Los a?os en Asos
Nunca pasa mucho tiempo sin que un suceso, por lo general de la actividad pol¨ªtica, venga a poner de manifiesto el eterno conflicto entre dos clases de Fidelidad: la Fidelidad a los or¨ªgenes, poco menos que com¨²n a todos, y la fidelidad a las ideas, la que puede apartar al hombre del culto a la primera e incluso obligarle a renegar de sus ancestros. Hasta hace bien poco la primera se consideraba poco menos que patrimonio de la derecha, en tanto que la segunda lo ser¨ªa de la izquierda. Pero un peque?o y reciente suceso, de ninguna trascendencia, ha venido a mostrar que al tiempo que alg¨²n portavoz del partido socialista reclamaba el voto nacional, sin distinciones ideol¨®gicas, para una candidatura europea, otro aliancista justificaba su falta de apoyo a la misma por su oposici¨®n partidista al candidato. As¨ª, para el observador que contempla el fen¨®meno desde fuera, se dir¨ªa que la fidelidad ha cambiado de signo y que mientras el socialista se hace el portaestandarte del patriotismo ancestral, el aliancista se convierte en fiel observante de la doctrina que ha abrazado, saltando por encima de las fronteras. De una manera un tanto simplista, todo conduce a la hip¨®tesis de que, cualesquiera que sean las ideolog¨ªas, el partido en el poder tiende a fomentar la fidelidad ancestral, en tanto el de la oposici¨®n se inclina por la ideol¨®gica. Y nada raro hay en ello cuando se piensa que si un partido est¨¢ en el poder es gracias a la voluntad de una mayor¨ªa nacional, a la cual tiene que corresponder y mimar, mientras que el de la oposici¨®n tendr¨¢ que buscar un apoyo extramuros en tanto el censo patrio le vuelve mayoritariamente la espalda.Ya en el colegio nos ense?aron a ver en Dem¨®stenes al arquetipo del patriota, el hombre que con su verbo levant¨® el ¨¢nimo de los atenienses para oponerse a la pol¨ªtica invasora y desp¨®tica de Filipo, que hab¨ªa atra¨ªdo a su corte a Arist¨®teles para que cuidara de la educaci¨®n de su hijo Alejandro. En esas im¨¢genes aprendidas de o¨ªdo, cuyas falacias s¨®lo se pueden corregir con una posterior y m¨¢s atenta lectura del suceso, pero que aun as¨ª dejan para siempre una indeleble calificaci¨®n sentimental de ciertos nombres propios, aparecer¨¢ Arist¨®teles como el intelectual desarraigado, tan s¨®lo atento a su profesi¨®n de estudioso y, como poco, indiferente a los asuntos pol¨ªticos de su patria de adopci¨®n; como mucho, un renegado que bajo la protecci¨®n del rey extranjero intentar¨¢ imponer sus leyes pol¨ªticas en la ciudad donde por s¨ª mismo no pudo encaramarse al poder.
Hac¨ªa a?os que, en las fechas de la muerte de Plat¨®n, hab¨ªa abandonado la Academia en cuyo seno vivi¨® y se form¨® durante cuatro lustros. Entonces ten¨ªa sobrados motivos para esperar que fuera designado para la sucesi¨®n del maestro, pero la elecci¨®n, por razones escol¨¢sticas y familiares, recay¨® sobre Espeusipo, sobrino de Plat¨®n, y Arist¨®teles -es de suponer que algo despechado- abandon¨® la Academia, que no volvi¨® a pisar jam¨¢s, y la ciudad que con toda justicia hab¨ªa considerado como su patria espiritual. Convencido de que con ¨¦l viajaba el esp¨ªritu de Plat¨®n, march¨® a Asos, en la costa noroeste de Asia Menor, donde a?os atr¨¢s se hab¨ªan refugiado Erastos y Corisco, aquellos amados disc¨ªpulos a los que