Arquitectura, urbanidad y parodia
La arquitectura moderna perdi¨® su protagonismo en los a?os ochenta para dejar paso a una nueva tendencia que quiere recuperar la historia y la memoria, el simbolismo y la met¨¢fora. Es la posmodernidad, un movimiento de resistencia que incorpora la voluntad comunicativa del pop, la capacidad evocadora de la tradici¨®n, el pluralismo, la tolerancia y el humor, frente a una arquitectura moderna dogm¨¢tica, elitista y puritana. ?sta es una de las versiones que analiza el autor, para quien "lo heroico, se ha transformado en ir¨®nico y la pasi¨®n ha dado lugar a la parodia". Asegura que la arquitectura que viene no est¨¢ en los tableros, sino en el cine.
Existe un retrato ominoso de la arquitectura posmoderna. En ¨¦l figuran Robert Venturi elogiando el kitsch capitalista de Las Vegas, Aldo Rossi defendiendo el academicismo burocr¨¢tico de la avenida de Stalin en Berl¨ªn oriental o Leon Krier valorando positivamente la arquitectura nazi de Albert Speer y lamentando que no hubiera sido Werner von Braun el que pasara 20 a?os en Spandau. El retrato asocia la posmodernidad a coyunturas sociales tan diversas en su naturaleza como coincidentes en la amplitud del rechazo que generan. ?Cu¨¢les fueron los polvos que trajeron estos Iodos?Despu¨¦s de la II Guerra Mundial, el Museum of Modern Art y las corporaciones impusieron la arquitectura moderna en Am¨¦rica; en 1956, Nikita Jruschov la estableci¨® en la URSS, a golpe de consigna, como parte de ,su programa de renovaci¨®n. Sin embargo, el predominio de la arquitectura moderna en Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica se resquebraj¨® en los a?os setenta y sucumbi¨® en los ochenta. Hoy, el arquitecto m¨¢s imitado de Am¨¦rica, y el m¨¢s asiduo de la Casa Blanca, es un posmoderno, Michael Graves, cuya obra se encuentra a medio camino entre la est¨¦tica de videoclip de Miami Vice, el sarcasmo superreal de Krazy Kat y los modelos pastel de Nancy Reagan.
Los sovi¨¦ticos estuvieron entre los primeros en traducir el texto fundamental de Charles Jencks, el cr¨ªtico que acu?¨® el movimiento con El lenguaje de la arquitectura posmoderna, lo que permiti¨® a los profesionales de la era de Breznev recuperar sin mala conciencia la arquitectura monumental y enf¨¢tica de la ¨¦poca de Stalin. Seg¨²n esta interpretaci¨®n, los dos imperios y sus zonas de influencia se encuentran sumidos en una larga noche neo-conservadora y posmoderna:, s¨®lo el Irangate y la perestroika ofrecen una luz de esperanza (moderna) al final del t¨²nel.
Versi¨®n rosada
No obstante, junto a esta visi¨®n sombr¨ªa, existe una versi¨®n risue?a y luminosa de la posmodernidad. Frente a una arquitectura moderna dogm¨¢tica, elitista, puritana y totalitaria, la posmoderna surge como un movimiento de resistencia que incorpora la voluntad comunicativa del pop, la capacidad evocadora de la tradici¨®n, las convenciones tranquilizadoras del clasicismo, el pluralismo, la tolerancia y el humor. Tras la modernidad amn¨¦sica y herm¨¦tica, la nueva tendencia quiere recuperar la historia y la memoria, el ornamento y el color, el simbolismo y la met¨¢fora. Del prohibicionismo a la pern¨²sividad: tal es el itinerario gozoso que describe la interpretaci¨®n rosada de la cultura posmoderna. Pues bien, ambos retratos son ver¨ªdicos y compatibles entre s¨ª.
