Ciencia y humanismo
Cuando tanto se discute la utilidad que para el hombre actual pueda tener la formaci¨®n human¨ªstica, cuando tanto y tan exclusivamente parece estimarse la excelencia de la formaci¨®n cient¨ªfica y t¨¦cnica, no ser¨ªa inoportuno preguntar, uno por uno, a todos los espa?olitos cultos y ambiciosos: "Puesto a imaginar el bien de nuestro pa¨ªs, ?desear¨ªas que Espa?a, patria de Cajal, lo fuese tambi¨¦n de Planck, de Einstein, de Heisenberg, de Fermi, de Oppenhelmer, de Sherrington, de Monod?". Y ante la presumible respuesta afirmativa, no menos oportuno ser¨ªa a?adir: "En tal caso, voy a decirte c¨®mo fueron lo que fueron, en cuanto cultivadores de la ciencia, algunos de esos hombres. Con otras palabras: cu¨¢l ha sido la formaci¨®n intelectual de los m¨¢ximos creadores de la actual visi¨®n cient¨ªfica del mundo".Ah¨ª est¨¢ Planck. Por un lado, el joven flisico que estudiando te¨®ricamente la radiaci¨®n del llamado cuerpo negro descubre la discontinuidad en la emisi¨®n de la energia, crea la noci¨®n de quantum de acci¨®n e inicia as¨ª la grandiosa mec¨¢nica cu¨¢ntica de nuestros d¨ªas. Por otro lado, el ya maduro pensador que publica estudios dificilmente concebibles sin una s¨®lida formaci¨®n human¨ªstica: Ley causal y libre albedr¨ªo, De lo relativo a lo absoluto, Positivismo y realidad del mundo exterior, Ciencia y fe, ?Qu¨¦ fue Planck, seg¨²n esto? ?La suma de un cient¨ªfico riguroso y un, inquieto y osado ensayista? ?No fue m¨¢s bien un hombre en cuya mente se fund¨ªan de manera armoniosa el fisico y el pensador? Sin duda. Planck fue un cientifico que para entender acabadamente su propia ciencia -ciencia del cosmos, ciencia natural- necesitaba trascenderla hacia y desde el campo de las que hoy solemos llamar ciencias humanas, humanidades.
Menos grave, m¨¢s ir¨®nico y juguet¨®n, no menos genial, m¨¢s genial, incluso, junto al f¨ªsico Max Planck est¨¢ el f¨ªsico Albert Einstein. Como todos los j¨®venes de su tiempo, Einstein se form¨® tanto en la matem¨¢tica y la ciencia de la naturaleza como en, humanidades cl¨¢sicas. Para ¨¦l, ?qu¨¦ fueron ¨¦stas? ?Un lastre in¨²til? Quien lea su libro Mi imagen del mundo, quien le vea a Dem¨®crito, san Francisco de As¨ªs, Spinoza y Schopenhauer para entenderse a s¨ª inismo, quien oiga de ¨¦l sus ideas acerca de la funci¨®n del arte y de la ciencia en la vida del hombre, es seguro que no vacilar¨¢ en la respuesta.
Vengamos a Cajal. Recordando el pasajero arrebato filos¨®fico de sus a?os de estudiante, escribir¨¢: "M¨ª afici¨®n a los estudios filos¨®ficos, que adquiri¨® a?os despu¨¦s caracteres de mayor seriedad, contribuy¨® a producir en m¨ª un estado de esp¨ªritu bastante propicio a la investigaci¨®n cient¨ªfica". Quien lo dude, vea sus notas marginales a los textos de Plat¨®n y de Arist¨®teles por entonces a su alcance. La mente del sabio que en sus preparaciones microsc¨®picas descubr¨ªa, frente a la doctrina de la continuidad, la real contig¨¹idad de las c¨¦lulas nerviosas, en modo alguno era ajena a lo que le hab¨ªa ense?ado su autodidacta e indisciplinada formaci¨®n human¨ªstica.
No disgustar¨ªa a Cajal que al lado de su nombre, y para apoyar la tesis que ahora defiendo, sea escrito el del gran fisi¨®logo sir Charles Sherrington, poco m¨¢s joven que ¨¦l y formado, por tanto, er. la Inglaterra victorian a. Del cual no recordar¨¦ su espl¨¦ndida contribuci¨®n al conocimiento de los reflejos espinales, sino El hombre en su naturaleza, obra de senectud, en cuyas p¨¢ginas el cient¨ªfico y el humanista, bien hermanados entre s¨ª, hablan por igual.
?S¨®lo de los viejos sabios -de los que recibieron su edu caci¨®n en- la ya remota segunda mitad de! siglo XIX- podr¨¢ decirse lo que precede? Los sabios en nuestro siglo, ?ser¨¢n e?cent¨ªficos puros, hombres que s¨®!,o su ciencia conocen? En aras de la brevedad, con tres pinceladas completar¨¦ mi cuadro. Echo un vistazo a la cciferencia de Heisenberg titulado Problemas filos¨®ficos de la fisica de las part¨ªculas elementales, y descubro en ella una discusi¨®n de su autor con Dem¨®crito, Plat¨®n y Kant. Hojeo el hoy tan le¨ªdo libro Le hassard et la n¨¦cessit¨¦, del bi¨®logo y bioqu¨ªmico Jacques Monod, y no tardan en saltarme a los ojos los nombres de Her¨¢clito, Dem¨®crito, Plat¨®n, Marx, Bergson y Teilhard de Chardin. Actitud mental en la que, cualesquiera que sean las diferencias ideol¨®gicas entre uno y otro, gustosamente le acompa?a el diserto autor de La logique du vivant y Lejeu dupossible, su compa?ero de Premio Nobel Fran?ois Jacob.
Hace a?os propuse a mis amigos los fil¨®logos cl¨¢sicos, cuya preocupaci¨®n por la suerte de sus disciplinas tan vivamente comparto, que sugirieran a alguno de sus disc¨ªpulos m¨¢s aventajados la confecci¨®n de una tesis doctoral titulada as¨ª: Laformaci¨®n human¨ªstica de los m¨¢ximos creadores de la ciencia del siglo XX. Todav¨ªa la espero. Si llegase a tiempo, acaso moviera a reflexi¨®n a los que hoy se disponen a reformar los planes de estudio de nuestras facultades universitarias.
En su libro Sobre los or¨¢culos cuenta Plutareo que, cuando en Ronna reinaba Tiberio, un mar?nero griego oy¨®, navegando al lal-So de la isla de Paxos, esta grave y terrible exclamaci¨®n: "?El gran Pan ha muerto!". El hombre cont¨® luego a su gente lo que hab¨ªa o¨ªdo, y todos entendieron con espanto que esas atronadoras palabras vaticinaban el fin de la cultura antigua. Cualquier d¨ªa de estos, ?oir¨¢ alguien decir en las costas del Viejo o del Nuevo Mundo una voz resonante que diga: "?Ha muerto el humanismo!"? Acaso. Yo, pese a todo, no puedo creerlo. Pero si eso sucedee, si los europeos y los americanos se empe?an en no ser m¨¢s que creadores, y usuarios de t¨¦cnicas, me ver¨¦ obligado a ponsar como a este respecto dijo Mart¨ªn Heidegger, "un invierno sin fir. habr¨¢ llegado a los hombres".
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