?Viva la fiesta!
Bartolom¨¦ / Robles, Ortega Cano, S¨¢nchez PuertoToros de Felipe Bartolom¨¦, terciados pero con trap¨ªo y casta; para el 2, de excepcional nobleza, se pidi¨® la vuelta al ruedo. Julio Robles: estocada trasera ca¨ªda (divisi¨®n y sale a saludar); pinchazo y estocada (oreja, petici¨®n de otra y dos clamorosas vueltas al ruedo). Ortega Cano: pinchazo, media y rueda de peones (oreja); estocada (oreja). S¨¢nchez Puerto: bajonazo descarado y bajonazo (palmas y pitos); gran estocada (vuelta por su cuenta). Ortega Cano y el mayoral de la ganader¨ªa salieron a hombros por la puerta grande. Plaza de Las Ventas, 2 de junio. 191 corrida de feria.
Todos de acuerdo, de s¨²bito, y todos contentos. A la tarde 191 de la feria, coincidieron por fin p¨²blico, afici¨®n, toros, toreros, y aquello fue un espect¨¢culo memorable. Embest¨ªan con casta los toros, los toreros se superaban en la interpretaci¨®n de su arte y la afici¨®n madrile?a estallaba en j¨²bilo. "?Viva la fiestaaa.'", atron¨® la andanada, s¨ª, la misma de las protestas en corridas de trapisonda, y el tendido siete, que cierra filas cuando surge el fraude, respond¨ªa al grito, ivivaaa.l, y ole los toreros buenos y los toros bravos.
No hab¨ªa ira, ni ganas de reventar el espect¨¢culo, ni af¨¢n de protagonismo, ni nada de todos esos sambenitos que los taurinos quieren colgarle a la afici¨®n de Madrid para justificar sus atropellos. Hab¨ªa lo que de verdad es la afici¨®n de Madrid: un volc¨¢n de aplausos, de piropos, de alegr¨ªa de vivir, cuando la lidia se produce en su m¨¢s estricta y gloriosa autenticidad, en liza el toro serio y encastado, el diestro pundonoroso y valiente.
All¨ª estaba el toro de Madrid, que es, sencillamente, el toro de trap¨ªo, que hasta puede ser terciado, como los de ayer. Toro re matado, con las proporciones y la seriedad propias de sus a?os y del tipo caracter¨ªstico de la ganader¨ªa, con la casta que es el atributo fundamental de su especie Luego ser¨¢ bravo o manso, boyante o complicado, como ayer, que hubo de todo. Pero si tiene trap¨ªo y casta, ah¨ª hay toro, y la afici¨®n lo aplaude, y cuanto ocurra durante la lidia adquiere un m¨¦rito singular.
La divisa de Felipe Bartolom¨¦ alcanz¨® un gran ¨¦xito con estos toros, de los que fueron extraordinarios los dos primeros. El que abri¨® plaza era la representaci¨®n m¨¢s pura de la casta Santa Coloma: c¨¢rdeno de capa, terciado de l¨¢mina, engatillado de pitones, muy serio y tremendamente codicioso y noble. Julio Robles lo tore¨® sin complicarse la existencia: porque se le revolvi¨® en un natural, no utiliz¨® la izquierda; porque la embestida iba fuerte, se aliviaba con el pico.
El segundo era chico pero tambi¨¦n era una m¨¢quina de embestir. Desde donde lo citara Ortega Cano, all¨¢ acud¨ªa, alegre, fijo al enga?o,y lo persegu¨ªa engolosinado, hasta donde el torero lo quisiera llevar. Ortega Cano se esforz¨® en depurar su toreo, ligaba los pases, abrochaba las tandas cerrando en, torno el de pecho, acab¨® con unos ayudados por alto de filigrana. Todo lo hizo sin m¨¢cula y, efectivamente, la faena constituy¨® un compendio de perfecci¨®n t¨¦cnica; pero se qued¨® en los umbrales de la faena so?ada, mientras el toro hab¨ªa sido de ensue?o.
M¨¢s importante fue a¨²n la faena de Ortega Cano al quinto, un toro complicado. Desbordante de valor y torer¨ªa, Ortega Cano construy¨® un muleteo de altas calidades, y tore¨® ce?id¨ªsimo, vibrante, ahora inspirado de verdad, porque no hac¨ªa ostentaci¨®n de los artificios del arte sino que toreaba para ¨¦l mismo, goz¨¢ndose del poder¨ªo y del riesgo que pon¨ªa a contribuci¨®n para dominar al toro.
La tarde ya era entonces un clamor y ven¨ªa de antes, de la competencia que entablaron en quites Julio Robles y Ortega Cano. En el cuarto se midieron por chicuelinas los dos: suaves y de manos bajas Ortega, emocionantes las de Robles, tomando al toro de muy largo.
Arrollador Robles
De ah¨ª en adelante la actuaci¨®n de Robles fue arrolladora: empez¨® la faena de muleta con un afarolado y derechazos de rodillas, y el p¨²blico sigui¨® pr¨¢cticamente en pie todo lo dem¨¢s, los redondos largos, ligados y mandones, los naturales, los de pecho. El toro iba y ven¨ªa sometido al mando de aquella muleta poderosa y a¨²n m¨¢s al arrojo impresionante del diestro, que conf¨ªa los pases, sin importarle el roce de los pitones en los alamares. Aquello fue el delirio.
Y a¨²n hubo otro estilo de toreo hondo, pur¨ªsimo, en S¨¢nchez Puerto, que vivi¨® el drama profundo de la imposibilidad de triunfar cuando un triunfo era ayer su vida. Dibuj¨® la ver¨®nica cl¨¢sica y la modalidad del delantal, instrument¨® medias ver¨®nicas belmontinas y, con la muleta, carg¨® la suerte sin una sola concesi¨®n ni al alivio ni a la galer¨ªa. Pero los toros se le aplomaban, unas veces no embest¨ªan, otras se le paraban a mitad del pase. S¨¢nchez Puerto a¨²n consigui¨® redondos y naturales, trincherazos y ayudados a dos manos; y cuando en el sexto ya el toro se neg¨® rotundamente a embestir, lo provoc¨® metido entre los pitones, jug¨¢ndose a la ¨²ltima carta de la cornada el derecho a ser torero ma?ana tambi¨¦n y siempre.
A hombros levantaron a Ortega Cano, y al mayoral, y el p¨²blico no se cansaba de aplaudir, ni quer¨ªa irse de all¨ª, nunca. Y el gnito "?Viva la fiesta!" volv¨ªa a rubricar el j¨²bilo de una tarde memorable donde toros, toreros, p¨²blico, por fin, estuvieron todos de acuerdo.
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