El pacto de los ciudadanos
La previsibilidad de los acontecimientos no siempre ayuda a resolverlos. Era previsible una protesta militar a partir de la sanci¨®n de la llamada ley del punto final. Era tambi¨¦n previsible que la reacci¨®n ciudadana en defensa de las instituciones no tardar¨ªa. Ambas precisiones se fundaban en l¨®gicas internas: l¨®gica de la evoluci¨®n militar, l¨®gica de la evoluci¨®n ciudadana. A tres a?os y medio de Gobierno democr¨¢tico las Fuerzas Armadas no han podido clausurar un cap¨ªtulo. de su historia y mucho menos inaugurar otro, al que en cierto modo son empujadas por la evoluci¨®n del conjunto de la sociedad y las exigencias del Estado democr¨¢tico. Las Fuerzas Armadas no pudieron resolver hist¨®rica y pol¨ªticamente sus ¨²ltimas dos grandes batallas: la batalla de Malvinas y la batalla contra la guerrilla entre 1975 y 1978. Los militares saben que perdieron una (Malvinas) y creen que est¨¢n perdiendo la otra (la guerrilla).Pero esto que marca su interior, tiene adem¨¢s un elemento ex¨®geno: la percepci¨®n de la animosidad del conjunto de la poblaci¨®n hacia ellas. Las reacciones en el interior de las Fuerzas Armadas fueron asumidas horizontal y no verticalmente, como era habitual. Los cuadros j¨®venes que combatieron en las Malvinas y que fueron protagonistas directos en la lucha contra la guerrilla urbana sienten que la historia esquiva sus m¨¦ritos, el Estado los mira con indiferencia y la democracia se constituye en una fiesta ajena. Los mandos superiores optaron por la responsabilidad institucional, advirtieron el riesgo de la ruptura de la verticalidad y obraron en direcci¨®n de la democracia. Estos mandos pagaron un precio car¨ªsimo: alrededor de 70 generales dejaron el servicio activo desde 1983 a la fecha.
En cualquier caso, s¨®lo hab¨ªa un punto que pod¨ªa reunir una c¨²pula responsable ante la sociedad y el Estado y una base de oficiales acicateado por la marginalidad: el viejo reflejo corporativo. En una situaci¨®n de este tipo un golpe es imposible porque falta la verticalidad pero tambi¨¦n es imposible la represi¨®n por razones obvias.
Golpe retardado
El amotinamiento, y justamente, porque puso en acci¨®n el reflejo corporativo, no era sino un golpe de Estado de acci¨®n retardada. Por primera vez en medio siglo la sociedad reaccion¨® a partir de una identificaci¨®n casi perdida: este trivial rol de ciudadanos ¨²nicos representantes de los intereses generales ?era previsible esta reacci¨®n? Claro que s¨ª, a condici¨®n de admitir que las sociedades cambian, con m¨¢s precisi¨®n, que las sociedades mutan. Nos hemos acostumbrado a las profec¨ªas del cambio, a la reivindicaci¨®n del cambio y al compromiso por el cambio: cuesta asumir que el cambio ya se hizo.Cuando en 1983 se abrieron los registros electorales, casi la mitad de los argentinos mayores de 18 a?os se adhirieron a un partido pol¨ªtico; s¨®lo entre el radicalismo y el justicialismo suman m¨¢s de siete millones de adherentes. La tasa de adhesi¨®n partidaria m¨¢s alta del mundo, despu¨¦s de Italia. La participaci¨®n electoral no ha bajado nunca (1983, 1985, 1986) del 80%.
Todas las encuestas disponibles reflejan desde hace tres a?os rechazo a cualquier golpe de Estado y anuncian con transparencia la disponibilidad de la ciudadan¨ªa para impedir su consumaci¨®n.
Cierto, tambi¨¦n muestran que el desencanto con el Gobierno, y con el sistema incluso, se .han incrementado. El Gobierno es menos popular que hace dos a?os y mucha gente se recluye en la privacidad, Pero -¨¦ste es el cambio- de esto no se sigue ni siquiera un apoyo pasivo al golpe.
La respuesta ciudadana al amotinamiento fue total en el espectro ideol¨®gico, desde la derecha democr¨¢tica a la izquierda democr¨¢tica, pasando desde luego por todas las variedades del centro, y en alg¨²n caso con un exquisito toque de humor. El Partido Obrero, por ejemplo, reuni¨® a la totalidad de sus bases y con una gran pancarta desplegada y sus 30 militantes march¨® a la manifestaci¨®n de repudio al golpe pidiendo la ocupaci¨®n de las f¨¢bricas y los centros de comunicaci¨®n en la aurora de otro octubre.
En tanto se hab¨ªa producido una situaci¨®n de empate entre los amotinados y los mandos que no legitimaban el motin, pero que tampoco lo reprim¨ªan, empate entre las Fuerzas Armadas en su conjunto y la sociedad civil en su conjunto, empate entre los soldados que no agred¨ªan pero que tampoco se rend¨ªan, con los ciudadanos que no aceptaban pero que tampoco atacaban; este gigantesco impasse nacional termin¨® cuando el presidente de la Rep¨²blica se asumi¨® como el primero de los ciudadanos.
Democracia a¨²n fr¨¢gil
En esta Argentina que consolida una democracia a¨²n fr¨¢gil, no somos pocos los que pensamos, desde hace algunos a?os, que no habr¨¢ golpes de Estado hasta donde alcance un horizonte previsible. El saldo de la aventura no es la consolidaci¨®n de las instituciones, la reafirmaci¨®n del pacto democr¨¢tico y el establecimiento de inmejorables condiciones para un pacto social de largo alcance. Todo esto no es poco, pero hay algo m¨¢s y decisivo. El pacto corporativo que marc¨® nuestro pa¨ªs por m¨¢s de medio siglo, est¨¢ desagreg¨¢ndose definitivamente. No desaparecer¨¢n las corporaciones, pero el riesgo de renovaci¨®n de aquel pacto siniestro es cada vez menor. Lo reemplaza el pacto de los ciudadanos, el pacto de los partidos pol¨ªticos, el pacto de la transformaci¨®n de la sociedad. Este amotinamiento se produce cuando la C¨¢mara de Senadores se aprestaba a considerar la ley de divorcio, aprobada por los diputados en agosto de 1986 y a su vez la C¨¢mara de Diputados comenzaba a debatir la ley de traslado de la capital, y cuando el presidente de la Rep¨²blica acaba de anunciar (14 de abril) que propicia una reforma constitucional.El mot¨ªn es entonces un alarido del pasado, y en el momento en que la sociedad afirma la secularizaci¨®n, el Estado comienza un largo camino hacia la descentralizaci6n (?no fue acaso el centralismo condici¨®n del corporativismo?) y las instituciones pol¨ªticas se preparan para que la participaci¨®n desplace todo germen de autoritarismo en el marco de una nueva Constituci¨®n.
Acaso sea casual porque tambi¨¦n con casualidades se construye la historia. Acaso no lo sea, y entonces estamos de Heno escribiendo otra historia. La historia de un pa¨ªs distinto.
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