En nuestro pa¨ªs, la posmodernidad arquitect¨®nica posee tambi¨¦n ese rostro bifronte. Por un lado, los j¨®venes esteticistas cultivan la amistad de los, viejos acad¨¦micos conservadores, remedan el monumentalismo del franquismo de la posguerra y admiran los pastiches folcl¨®ricos de la arquitectura de Regiones Devastadas. Por otro, una nueva sensibilidad reclama respeto hacia la imagen tradicional de la ciudad, las huellas de la historia y las convenciones comunicativas que permiten a los usuarios reconocer y apropiarse de la arquitectura, asuntos todos ellos displicentemente menospreciados por una modernidad prepotente.
Esta doble alma de la posmodernidad parece ser ignorada por los fil¨®sofos que por diferentes motivos han hecho en estos ¨²ltimos tiempos a la arquitectura, objeto de su reflexi¨®n. Los viejos defensores del proyecto incompleto. de la modernidad, como Jorgen Habermas, han clamado apocal¨ªpticamente contra los historicismos antimodernos emblem¨¢ticamente representados por la famosa Bienal de Venecia de 1980. Pero sus truenos contra la falsa normatividad de la historia burguesa desconocen el componente ir¨®nico de las alusiones hist¨®ricas de la arquitectura posmoderna, y, desde luego, para un lego filos¨®fico, pocas im¨¢genes pueden ser m¨¢s expresivas del di¨¢logo universal y las representaciones de intereses compatibles que el repertorio de fachadas en la Strada Novissima de la Bienal.
En el otro extremo del espectro, alineado con los que Haber -mas califica de j¨®venes conservadores -Foucault, Derrida-, Jean-Fran?ois Lyotard se ha convertido en el ide¨®logo oficial del posmodernismo. Despu¨¦s de decretar la muerte de las metanarrativas modernas (las grandes ideas del progleso o la emancipaci¨®n de la humanidad), Lyotard describe una sensibilidad posmoderna basada en la fragmentaci¨®n, el rechazo de los conceptos generales y la apolog¨ªa de la diferencia. Sin embargo, su nihilismo pose structuralista le lleva a la defensa de un experimentalismo vanguardista perfectamente alejado de la recuperaci¨®n de la tradici¨®n que es inseparable de la experiencia posmoderna.
A fin de cuentas, resulta bastante desalentador comprobar lo mal que conocen la arquitectura los fil¨®sofos; aunque habr¨ªa que a?adir que, contemplados desde la otra orilla, los resultados de este di¨¢logo interdisciplinar no son mucho m¨¢s estimulantes. Los arquitectos entendieron el estructuralismo como la expre si¨®n enf¨¢tica de las mallas es tructurales en el edificio, y ahora entienden la deconstucci¨®n como alternativamente, el aspecto ruinoso o la fragmentaci¨®n compositiva. En fin, habr¨ªa que reproducir la lectura que hace Peter Eisenman de Foucault y de sus heterotop¨ªas para comprender hasta d¨®nde puede llegar la audacia anal¨®gica dejos profesionales de la forma.
Quiz¨¢ uno de los pocos cr¨ªticos de la cultura que entienden de arquitectura sea Umberto Eco; su obra, en todo caso, es, sin duda, una de las m¨¢s l¨²cidas interpretaciones de la posmodernidad. Eco es agudamente consciente de la p¨¦rdida contempor¨¢nea de la inocencia, que condiciona y determina la sensibilidad posmoderna, manifiesta especialmente en el uso. de formas tradicionales sometidas a distorsiones ir¨®nicas.
Dimensi¨®n par¨®dica
Podemos construir un edificio cl¨¢sico, pero es imposible ignorar que la cultura que hizo posible el clasicismo ha desaparecido para siempre, y la arquitectura expresar¨¢ esa distancia esc¨¦ptica a trav¨¦s del gui?o al espectador: los capiteles de acero inoxidable en la Piazza d'Italia, de Moore; las volutas j¨®nicas hipertrofiadas de Venturi; el p¨®rtico d¨®rico, enterrado en la Nueu Staatsgajerie de Stirling; los ¨®rdenes gigantes metaf¨ªsicos de Rossi, o las barandillas neorrealistas en el proyecto de Grassi para el teatro romano de Sagunto poseen todos ellos una misma dimensi¨®n par¨®dica.
