El siglo cabalga a su fin
"?Ad¨®nde huir? S¨®lo sombra, recuerdo, oscuro dominio. Ciega y lenta, en triunfos por calles de agua negra, la noche ha besado este m¨¢rmol". (Salvador Espri¨².)Naci¨® el siglo bajo el signo de la esperanza revolucionaria. Los te¨®ricos dejaban paso a los activistas. Y en el lenguaje cotidiano, y en el lenguaje de los poetas, se hablaba de la hora de los pobres de la tierra, de la abolici¨®n de clases, de la cultura popular e igualitaria, del final de la viej¨¢ trilog¨ªa del poder: ej¨¦rcito, banca e iglesia.
Sangre y tecnolog¨ªa en la memoria escrita de unos a?os que se, enredan en contiendas y crisis traumatizantes. En Espa?a apenas ha rebasado el siglo su tercio cuando nos meten,en guerra. Que durar¨¢, en sus consecuencias, 40 a?os. Nuestra infancia es un recuerdo de claroscuros, de b¨²squedas y rechazos, de amores y desesperanzas. Pero en ella el ser humano ocupa un lugar preponderante. El ser humano en el miedo, en la rabia, en el amor y en el silencio. Reivindico un tiempo depalabras, de caricias y de l¨¢grimas. Reivindico las luchas clandestinas, las historias de los excarcelados, la solidaridad ante los juicios sumar¨ªsimos, los lechos ocultos de besos furiosos y agotadores, las noches de angustias interminables, los abrazos de las peque?as victorias, las'canciones apenas susurradas y compartidas, incluso las descubiertas traiciones: humanos, humanos en ese aferrarse a la esperanza, joven a¨²n -en el agua de las catacumbas, joven en los caminos que ning¨²n ordenador ha todav¨ªa definitivamente cerrado.
Se muri¨® en la cama. Y desempolv¨¢ronse las palabras sagradas. Surg¨ªan a la luz ellos, los herederos de antiguos linotipistas, ferroviarios, escribidores, campesinos: y las palabras sagradas se hac¨ªan imagen e inundaban publicitariamente los muros de las ciudades: independencia nacional, reforma agraria, fin de los privilegios, igualdad de ¨¢exos, cultura para todos, justicia popular, milicia y banca controladas... Muchos fueron los que pensaron ver suceder al tiempo de? silencio el tiempo del cambio.-
El,siglo sigue cabalgando deprisa. No hay lugar para la discursi¨®n de aquellos viejos, prematuramente enterrados, principios filos¨®ficos. Otras son las modas. Es la hora de las realidades. Desde sus altas torres, telecomunicaci¨®n e imagen convocan a. las gentes a larealidad. La realidad de la vida cotidiana. '
. Y Luis/a, que han decidido
vivir en compa?¨ªa, comprue
ban que los pisos siguen en po
der de los mismos due?os de
siempre, y a un precio que se va
elevando conforme aumenta el
coste de la vida. Y Luis/a, al sol
de Extremadura- o Andaluc¨ªa,
ven las tierras cercanas tan le
janas como siempre, y no les
queda otro ' recurso que el de la
pereza y la caridad estatal,
cuando llega. Y Luis/a, cuando
enferman, comprueban c¨®mo
los hospitales siguen a testados
y. prima una medicina privada
pagada con unos- recursos de
los que ellos carecen. Y los hi
jos de Luis/a no pueden ir a es-
tudiar a las Cortes, pues ¨¦stas
,exigen medios de los que ellos
no disponen, aunque apunta
ran, al decir de sus maestros,
huenas cualidades. Y los hijos
de Luis/a que consiguieron es
tudiar y terminar la carrera no
ven otra alternativa que apun
tarse a una de esas oposiciones
que dan,20 plazas para 20.000
buscadores de la misma. Lote
r¨ªa al fin a la que s¨ª est¨¢n habituados: desde las m¨¢quinas de los bares a la loto; desde las distintas quinielas a los bingos... ¨²nico nombre que ahora parece revestir la esperanza. Y cuando llega la hora de morir' Luis/a comprueban si tienen en orden el pago que mes tras mes hicieron a lo largo de sus vidas para que puedan acceder al ¨²nico pedazo de tierra que ser¨¢, por un tiempo, suya. Mientras, se consuelan, eso s¨ª, d¨ªa a d¨ªa -y hay muchos intelectuales que les hablan de sus excelencias-, viendo c¨®mo viven, se enriquecen, se divierten, se enga?an en tierras y mares por ellos desconocidos los hombres y mujeres de las mil y una dinast¨ªas norteamericanas.
El siglo cabalga a su fin. Desde la desesperanza, uno piensa que tal vez Francisco Franco, all¨¢ en la distancia que ya le ha entronizado para siempre, sonreir¨¢ por primera vez en su vida -no necesita ya el terror, la censura, ni siquiera la acritud: otros son los tiempos y las formas de gobernar la vida- diciendo: s¨ª, todo estaba atado, atado y bien atado.
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