Los intelectuales, en el sem¨¢foro
En una entrevista publicada a comienzos de los a?os ochenta, y a la pregunta de si los intelectuales hablan demasiado, Michel Foucault respondi¨® as¨ª: "La palabra. intelectual me resulta rara. Yo nunca he encontrado intelectuales. He encontrado gente que escribe novelas y otra que cura enfermos. Gente que hace estudios de econom¨ªa y otra que compone m¨²sica electr¨®nica. He encontrado personas que ense?an, personas que pintan y personas que nunca he entendido bien qu¨¦ es lo que hacen. Pero intelectuales, nunca. Por el contrario, he encontrado mucha gente que habla del intelectual. Y, a fuerza de escucharla, me he hecho una idea de lo que podr¨ªa ser ese animal. No resulta dif¨ªcil: es el que es culpable. Culpable un poco de todo: de hablar, de callarse, de no hacer nada, de meterse en todo... En resumen, el intelectual es la materia prima para toda sentencia, para todo veredicto, condena, exclusi¨®n... No creo que los intelectuales hablen demasiado, porque para m¨ª no existen. Pero encuentro que el discurso sobre los intelectuales es muy absorbente y no demasiado tranquilizador". Durante el reciente congreso de Valencia y sobre todo con motivo de los comentarios que acerca de ¨¦l se han hecho, me he acordado m¨¢s de una vez de este l¨²cido dictamen.El precipitado esencial de la sabidur¨ªa que un congreso como el de Valencia suscita en caletres obvios queda afortundamente expl¨ªcito en el apotegma de un taxista que me dijo: "?Vaya con los intelectuales!".
Eso, vaya, vaya. Si cito como autoridad a mi taxista no es por dem¨¦rito, sino porque acert¨® con el tono para hablar del asunto: "?Vaya con los intelectuales!" lo dijo como quien dice "?c¨®mo est¨¢ hoy la circulaci¨®n!". Y es que el problema viene a ser a fin de cuentas cuesti¨®n de tr¨¢fico. A lo que m¨¢s se parecen -enti¨¦ndase, nos parecemos- los intelectuales es a los autom¨®viles. Preguntar "?para qu¨¦ sirve hoy un intelectual?" es tan sensato o insensato como preguntar para qu¨¦ sirve hoy un autom¨®vil. La ¨²nica respuesta adecuada es: seg¨²n. Hay intelectuales de f¨®rmula 1 y otros utilitarios, hay intelectuales furgoneta, otros microb¨²s y otros limusina. Hay intelectuales a los que se les caen las puertas o les falla el carburador y otros capaces de afrontar sobresaltos todo terreno. No todos sirven para lo mismo y hay bastantes que apenas sirven para nada. Los ecologistas del esp¨ªritu quisieran suprimirlos porque causan accidentes, mientras que los dem¨¢s consideran que los muertos de fin de semana son un precio aceptable que hay que pagar por la posibilidad de ir a alguna parte m¨¢s r¨¢pidamente que a pie.
Algunos parecen suponer que todos son iguales, lo que obviamente no es verdad: no es lo mismo el modelo hecho en serie -que no se diferencia de su vecino sino por el color o por alg¨²n embellecedor del chasis- que el ejemplar ¨²nico hecho a mano y destinado a los m¨¢s arduos campeonatos. All¨ª, en Valencia, hab¨ªa de todo: faltaban pocas marcas conocidas y hasta tuvimos alg¨²n coche blindado y alg¨²n auto de choque. Parados todos juntos en el sem¨¢foro congresual, esperando la luz verde que volviera a llev¨¢rselos cada cual por su autopista o su vericueto, despertaban curiosidad, conmiseraci¨®n o envidia en los peatones, mientras aguardaban su carburante de reconocimiento y audiencia. ?Diremos que no eran aut¨¦ntio intelectuales o que hoy ya no cabe hablar de intelectuales? Ser¨ªa como decir que todo coche que no se parece a mi preferido no es un aut¨¦ntico autom¨®vil o que ya no hay autom¨®viles porque los Ford-T han sido retirados de la circulaci¨®n.
Muy posiblemente, la mayor¨ªa de los intelectuales pertenece al g¨¦nero de bobo ilustrado, por utilizar la expresi¨®n que titula una afortunada novela de mi amigo Jos¨¦ Antonio Gabriel y Gal¨¢n. Pero eso no quiere decir que los bobos sin ilustrar sean menos bobos o que su trato resulte notablemente m¨¢s ¨²til. Los que insisten agresivamente en el poco inter¨¦s de las opiniones de los intelectuales (ellos mismos, por lo general, pertenecen recalcitrantemente al gremio o son semiintelectuales, que es la peor forma de adscribirse a la cofrad¨ªa, con todos los tics y ninguno de los recursos gremiales) olvidan algo tan evidente que s¨®lo a un intelectual puede pas¨¢rsele por alto: la mayor¨ªa de las opiniones de los intelectuales son poco interesantes, pero todas las opiniones interesantes provienen de los intelectuales. Por supuesto que el adiestramiento intelectual no garantiza la bondad, ni la sinceridad, ni el desinter¨¦s, ni la fortaleza de ¨¢nimo, ni la independencia de criterio, pero estas excelentes cualidades morales tampoco son patrimonio frecuente entre los siempre sospechosos miembros del pueblo llano, tambi¨¦n llamados no menos sospechosamente hombres de la calle. Los que m¨¢s gritan contra los intelectuales que quieren "comerles el coco", o carecen totalmente de coco para ser comido o est¨¢n siendo ya masticados por alg¨²n otro intelectual menos identificable y por tanto m¨¢s peligroso. A fin de cuentas, los intelectuales est¨¢n vinculados a la inteligencia (si se prefiere, quien se esfuerza por vincularse a la inteligencia puede ser llamado intelectual) y por esta raz¨®n son a la vez da?inos e imprescindibles. Por decirlo con las palabras de mi maestro Bertrand Russell, "la inteligencia, hay que decirlo, ha provocado nuestros males; pero la falta de inteligencia no los curar¨¢".
