Mi cuarto a espadas
FRANCISCO AYALA
He puesto como t¨ªtulo al art¨ªculo que estoy en trance de redactar una de esas frases hechas o f¨®siles verbales que el idioma conserva para un uso traslaticio, por entender que en este caso particular se ajusta muy especialmente al tema de que voy a ocuparme. Echar un cuarto a espadas significa hoy tanto como entrar, aunque s¨®lo un poco al margen, en el juego disputado, que en este caso ser¨¢ la pol¨¦mica en curso acerca del futuro de las fuerzas armadas. Pero el cuarto con el que metaf¨®ricamente digo querer participar es moneda ya desde hace mucho tiempo en desuso, y las espadas en cuesti¨®n no son tampoco las viejas espadas de tiempos gloriosos a que Juan de Mairenase refer¨ªa en uno de los m¨¢s celebrados apotegmas machadianos ("aquellos en que esas espadas no eran viejas"), ni siquiera las flamantes espadas toledanas o las cidianas tizonas que ahora se fabrican para delicia de turistas, sino -?iron¨ªa parece!- uno de los cuatro palos de la baraja.Expresiones acu?adas en el lenguaje corriente, que aplica uno a situaciones muy distantes ya de su arcaica literalidad, tales como el de este art¨ªculo, corresponden bien a los t¨¦rminos en que aqu¨ª y ahora estamos discutiendo el porvenir de las fuerzas armadas; pues con demasiada frecuencia se especula acerca de c¨®mo debe ser el ej¨¦rcito futuro, no con la perspectiva que la realidad, del mundo presente anticipar¨ªa, sino sobre los datos de un pasado que rada tiene que ver ya con las condiciones actuales del mundo, ni menos a¨²n con los desarrollos que ser¨ªa sensato prever. Enti¨¦ndase, pues, que por mi parte no me propongo apostar por espadas frente a bastos (o porras, o macanas), sino tratar del ej¨¦rcito, al que con ret¨®rica figura se alude como "las armas " o, a veces, los ruidosos sables.
El mejor punto de partida para que yo eche mi cuarto a espaldas en asunto donde tengo tan nula competencia ser¨ªa qu¨ªz¨¢ el que me proporciona la noticia reciente de esa solicitud de ingreso en la aviaci¨®n militar, que ha sido denegada por principio en raz¨®n de pertenecer al sexo femenino la solicitante. Si la muchacha del caso hubiera pedido admisi¨®n en una unidad de zapadores, comprendo todav¨ªa que pudiera cuestionarse el posible rendimiento de una mujer en trabajo tal, por m¨¢s que a la fecha sean varias las que por fin han conseguido participar en las rudas labores de la miner¨ªa; y hasta cabr¨ªa poner en duda la conveniencia de abrir las filas de la infanter¨ªa a las mujeres, pese a que cada recluta, cualquiera sea el g¨¦nero de su sexo, rnacho o hembra, deba pasar la prueba de aptitud f¨ªsica para el servicio, y sean muchos siempre los hombres desechados; pero el arma que esta chica desea manejar es un avi¨®n de combate, y no acierto a ver cu¨¢l podr¨ªa ser el impedimento de principio que se oporiga a su aspiraci¨®n. Las armas actuales son autom¨¢ticas, producto de una refinad¨ªsima tecnolog¨ªa, y su manejo requiere no tanto fuerzan y resistencia f¨ªsica valor intelectual y agilidad
En un ej¨¦rcito moderno, los combatientes han de por tanto, especialistas dotados de una s¨®lida formaci¨®n profesional que constanternente habr¨¢ de mantenerse al d¨ªa. Por lo dem¨¢s, esos combatientes, capaces y adiestrados, deber¨¢n operar sobre la base de una amplia, compleja y no menos t¨¦cnica infraestructura, servida a su vez por diversas categor¨ªas de otros especialistas, y conectada con el equipo tecnol¨®gico general, que se extiende a la sociedad entera y la abarca en sus diversas actividades.
Dos consecuencias ineludibles se desprenden en seguida de esa realidad obvia, a saber: que la recluta del personal militar deber¨¢ hacerse, para la pr¨¢ctica totalidad de sus categor¨ªas, mediante la selecci¨®n en un sistema de voluntariado retribuido, constituyendo as¨ª un ej¨¦rcito profesional; y que el aparato militar -lo que sol¨ªa llamarse "el brazo armado de la naci¨®n"- no puede ser de aqu¨ª en adelante un dispositivo aut¨®nomo y aislado del resto de la comunidad, sino que necesita hallarse integrado en ella del modo m¨¢s estrecho.
