Los clarines del miedo
Quienes por una u otra raz¨®n estamos concernidos por la evoluci¨®n del conflicto vasco y jugamos a valorar pol¨ªticamente sus incidencias, solemos afirmar de cuando en cuando que tal o cual suceso atroz ha marcado "un salto cualitativo" en la din¨¢mica degradatoria del proceso: Ryan, Arregui, Casas, Santi Bruard, Yoyes, aquella mujer embarazada que acompa?aba a un polic¨ªa, Zabalza, el ni?o que da una patada a una bomba y queda mutilado, la explosi¨®n que aniquila todo un autob¨²s de guardias civiles, etc¨¦tera. Para determinar la novedad cualitativa del acontecimiento se valora seg¨²n el caso lo despiadado o lo h¨¢bil de su ejecuci¨®n, el n¨²mero de v¨ªctimas, el rango de ¨¦stas, su sexo y edad, su papel pol¨ªtico, la reacci¨®n p¨²blica ante las consecuencias. Hay ya -?qu¨¦ remedio!- toda una hermen¨¦utica tenebrosa que se precia de saber leer mensajes escritos con balas, torturas o Goma 2. Lo ¨²nico cierto de esta aciaga ret¨®rica cae fuera de ella: esta pugna no tiene memoria, el muerto de primera plana de hoy anula o deja sin efecto los anteriores, la legitimaci¨®n pol¨ªtica de la barbarie ha aprendido a empezar siempre desde cero.El atentado de Portugalete tambi¨¦n ha sido saludado como un nuevo paso de singular importancia hacia lo fatal. Por lo pura y nudamente terrorista de su factura -nadie se atrever¨ªa a llamar lucha armada a semejante inmundicia-, por ir directamente dirigido contra uno de los partidos que en este momento gobiernan a los vascos por elecci¨®n libre de la mayor¨ªa de ¨¦stos y por haber sido condenado por todos los partidos legales de Euskadi, sin la habitual excepci¨®n esta vez de Herri Batasuna. Este ¨²ltimo aspecto, precisamente, es el que me parece m¨¢s digno de atenci¨®n, porque no resulta nada f¨¢cil de calibrar. La opini¨®n m¨¢s dura, expresada con su habitual rotundidad por Garc¨ªa Damborenea, es la de que se trata de una hip¨®crita cortina de humo (el grupo Mendeku no vendr¨ªa a resultar sino el GAL de Herri Batasuna); otros creen que este rechazo se ve forzado por la proximidad del per¨ªodo electoral; un tercer grupo sostiene que la direcci¨®n de HB, en efecto, no tiene nada que ver con este tr¨¢gico incidente y que desautoriza sinceramente a unos incontrolados que pueden da?ar su imagen p¨²blica y su l¨ªnea pol¨ªtica. Quisiera examinar ahora cada una de estas hip¨®tesis (designadas en adelante como uno, dos y tres), tanto desde el ¨¢ngulo de su verosimilitud como desde el de sus implicaciones. Y adelantando, como observaci¨®n general, que cualquiera de los tres supuestos revela un cierto miedo ante los efectos y repercusiones del gesto violento, miedo que no hay que degradar a cobard¨ªa o simple oportunismo, sino que es preferible aceptar gozosamente como infrecuente se?al de sensatez. Si en el temor de Dios pone la escritura el comienzo de la sabidur¨ªa, con mucha m¨¢s raz¨®n podremos asumir que en el temor a la discordia mort¨ªfera est¨¢ el principio inamovible de toda cordura pol¨ªtica.
Uno. Es la menos l¨®gica de las hip¨®tesis. La experiencia ense?a que los atentados, ejecuciones, etc¨¦tera, del militarismo terrorista tienen ante todo una funci¨®n gloriosamente autoafirmativa, por lo que nunca han sido desautorizados por sus grupies de servicios auxiliares. No tiene sentido tirar la piedra y esconder la mano cuando precisamente lo que se quiere es llamar la atenci¨®n sobre la firmeza certera y victoriosa de la mano misma. Y clamar por la ilegalizaci¨®n de HB es un disparate pol¨ªtico que nadie (ni siquiera los reclamantes, que chillan con la boca peque?a) se toma demasiado en serio. En el supuesto de que fuera atendida esta solicitud, el apoyo a ETA de HB continuar¨ªa como hasta la fecha, con el a?adido propagand¨ªstico de ser v¨ªctimas una vez m¨¢s. Recordemos que el argumento del dram¨®n que se han montado es que ETA es el sir Galahad de una doncella ultrajada llamada Pueblo Trabajador Vasco, cuya sufrida y servicial due?a es HB. Como ni el virgo de la doncella ni la doncella misma son f¨¢ciles de localizar, el truco de la due?a es gritar constantemente: "?A m¨ª, que me violan...!", para que los lanzazos del hosco palad¨ªn queden justificados. De modo que no le tiremos pellizcos superfluos para darle gusto. Concluiremos este apartado con una palabra en contra y otra a favor de Ricardo Garc¨ªa Damborenea. En cuanto a la destemplanza de muchas de sus afirmaciones, este l¨ªder socialista se ha contagiado en exceso de los adversarios a los que ataca: por ejemplo, v¨¦ase su alusi¨®n al celo de algunos jueces por aclarar los casos de tortura, cuando el reproche adecuado ser¨ªa contra los dem¨¢s por no hacer lo mismo. Pero en un contexto tan timorato como el de la vida p¨²blica de Euskadi, donde cada cual murmura contra la violencia pero busca esconderse tras sus vecinos para que no le tomen el nombre, la firmeza un poco bruta de Damborenea no es nada desde?able. Una cosa es no cerrarse a la negociaci¨®n pol¨ªtica y contribuir a desmilitarizar el conflicto y otra -muy, muy distinta- poner el cuello en el tajo. A quienes tienen la alucinaci¨®n de que Euskal Herria es Argelia y ellos el FLN, va siendo hora de decirles muy clarito y con los brazos en jarras que los pied-noirs estamos dispuestos a resultar un hueso demasiado duro hasta para sus dentaduras borriqueras.