El cambio de material, la distorsi¨®n de la escala, la manipulaci¨®n de la forma o la introducci¨®n de elementos discordantes constituyen mecanismos distanciadores, que permiten recuperar temas tradicionales sin experimentar rubor. Lo heroico se ha transformado en ir¨®nico, y la pasi¨®n ha dado lugar a la parodia.
Para algunos, el movimiento posmoderno es una militante cruzada antimoderna, conducida con la misma voluntad demi¨²rgica con la que los modernos batallaron contra la arquitectura acad¨¦mica. As¨ª, Charles Jencks ha establecido una divertida analog¨ªa entre la reforma protestante, que supuso la vanguardia moderna, y la contrarreforma cat¨®lica, con la que puede compararse el movimiento posmoderno. En este sugerente paralelismo, Jencks atribuye el papel de Calvino a su compatriota Le Corbusier, y el de Ignacio de Loyola, al m¨¢s infatigable propagandista antimoderno, Leon Krier.
Para otros, ajenos al fervor apost¨®lico y prof¨¦tico de los Kier o los Corbu, la posmodernidad es m¨¢s bien un s¨ªntoma del agotamiento formal de la figuraci¨®n moderna, una adecuaci¨®n a la cultura del espect¨¢culo, una expresi¨®n en sordina de la p¨¦rdida de las grandes esperanzas. Ins¨®lita y pol¨¦mica en los setenta, la arquitectura posmoderna se ha convertido en los ochenta en el lenguaje amable del poder, pomo atestiguan desde los grandes encargos institucionales americanos, japoneses y europeos hasta la decoraci¨®n de los despachos de tantos pol¨ªticos neoelegantes.
Ricardo Bofill y Rafael Moneo, dos de los arquitectos espa?oles mejor conocidos fuera de nuestras fronteras, podr¨ªan acaso ejemplificar tanto esa diversi dad de talantes como los puntos de contacto entre las dos actitudes. Bofill, un propagandista persuasivo y elocuente, ha encontrado en sus grandes conjuntos franceses de vivienda el equilibrio justo de monumentalidad y banalidad para seducir a los pol¨ªticos y al p¨²blico. Moneo, reflexivo y minucioso, ha sabido combinar en su Museo de M¨¦rida la espectacularidad escenogr¨¢fica con el refinamiento esc¨¦ptico de los detalles, complaciendo al visitante y al cr¨ªtico.
Es probable que, superando a los dos retratos bosquejados al principio, exista un tercer rostro de la arquitectura posmoderna, tan verdadero como aquellos, y acaso m¨¢s convincente. Me refiero a la arquitectura de las buenas maneras, la arquitectura posmoderna cort¨¦s, sensible al entorno, respetuosa con los h¨¢bitos, m¨¢s pr¨®xima a la cosm¨¦tica que a la terap¨¦utica, ajena a la pol¨¦mica y a la sospecha; es, francamente, una arquitectura bastante habitable, relativamente c¨®moda y soportablemente banal.
Las grietas que en ella puedan abrirse ma?ana no ser¨¢n las que finjan los arquitectos en proyectos arbitrariamente disgregados o descompuestos: la arquitectura que viene no est¨¢ en los. tableros, sino en las, pantallas. Mientras profesores y cr¨ªticos se enredan en discusiones de galgos y podencos, la nueva arquitectura nace en el celuloide, en los interiores de Blade Runner, de Brazil, de Par¨ªs-Texas, de Trouble in Mind, de Z¨¹ckerbaby o de Blue Velvet. En esos espacios densos de emoci¨®n y exentos de parodia habita la arquitectura del futuro.
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