el maestro hab¨ªa dirigido su carta VI exhort¨¢ndoles a ponerse bajo la protecci¨®n de Hermias, el tirano de Atarneo. En verdad, m¨¢s que una carta es una f¨®rmula de juramento que los tres deben leer en com¨²n, y mediante la cual se comprometen a conjugar la sabidur¨ªa que poseen Erastos y Corisco con el poder que detenta Hermias. De aquel tumultuoso momento surge la figura de: Hermias, poco conocida, con unas dimensiones colosales. De origen humilde, nacido en la esclavitud, fue convertido en eunuco y en su juventud empleado en la caja de un banco. Pronto supo ganarse la confianza de Eubulos, que le asign¨® algunos mandos militares en Atarneo, y a la muerte de ¨¦ste la Administraci¨®n persa le otorg¨® el t¨ªtulo de tirano. Gracias a su gran habilidad para los negocios hizo una enorme fortuna, contrat¨® un ej¨¦rcito de mercenarios y extendi¨® sus dominios por buena parte de una Jonia crucial, codiciada por persas, macedonios y ¨¢ticos. Erastos y Corisco le obligaron a estudiar geometr¨ªa y dial¨¦ctica, en obediencia al juramento de la carta VI; pronto se aficion¨® a la conversaci¨®n filos¨®fica, y gracias al influjo de las nuevas amistades introdujo en su manera de gobernar leyes suaves y moderadas, en busca de un estado en algo semejante a la ut¨®pica isla de los Bienaventurados. Tal era el clima que encontr¨® Arist¨®teles en Asos, en 347 -el a?o de la muerte de Plat¨®n-, en su peregrinaci¨®n en busca de un lugar donde hacer revivir el esp¨ªritu, ya que no la doctrina, del maestro.
Por aquellos d¨ªas ya bull¨ªa en la cabeza de Filipo la idea de crear una confederaci¨®n panhel¨¦nica, bajo su rnando, para emprender una guerra poco menos que santa contra el enemigo hereditario, el persa. Pero semejante concepci¨®n en modo alguno pod¨ªa ser suscrita por el partido nacionalista de una Atenas militarmente deca¨ªda, intransigente a la hora de ceder la direcci¨®n de los asuntos griegos a un extranjero e incapaz de concebir una rep¨²blica m¨¢s all¨¢ de los estrechos l¨ªmites constitucionales de la ciudad-estado. Hermias, un pol¨ªtico de largos alcances, comprendi¨® pronto la magnitud del proyecto filipino, y con toda probabilidad mediante un protocolo secreto brind¨® al macedonio la utilizaci¨®n de sus estados como cabeza de puente para el ataque a Asia Menor. Tan ¨ªntima y secreta deb¨ªa ser la conexi¨®n entre Filipo y Hermias, que Jaeger atribuye a la influencia de este ¨²ltimo la designaci¨®n de Arist¨®teles para la tutor¨ªa de Alejandro, y cuando el estagirita se traslada, tras su estancia en Lesbos, a la corte de Macedonia, en 342, ya hab¨ªa iniciado el s¨¢trapa -informado por los agentes de Dem¨®stenes del pacto entre aqu¨¦llos- el ataque a Atarneo. Tras un cruel e infructuoso asedio, el general persa, Mentor, atrajo a Hermias a una entrevista, lo captur¨®, lo encarcel¨®, lo condujo a Susa y lo someti¨® a tortura para que confesara la ¨ªndole de sus relaciones con Filipo y sus planes de guerra. Pero el eunuco no cedi¨® a los rigores de la tortura v, antes de ser crucificado, como el rey le concediera una ¨²ltima gracia, respondi¨®: "Decid a mis amigos que no he hecho nada indigno de la filosof¨ªa". El esclavo, pastor, cajero de banco, sargento, financiero, gobernador y jefe de Estado consumar¨ªa su m¨²ltiple y accidentada carrera como m¨¢rtir de la sabidur¨ªa.
