno corresponde definir una pol¨ªtica de prioridades. Es seguro que ser¨¢ impugnada por alguien, pero ¨¦sa es su responsabilidad. Entre el mantenimiento a ultranza del principio de autoridad, sosteniendo a ministros y altos cargos ineptos y abrasados para demostrar qui¨¦n manda aqu¨ª, y la sumisi¨®n o af¨¢sia ante lo que se grita en lacalle hay muchas opciones. Es propio de buenos pol¨ªticos saberlas distinguir y decidirse por ellas.
Debilidad la arrogancia
Sin embargo, los conflictos que comentamos hasta ahora tienen en com¨²n la inicial negativa de la Administraci¨®n a dialogar con los administrados. Ha sido preciso salir a la calle para que la Administraci¨®n comenzase a darse por enterada de que algo suced¨ªa que no estaba previsto en los planes de la burocracia. Y entonces nos hemos podido maravillar ante virajes espectaculares en cuesti¨®n de horas, haciendo que lo que ayer se negaba apareciera hoy como un elemento esencial del programa de transformaci¨®n de la sociedad espa?ola. .
Este oportunismo del Gobierno esconde algunas de sus debilidades fundamentales. La tan denunciada arrogancia socialista resulta del olvido sistem¨¢tico de las instituciones (Parlamento, sindicatos, organizaciones empresariales o profesionales, medios de comunicaci¨®n) a la hora de enfrentarse con los problemas de fondo de la sociedad espa?ola. Por lo que se refiere a los sindicatos, principales protagonistas de los conflictos actuales, no existe, ni ha existido en los a?os de Gobierno socialista, un proyecto viable para su consolidaci¨®n en el marco de una democracia industrial avanzada.
Al faltar ese proyecto, las cosas han sucedido de la peor manera imaginable: los sindicatos han visto c¨®mo el n¨²mero de adherentes disminu¨ªa y han optado por la v¨ªa de la radicalizaci¨®n. La Administraci¨®n, cansada de predicar en el desierto, ha decidido imponer sus puntos de vista y sus reformas sin mayores contemplaciones. Y ¨¦l pa¨ªs ha salido a la calle para discutir sus problemas.
Tan peligroso ser¨ªa ignorar las tensiones sociales actuales (con la idea, por ejemplo, de que contradicen el sentido de la historia) como magnificarlas hasta el punto de pensar que pueden alterar sustancialmente el equilibrio pol¨ªtico del pa¨ªs. Lo importante es extraer alguna consecuencia positiva de todo ello, y una bien podr¨ªa consistir en la necesidad de una mayor confianza del poder ejecutivo en las instituciones pol¨ªticas, sociales y econ6micas.
La mediaci¨®n de ¨¦stas es fundamental para que los conflictos se sustancien en otro lugar que en la calle. El aislamiento en la Moncloa, el desprecio, la critica desabrida a la Prensa que cumple su funci¨®n como contrapoder, el autoritarismo democr¨¢tico y la irritaci¨®n s¨®lo indican el camino de un psicoan¨¢lisis colectivo que este pa¨ªs no se merece.
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