Dos premisas s¨®lidas e ingenuas se repiten constantemente a prop¨®sito de la funci¨®n del intelectual, la una proclamada con agreste orgullo y la otra con irripl¨ªcita descalificaci¨®n. La primera asegura que los intelectuales han de mantenerse independientes respecto al poder y evitar su peligrosa contaminaci¨®n; la segunda establece que el intelectual apenas puede ser m¨¢s que un proveedor de ideolog¨ªa de la clase dominante. La inconsistencia de la primera aseveraci¨®n es tan obvia que hay que introducir alguna precisi¨®n sem¨¢ntica para que no resulte tan ofensivamente insostenible: probablemente, lo que quiere decirse es que los intelectuales har¨¢n bien en no ponerse abiertamente al servicio del Gobierno establecido o de los aspirantes a establecerlo. Pues, por lo dem¨¢s, el intelectual tiene ya poder, el poder de sus conoc¨ªmientos y de su, acceso a los medios de comunicaci¨®n, el poder del peritaje en alg¨²n campo en el que la especializaci¨®n cuesta tiempo y dinero. Por supuesto, nada de malo hay en esto. Tener poder es algo excelente -aunque el poder pueda ser socialmente bien o mal empleado-, y todas las personas que estudian, publican, componen o investigan aspiran a alcanzar cierto poder como desarrollo de su fuerza y capacidad propias. El poder se dice de muchas maneras, y desde luego no se concentra s¨®lo en los ministerios o en el despacho directorial de las grandes empresas. La reivindicaci¨®n de la libertad de expresi¨®n, por ejemplo, es una reivindicaci¨®n de libre flujo para el poder de los que hablan y escri-
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ben; por eso es la m¨¢s celosamente buscada por todos los intelectuales.
?Se limita el intelectual a producir ideolog¨ªa para la clase dominante? La cuesti¨®n no tiene vuelta de hoja, seg¨²n los creyentes en lo que con orgullo suele llamarse "teor¨ªa materialista del poder pol¨ªtico", para quienes todav¨ªa hoy la obra principal de Marx -no ideol¨®gica, sino cient¨ªfica, o, por decirlo en la jerga heideggeriana que a veces parad¨®jicamente se le superpone, pensamiento puro de la verdad del Ser- es biblia matem¨¢ticamente irrefutable. El materialismo de esta posici¨®n lo debe todo a la ilustraci¨®n m¨¢s totalmente concluyente y, por tanto menos ilustrada: para Cabanis, el cerebro segregaba pensamientos; para ¨¦stos materialistas, el Capital segrega ideolog¨ªas. Las mediaciones que distancian a Tomas Paine de Joseph de Maistre, a Nietzsche de Kierkegaard o Donoso Cort¨¦s, a Bertrand Russel de Sartre o Gonzalo Fern¨¢ndez de la Mora son detalles irrelevantes frente a lo esencial. El Capital sabe lo que le conviene y sabe que todo le conviene. En cuanto la apuesta trata de desviarse del terreno as¨ª marcado -pidiendo de paso aclaraciones no dogm¨¢ticas sobre que sea Capital, ideolog¨ªa, clase y dominio- se incurre, seg¨²n los precitados materialistas, en la peor de las complicidades, pero tambi¨¦n se despierta -seg¨²n el sujeto esc¨¦ptico y pensante de un peligroso hechizo. Los intelectuales producen ideolog¨ªa y cr¨ªtica de la ideolog¨ªa, los an¨¢lisis de lo real y las reglas del an¨¢lisis, la justificaci¨®n de lo dado y el derecho a darse de lo a¨²n no habido. Debajo de cualquier fondo real de lo vigente hay siempre otro deba que debe ser cuestionado y desde el que cuestionar, salvo pecado mitol¨®gico.
?Zafarrancho pol¨ªtico en Valencia? Probablemente era imposible renunciar a ¨¦l. Todo el mundo lo esperaba, lo solicitaba: a fin de cuentas, lo que cada cual reclama de los intelectuales y ¨¦stos -sean quienes fueren- nunca se sienten completamente dispensados de dar son voces de gesta. Al fondo, siempre est¨¢n retumbando demasiados ca?ones. A diferencia del a?o 1937, lo que o¨ªamos en Valencia por las noches eran fuegos artificiales, no bombardeos.
Pero el ¨²ltimo d¨ªa reson¨® la voz de los presos pol¨ªticos y la de sus encarceladores, el tumulto falsamente radical de los provocadores derechistas y la explosi¨®n atroz con la que el terrorismo volv¨ªa a la palestra. Nos recordaron que ning¨²n ejercicio meramente te¨®rico puede conciliar v¨¢lidamente lo que en la pr¨¢ctica permanece irreconciliado y que pensar no es nunca hurtar el bulto, sino dar la cara. En el fondo, lo importante no es s¨®lo ser un intelectual como es debido, sino esforzarse por vivir lo debido padeciendo sin indignidad, apocamiento o arrogancia entre confusiones y razones.
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