Crisis de la justicia en el Estado de la crisis
Casi a rengl¨®n seguido del suceso del juez disfrazado, la magistratura, todav¨ªa no s¨¦ si en su conjunto -quiz¨¢ est¨¦ a¨²n a tiempo de salvarse alg¨²n justo-, aparec¨ªa demonizada urbi et orbi por supuestas complicidades criminales (s¨®lo el respeto y la solidaridad que merece el acto en que tuvo lugar la torpe intervenci¨®n impide afrontar el tema en clave de humor por lo disparatado. Aunque tambi¨¦n es verdad que debe ser objeto de consideraci¨®n, porque fuera de este caso, y con formulaciones menos groseras en la forma que la ¨²ltima conocida, es un argumento de cierta recurrencia en algunos medios pol¨ªticos de los que cab¨ªa esperar otra sensibilidad).Sin dar tiempo al asombrado lector para recuperar el aliento, una justicia casi b¨ªblica, que ya golpe¨® en otros lugares de pecado, recorre ahora las playas, esta vez en traje deportivo, aunque sobre esto parece que por ahora tendr¨¢ que abrirse un prudente par¨¦ntesis de duda, puesto que no constan noticias confidenciales al respecto. Quiz¨¢ la autoridad competente ha bajado la guardia.
Suma y sigue: en un pueblo granadino, la dial¨¦ctica procesal, en general fisiol¨®gica y saludablemente tensa por imperativo del buen principio de contradicci¨®n, se dispara hasta alcanzar cotas inus¨²ales la confrontaci¨®n Siguen declaraciones quiz¨¢ demasiado apocal¨ªpticas. Y no porque el tema, en su gravedad indudable, no merezca justa preocupaci¨®n, sino porque la tediosa cotidianidad del palacio de justicia ofrece sobradas ocasiones para una preocupaci¨®n permanente y activa por las desventuras del derecho de defensa, que al fin y al cabo, como tantos otros bienes escasos, como la misma justicia o la cultura, est¨¢ en el mercado. Con todo lo que ello supone, aunque haya becas.
Claves
Determinar algunas de las claves de lo que acontece en un espacio que del nunca pasa nada ha pasado a que ocurran tantas cosas tendr¨ªa que partir, a mi modo de ver, de una afirmaci¨®n. Es ¨¦sta que no debe escatimarse a los jueces ninguna responsabilidad, pero que reducir la crisis de la justicia a pura responsabilidad de aqu¨¦llos, aparte de faltar crudamente a la verdad, es ofrecer una coartada demasiado f¨¢cil a otros centros de poder -¨¦ste, en sentido fuerte- por acci¨®n o por omisi¨®n interesados en la conservaci¨®n del lamentable statu quo judicial que nos preocupa.El tema tiene, c¨®mo no, enojosos y grises aspectos de intendencia. La miseria material, hoy como ayer, es una precondici¨®n no gratuita de una cierta capacidad y, sobre todo, de una evidente incapacidad del aparato judicial. El manido tema de los medios materiales y personales expresa impl¨ªcitamente, pero expresa con toda claridad, una opci¨®n y una renuncia.
La opci¨®n de dispensar un servicio, aunque precario, s¨®lo o preferentemente a los detentadores de determinado tipo de intereses; la opci¨®n de perseguir, quiz¨¢ de forma rudimentaria, a veces tercermundista, pero siempre contundente, s¨®lo cierto tipo de conductas. La renuncia a dar satisfacci¨®n en sede jurisdiccional a determinadas demandas sociales; la renuncia a perseguir otro tipo no menos cierto de comportamientos.
Hay tambi¨¦n una dimensi¨®n, en sentido amplio cultural, que se ha tenido en cuenta pocas veces. El juez de este pa¨ªs contin¨²a siendo portador de un escaso bagaje unidimensional aprendido en catecismos, en cientos de horas de mesa camilla y salidas a casa del preparador.
Y lo qu¨¦ puede exceder el limitado nivel de conocimientos que la oposici¨®n hace posible ser¨¢ generalmente fruto de un dificil esfuerzo personal. Del mismo modo que tiene que continuar siendo personal el esfuerzo preciso para disponer de un m¨ªnimo de instrumentos con que dar alguna dignidad intelectual al propio trabajo. Esta deficitaria condici¨®n se nota en la calidad del producto final y tambi¨¦n en las insuficiencias de una habilitaci¨®n s¨®lo juridica para medirse con circunstancias de una complejidad imprevisible y que no tienen una respuesta preconstituida en los textos. Y a veces hasta en la dificultad para enfrentarse con naturalidad con un poco de naturaleza o de libertad bronceada expuesta al sol.
Al final conviene reclamar la atenci¨®n sobre una dimensi¨®n de lo judicial que ayuda a entender algunas cosas. De Cabo se ha referido a ella como "judicializaci¨®n del conflicto sociopol¨ªtico". Con lo que se estar¨ªa haciendo menci¨®n al hecho b¨¢sico de que la crisis del Estado social y la dificultad de sus gestores para gobernarla proyectan sobre la justicia un c¨²mulo de demandas, no s¨®lo nuevas en algunos casos, sino tambi¨¦n profundamente contradictorias.
As¨ª, dicho con el obligado esquematismo, la Constituci¨®n contin¨²a siendo un exigente punto de referencia que presta apoyo
a determinadas pretensiones en tema de garant¨ªas y de realizaci¨®n de ciertos derechos sociales, que vierten sobre los tribunales cada vez con mayor insistencia y les llevan a un terreno decididamente pol¨ªtico.
Problemas
Garant¨ªas y derechos cuya satisfacci¨®n, por otra parte, parece crear problemas, siquiera de orden pr¨¢ctico, al poder en sus dos h¨¢bitos neoliberal y neoautoritario, y que pueden hacerle a?orar, o quiz¨¢ a necesitar, un tipo de juez m¨¢s bien t¨¦cnico, ?apol¨ªtico?, tal vez m¨¢s comprensivo o menos exigente en determinadas situaciones. Un juez que nunca se hubiera demandado cuando se luchaba por la democracia y que no parece razonable pensar que sea precisamente el que hace falta ahora para defenderla.Puede o no puede, en fin, ser ese tipo de juez el necesario, pero convendr¨ªa determinarlo con claridad. Porque lo que va contra toda l¨®gica es requerir un modelo de juez para cada oportunidad.
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