Las audiencias del 'Irangate' hacen de North un h¨¦roe
Cuatro largas jornadas de drama pol¨ªtico televisado en directo han convertido al teniente coronel Oliver North, el principal protagonista del Irangate, en un h¨¦roe nacional, en un nuevo general McArthur. El jueves, este oficial, fiel servidor de la pol¨ªtica de Ronald Reagan, se asom¨® a un balc¨®n del Senado, acompa?ado de su mujer, en un gesto sin precedentes, para recibir los v¨ªtores de sus partidarios congregados ante el Congreso. Ha habido que habilitar una habitaci¨®n, contigua al Caucus Room, donde se celebran las audiencias, para depositar los ramos de flores enviados al testigo m¨¢s famoso de la historia de EE UU.
Algunas personas han llegado a ofrecer cheques para pagar su defensa a los porteros del Congreso. Esta imagen positiva de North no ha sido aparentemente rota por su admisi¨®n de haber mentido al Congreso y falsificado documentos oficiales, o crear un aparato privado paralelo de gobierno para realizar operaciones encubiertas, acciones en principio que no cabe esperar de un h¨¦roe.El anuncio, ayer, de que terroristas extranjeros han llegado a Washington con el objetivo de asesinar a North, informaci¨®n que "es tomada muy en serio por la polic¨ªa", que ayer reforz¨® las medidas de seguridad en el Congreso, aumenta las simpat¨ªas por North y a?ade dramatismo a su testimonio.
Oliver North explic¨® ayer ante los comit¨¦s de investigaci¨®n del Congreso, sin pesta?ear, c¨®mo en la ma?ana del s¨¢bado 22 de noviembre de 1986 destruy¨® documentos comprometedores en su despacho ante las mismas narices de tres abogados enviados por el ministro de Justicia, Edwin Meese, para abrir una investigaci¨®n oficial sobre el desv¨ªo de fondos a la contra nicarag¨¹ense procedentes de la venta de armas a Jomeini. "Ellos hac¨ªan su misi¨®n y yo la m¨ªa", proteger al presidente y a una operaci¨®n encubierta, dijo fr¨ªamente el testigo. Esta revelaci¨®n, de ser cierta, arroja nuevas dudas sobre la diligencia de Meese, muy malparado por el testimonio de North, en los primeros d¨ªas de la investigaci¨®n del esc¨¢ndalo ordenada por el presidente.
North, enfrentado a 26 congresistas, los m¨¢s brillantes del Parlamento, y a los mejores abogados del pa¨ªs, ha conseguido transmitir la imagen del hombre traicionado por los pol¨ªticos que le utilizaron y ahora quieren dejarle solo como ¨²nico responsable.
No es el villano que muchos hab¨ªan cre¨ªdo antes de iniciarse su testimonio p¨²blico, y esta impresi¨®n, probablemente falsa, de v¨ªctima inocente est¨¢ logrando la simpat¨ªa de la Am¨¦rica profunda, tradicionalmente simbolizada en los ciudadanos de Peoria (Illinois) pegados al televisor.
Ha sido la televisi¨®n la culpable de este engrandecimiento electr¨®nico de North. Los americanos, afirman los comunic¨®logos, no est¨¢n escuchando lo que dice el testigo, sino que obtienen su impresi¨®n y forman sus opiniones con la imagen que proyecta. Esta idea no cambia con la lectura de los peri¨®dicos a la ma?ana siguiente.
Un militar patriota
Un militar de limpia ejecutoria, patriota, el chico bueno con cara de ¨¢ngel, al que acompa?a su modosa esposa, Betsy, perfecto s¨ªmbolo de la americana media de una ciudad peque?a, que s¨®lo actu¨® cumpliendo ¨®rdenes y para evitar que Nicaragua se convierta en un nuevo Vietnam.
Cuatro d¨ªas de testimonio han servido para demostrar que North no era el incontrolado que actuaba sin direcci¨®n. Hab¨ªa un plan, ideado por el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), William Casey -l¨¢stima que ya haya sido enterrado- que aparece como el verdadero promotor del Irangate, para hacer de Ollie North el chivo expia torio de la doble operaci¨®n encubierta.
North explic¨® al Congreso: "Yo iba a ser la patata caliente que se iba a dejar caer, la cabeza a cortar, era algo que acept¨¦ desde el principio". Pero este teniente coronel, que declar¨® que nunca discut¨ªa una orden del presidente o de sus superiores, limit¨¢ndose siempre a cuadrarse y a obedecer, dijo tambi¨¦n que se trataba de la responsabilidad pol¨ªtica y que no pensaba aparecer como un primo: "Fui la persona m¨¢s sorprendida en el planeta Tierra cuando me enter¨¦ que yo era el ¨²nico sujeto a una investigaci¨®n criminal y que alguien pensaba que yo pod¨ªa haber cometido un crimen".
Aqu¨ª comienza la rebeli¨®n del disciplinado oficial, que, por debajo de Ronald Reagan, al que est¨¢ protegiendo cuidadosamente, est¨¢ implicando en el encubrimiento del esc¨¢ndalo a los secretarios de Estado y de Defensa, Shultz y Weinberger; "su oposici¨®n a la operaci¨®n iran¨ª no era tan grande como luego han dicho" al ministro de Justicia y a tres consejeros de Seguridad Nacional.
Su testimonio esta semana resulta muy perjudicial para la Administraci¨®n y no ha despejado las dudas, debido sobre todo a la implicaci¨®n de Casey, el principal confidente y amigo del presidente en el Gabinete, sobre qu¨¦ sab¨ªa Ronald Reagan del desv¨ªo de fondos a los contra.
La Casa Blanca, que ha tenido que admitir que el presidente s¨ª est¨¢ siguiendo la declaraci¨®n de North por televisi¨®n, en contra de lo que dijo al principio de semana, est¨¢ preocupada por la declaraci¨®n, la semana pr¨®xima, del almirante John Poindexter. Este ex consejero de Seguridad Nacional era el superior inmediato de North, a quien ¨¦ste dirig¨ªa sus informes solicitando la aprobaci¨®n presidencial.
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