Dos. Me gustar¨ªa que hubiese algo de cierto en esta interpretaci¨®n, porque ello significar¨ªa que la violencia pierde atractivo como bander¨ªn de enganche incluso a ojos de quienes m¨¢s la justifican. De momento no ha sido as¨ª: la mayor fuente de prestigio de HB entre sus votantes y admiradores for¨¢neos proviene precisamente del aura equ¨ªvoca de complicidad con la guerrilla. Este olor a p¨®lvora va a ganarle seguramente votos en toda Espa?a de quienes lo que m¨¢s desean es hacer pupa de veras al sistema. La pasi¨®n de castigar al mundo sustituye en muchos al af¨¢n de hacer justicia y es grave objeci¨®n contra el orden establecido en este pa¨ªs el que vaya haciendo aumentar su n¨²mero. Es que la violencia cuenta con el prestigio tan moderno de la celeridad y la inmediatez, mientras que la democracia parlamentaria es el reino de la laboriosa mediaci¨®n postergadora. La impaciencia es pre¨¢mbulo de resentimiento porque el lento goteo reformador nunca llega a verse del todo... En ocasiones porque nada se reforma de veras, pero en otros casos porque estamos pose¨ªdos de la neurosis consumista y malcriada de exigir satisfacci¨®n instant¨¢nea a las demandas, aun antes de aceptar a formularlas racionalmente. Se dice que la violencia contra el sistema -ll¨¢mese terrorismo o lucha armada- no resuelve nada. Pero hay que distinguir dos niveles: en el primero, la violencia es utilizada para cambiar algo en la sociedad (derrocar una dictadura, exterminar a un grupo adversario, eliminar a un l¨ªder rival, atemorizar a la poblaci¨®n civil, etc¨¦tera); en el segundo, la violencia se emplea para transformar, ensalzar y gratificar al violento mismo y a quienes con ¨¦l se identifican. Nadie cree hoy ya de veras que la lucha armada vaya a traer ninguna modificaci¨®n positiva de la realidad en Euskadi; s¨®lo aumento de la represi¨®n, insensibilidad moral y descapitalizaci¨®n econ¨®mica. Pero a muchos les sirve de compensaci¨®n personal por la mediocridad de sus vidas, como venganza heroica y v¨ªnculo para sentirse unidos e importantes: dado que ni los m¨¢s plebeyos pueden renunciar a todo rasgo aristocr¨¢tico, han aprendido a ufanarse de inspirar temor...
Tres. Es la que yo acepto con mejor voluntad y me congratulo de ella. Ahora bien, ?se da cuenta HB de que esta ¨²ltima toma de postura exige cierto replanteamiento de formulaciones combativas anteriores? Porque, una de dos: o bien el PSOE es la vanguardia operativa del imperio que ocupa y esclaviza la martirizada patria vasca, con lo cual bien tirados les est¨¢n los c¨®cteles molotov aunque puedan resultar inoportunos pol¨ªticamente, o bien el PSOE es otro partido vasco, votado por muchos vascos y que expresa una de las diferentes formas pol¨ªticas de ser vasco, por lo que atacarlo a bombazos no es sino bestialismo pol¨ªtico totalitario. Tertius non datur. hay que decidirse. No se puede a la vez predicar la guerra santa contra el invasor y la concordia civilizada con quienes le representan. Lo que se pone aqu¨ª en juego es la legitimidad misma de la lucha armada en Euskadi, pues los distingos jesu¨ªsticos entre explosiones buenas y malas, heridos deseables e indeseables, tiros en la nuca nobles o traicioneros, etc¨¦tera, huelen cada vez peor. La justificaci¨®n de la ejecuci¨®n de Yoyes por desertora, y es un ejemplo entre mil, no es m¨¢s convincente ni m¨¢s decente que la invocaci¨®n de la obediencia debida por los militares torturadores argentinos.
Rele¨ª hace poco una frase de Maurice Barr¨¦s, el gran te¨®rico derechista del nacionalismo franc¨¦s, que describe perfectamente la doctrina b¨¢sica de algunos de nuestros abertzales: "Una naci¨®n es la posesi¨®n en com¨²n de un antiguo cementerio y la voluntad de continuar haciendo valer esa herencia indivisible". De quien mor¨ªa dec¨ªan los antiguos griegos que iba a reunirse "con la gran mayor¨ªa". Esta mayor¨ªa, inevitablemente silenciosa, es la ¨²nica a la que pueden aspirar algunos en Euskadi y por ello apelan constantemente a ella y colaboran a su aumento. Pero a los patriotas funerarios del cementerio hay que recordarles que a los muertos se les cuenta, pero con los vivos hay que contar. Y que vamos a ser los vivos (no los muertos, los guardamuertos ni los asesinos) quienes finalmente organizaremos la pluralidad libre de los vascos.
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