El tr¨¢gico fin de Hermias qued¨® recogido en dos documentos contempor¨¢neos bien distintos entre s¨ª. En la cuarta, y hasta este siglo reputada como ap¨®crifa, Fil¨ªpica (probablemente fechada en 341, lo que indica lo bien que funcionaban sus correos y su vinculaci¨®n con el compl¨® de Mentor) Dem¨®stenes explica que desde su ¨²ltima oraci¨®n han ocurrido "algunos felices sucesos que, bien aprovechados, pueden proporcionarnos sustanciosos beneficios. En primer lugar, aqu¨¦llos (los tracios) en quienes el rey (persa) conf¨ªa y considera sus aliados est¨¢n ahora en guerra con
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Filipo. Por otra parte, el agente de Filipo y secreto depositario de sus designios (Hermias) ha sido capturado por los hombres del rey, y as¨ª pues, de sus labios, y no de los atenienses, de quienes podr¨ªa sospechar que hablaran en su propio provecho, podr¨¢ escuchar el sumarlo de sus intrigas". No hace falta leer entre l¨ªneas para adivinar que Dem¨®stenes estaba al tanto de la suerte que le esperaba a Hermias, y no deja de ser significativa la manera con que, un par de p¨¢rrafos m¨¢s adelante de la misma Fil¨ªpica, el ateniense expone la nueva l¨ªnea de su patriotismo: "Conociendo estos hechos, os aconsejo que enviemos una embajada al rey, olvidando toda esa palabrer¨ªa -"el aut¨¦ntico b¨¢rbaro", "el enemigo de siempre"- que tanto y con tanta frecuencia nos ha perjudicado. Confieso que cuando veo a un hombre que en todo pr¨ªncipe de Susa o de Ecabatana s¨®lo sabe ver a un enemigo de Atenas y en cambio apenas se alarma ante otro que est¨¢ ante nuestras puertas decidido a llegar al coraz¨®n de Grecia y saquear nuestro pueblo, yo me alarmo porque no aprender¨¢ nunca a temer a Filipo". El nacionalista Dem¨®stenes no vacila en recurrir a la alianza con el enemigo de m¨¢s all¨¢ para combatir el de m¨¢s ac¨¢, y antes preferir¨¢ ver Atenas convertida en Satrap¨ªa que abrir sus puertas al macedonio. Por lo mismo, el aliancista antes querr¨¢ ver en la presidencia del Parlamento Europeo a un conservador brit¨¢nico, enemigo de todo cambio estatutario, que a un socialista espa?ol, una especie de macedonio.
El segundo documento es un exaltado himno de Arist¨®teles, tambi¨¦n durante siglos reputado como ap¨®crifo, dedicado a la memoria de Hermias, o m¨¢s bien a la diosa Virtud, a cuya obediencia de manera tan heroica se sacrific¨® el eunuco:
"Por anhelo a ti bajaron Aquiles y Ayax a la mansi¨®n de Hades, / y por amor a tu forma tambi¨¦n el infante de Atarneo / dej¨® en la desolaci¨®n los rayos del sol".
Mientras Dem¨®stenes calumniaba la memoria del difunto y media Atenas herv¨ªa de furor contra Filipo, en la lejana Macedonia Arist¨®teles -Imbuido de unas ideas pol¨ªticas muy distintas a las de sus antiguos conciudadanos- escrib¨ªa el epitafio de su amigo y protector. Las formulaciones ut¨®picas de la Rep¨²blica hab¨ªan tenido su momento y obrado su efecto, y en la mente del estagirita ya bull¨ªa la concepci¨®n de una realpolitik nunca alejada de los postulados ¨¦ticos pero siempre atenta a una finalidad inmediata. El plan de Filipo era el ¨²nico que pod¨ªa hacer realidad el sue?o de un mundo dominado por el esp¨ªritu cient¨ªfico de los helenos, y en su sucesor, Alejandro, ver¨¢ Arist¨®teles la tan deseada encarnaci¨®n de fuerza y sabidur¨ªa, un verdadero y excepcional regalo de los dioses. Los a?os pasados en Asos, en amistad con Hermias y en contacto cotidiano con problemas de alto gobierno, ser¨¢n la contrapartida de los 20 a?os de Academia, y sin duda el recuerdo del h¨¢bil eunuco inspirar¨¢ no pocas p¨¢ginas de la Pol¨ªtica. P¨¢ginas en esencia premoni tori am ente previstas por el septuagenarlo Plat¨®n, desencantado por todos sus fracasos sicilianos, que ya en la carta VI exhorta a sus disc¨ªpulos a intentar la uni¨®n entre la fuerza y el poder. "Leedla como la f¨®rmula de un juramento", les dice, "que es leg¨ªtimo tomar con una seriedad mezclada con gracia y con una seria burloner¨ªa".
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