Con la Revoluci¨®n Francesa y las empresas napole¨®nicas pas¨® la fase de los ej¨¦rcitos mercenarios nacidos a la par de las monarquias renacentistas, dando lugar al ej¨¦rcito de "la naci¨®n en armas"; y con la revoluc¨ª¨®n tecnol¨®gica y las guerras mundiales de nuestro siglo han tocado a su fin los ej¨¦rcitos nacionales y las guerras entre naciones. La segunda de esas guerras mundiales no fue ya cosa de ej¨¦rcitos en combate, sino que afect¨® e implic¨® por entero a la poblaci¨®n civil, habiendo conducido por ¨²ltimo su desenlace a la desaparici¨®n de las previas naciones soberanas y sus respectivos ej¨¦rcitos ¨ªndependientes, por mucho que no parezcan querer darse cuenta quienes, perdida la noci¨®n de realidad, se aferran a conceptos vacuos y repiten palabras de sentido ilusorio; pues basta con volver la vista al panorama del mundo actual para comprobar que las ¨²nicas estructuras de poder efectivo son las organizaciones militares de los dos bloques rivales, y fuera de su ¨¢mbito, s¨®lo la m¨¢s ca¨®tica desorganizaci¨®n.
Ahora bien, esas colosales m¨¢quinas de potencial b¨¦fico se encuentran, a frente, paralizadas por el, exceso mismo de una capacidad destructivaci¨®n traer¨ªa consigo cuya activaci¨®n, el aniquilamiento de la especie humana y quiliz¨¢ de todas las espec¨ªes vivientes en el planeta. Con esto, la situaci¨®n ha llegado a un punto de delirante absurdo. Se tiene clara conciencia de que el empleo del formidable arsenal acumulado, o siquiera alguna parte de ¨¦l, equivaldr¨ªa al suicidio de la humanidad, y de que, por tanto, es imposible hacer la guerra, aunque se tema al peligro muy cierto de que la locura, la imprudencia o el mero azar ocasione en cualquier momento la total cat¨¢strofe. Y, sin embargo, aun a sabiendas de que nunca habr¨¢n de ser puestas en acci¨®n, siguen produci¨¦ndose a porf¨ªa nuevas y cada vez m¨¢s poderosas armas. As¨ª, pues, quienes controlan las dos formidables organizaciones militares rivales se ven forzados a eludir, en medio de fintas, la confrontaci¨®n global; y mientras tanto, fuera de ellas, al margen, y sacando partido de esas fintas de las superpotencias, tienen lugar de continuo guerras locales tanto m¨¢s encarnizadas y brutales, conflictos parroquiales de inhumana crueldad a veces en el escenario de un barrio, a la espera de, que la amenaza at¨®mica caiga en manos m¨¢s irresponsables, m¨¢s all¨¢ de cualquier posible control.
Tal es, grotesca y espeluznante, pero de innegable evidencia, la situaci¨®n en que el desarrollo ¨²nico de la historia universal ha puesto al mundo. Cerrar ante ella los ojos y -por cuanto se refiere a cuestiones militares- seguir hablando en t¨¦rminos de defensa nacional es, sencillamente, futil. Las fuerzas armadas, s¨ª han de ser un juguete -juguete caro y riesgoso- para divertirse con impresionantes desfiles y vistosas paradas, habr¨¢n de acomodarse en su estructura y funcionamiento a las condiciones que la alta tecnolog¨ªa impone a nuestra sociedad actual.
Queda por averiguar cu¨¢l podr¨¢ ser la salida del atolladero en que esta sociedad se encuentra, y, c¨®mo lograr¨ªa superarse la paradoja de un aparato rnilitar tan formidable, de unos instrumentos b¨¦licos tan eficaces, que la propia desmesura de su potencia excluye su empleo en perspectiva razonable, haci¨¦ndolos in¨²tiles, inservibles y pat¨¦ticamente, embarazosos como el oro que Dionisos concedi¨® al rey Midas, Pero ¨¦stas son inc¨®gnitas que la divina providencia, la fortuna o la pura casualidad deber¨¢n despejar, ya que los hombres no parecemos dispuestos ni siquiera a intentarlo con los recursos del ingenio y de la buena voluntad.
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