La muerte de una el prostituta cualquiera
El debate sobre la prostituci¨®n en Madrid celebrado a lo largo de la pasada semana ha puesto de manifiesto algunas de las agresiones que la sociedad permite que sufran las prostitutas. Ese colectivo no est¨¢ solo en su indefensi¨®n. En este art¨ªculo se ofrecen algunos ejemplos del drama que padecen sectores marginados y que han ocurrido recientemente. Para la autora estos hechos confirman que la sociedad masculina ha otorgado a las prostitutas el papel de servir de vertedero de las obsesiones de los hombres. Al menos pagando, esos hombres se sienten due?os de una mujer durante un rato para disponer de ellas a su antojo.
Recientemente, en Madrid, se han producido dos hechos criminales que han acaparado durante varios d¨ªas algunas p¨¢ginas de la mayor¨ªa de los diarios e incluso la atenci¨®n de un popular programa informativo de TVE: Rufina Sariz, prostituta, torturada y violada, y ?ngeles D¨ªez Gil, "una modelo adicta a la hero¨ªna, asesinada de 57 pu?aladas".Una prostituta y una heroin¨®mana: palabras malditas que pretenden definir ¨ªntegramente la personalidad de quienes designan. Estas dos marcas, casi demoniacas, y el hecho de que su muerte se produjese con un ensa?amiento poco habitual han cargado a estas noticias de un morbo inusual.
Sin duda, sus verdugos tienen una f¨¢cil catalogaci¨®n: mentes enfermas y perturbadas, acompa?adas de recriminales costumbres s¨¢dicas: el .ejecutivo que lleva en su malet¨ªn un arsenal de instrumentos dignos de un inquisidor.
Cebarse en el marginado
El por qu¨¦ estos seres siempre se ceban sobre personas (casi siempre mujeres) marginadas tradicionalmente y con una nula capacidad de consideraci¨®n social y psicol¨®gica ya ser¨ªa una buena pregunta para comenzar.
Estamos hablando, en los dos asesinatos considerados anteriormente, de personas ya de antemano inscritas en el infierno de lo asocial; se esperan, por tanto, de ellas reacciones sensacionales y, por qu¨¦ no, muertes luctuosas.
Las v¨ªctimas, estas dos mujeres, se encuentran fuera del c¨ªrculo m¨¢gico de la integraci¨®n social, donde la aureola de lo maldito prepara funestos finales. Nadie se sorprende ni se rasga las vestiduras ante la violaci¨®n o la agresi¨®n que pueda sufrir una prostituta.
En su situaci¨®n, est¨¢n expuestas a que la mal llamada impulsividad de los machos se cebe en ellas con singular crudeza. La sociedad masculina ha otorgado a las prostitutas el dudoso privilegio de servir de vertedero de sus propias obsesiones para poder mantener bien aparte, s¨®lido, el otro mundo, el normal.
A las prostitutas van los hombres que no pueden reafirmar su virilidad si no es pagando, donde, al menos durante un corto tiempo, se sienten propietarios de una hembra, de la que pueden disponer a su antojo y en la que ejercen sus derechos de tales: humillando, vejando y, en muchos casos, agrediendo mortalmente a la mujer que han alquilado.
Valorar el cuerpo
En definitiva, la v¨ªctima es una mujer que ejerce la prostituci¨®n, un submundo que nos muestra ampliado y desorbitado, como a trav¨¦s de una lupa, lo que de hecho sucede en cualquier hogar normalmente constituido: las palizas, violaciones y ensa?amientos con los cuerpos de las mujeres; sus cuerpos, lo ¨²nico que la sociedad (de los varones) valora como suyo y que, como objeto de intercambio, les es arrebatado y concedido a la libre y, con frecuencia terrible, disposici¨®n de los varones.
Tambi¨¦n ?ngeles D¨ªez, antes de ser apu?alada, sufre abusos sexuales por el ano y, posiblemente tambi¨¦n, por la vagina. A ambos asesinatos se les puede dar una explicaci¨®n en clave de marginalidad: las vidas de estas mujeres se mov¨ªan dentro de grupos muy definidos y donde el hecho de ser mujer (sobre todo en el caso de la prostituci¨®n) no es una marginaci¨®n a?adida, sino la explicaci¨®n de su causa.
Una mujer casada tiene la cobertura de un esposo que la otorga respetabilidad y reconocimiento social. Una mujer a secas y que ejerce la prostituci¨®n tendr¨¢ que soportar al proxeneta que la explote econ¨®micamente, invadiendo su vida privada; a unos clientes que las traten como a un desecho, funcional para sus necesidades, y en muchos casos, los chantajes y burlas de los polic¨ªas de turno.
Las prostitutas encarnan la lascivia femenina emparentada con el mal, inventada por los hombres, en su af¨¢n de construir mitos alejados de la realidad sexual y psicol¨®gica de las mujeres, con el claro prop¨®sito de justificar su conducta y perpetuar su predominio.
Vulnerabilidad social
La vulnerabilidad social y personal que sufren estas mujeres es mucho m¨¢s contundente y clara cuando se trata de una prostituta y una heroin¨®mana, pues ni siquiera el acceso a la protecci¨®n legal y jur¨ªdica les est¨¢ realmente concedido. Si a esto a?adimos la situaci¨®n de reprobaci¨®n general, un tanto hip¨®crita y miope, tendremos un cuadro de oscurantismo en alto grado.
Defender la dignidad y el respeto para cualquier ser humano (una prostituta, una heroin¨®mana, una mujer) no es suficiente si se sigue otorgando a las mujeres la categor¨ªa de seres secundarios, inermes en muchos casos para decidir el transcurso de sus vidas, educadas en la resignaci¨®n y con una capacidad muy limitada para acceder a la transformaci¨®n de sus papeles tradicionales.
No es suficiente apelar al sadismo y a la maldad innata de los verdugos, sino que nos preguntamos por qu¨¦ ¨¦stos siempre se ejercitan sobre mujeres, y siempre denigrando sexual y corporalmente a las mujeres.
Sabernos que no son casos aislados, aunque a una paliza o a una humillante violaci¨®n estamos tan acostumbrados que ya no nos mueven a sorpresa; hace falta que haya muerte de por medio para acudir al horror y/o a un leve parpadeo, quiz¨¢ para incitar a ciertas reflexiones, y puede que ni a¨²n as¨ª.
es miembro de la comisi¨®n antiagresiones del Movimiento Feminista de Madrid.
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