Un Pablo Romero endemoniado
El segundo toro era un impresionante ejemplar, de 651 kilos, que nada m¨¢s aparecer impuso respeto en el redondel. Unos minutos m¨¢s tarde lo impuso en el callej¨®n, al que salt¨® dos veces, limpiamente, una por la parte de sombra -y a¨²n quer¨ªa colarse en uno de los burladeros interio.res-, otra por la de sol, peg¨¢ndose una costalada. Habr¨ªa saltado m¨¢s veces al callej¨®n, pues trotaba continuamente hacia las tablas, mir¨¢ndolas con codiciosa avidez, pero aparecieron los picadores y entonces, nada m¨¢s advertir su presencia, se arranc¨® a los caballos, con endemoniada furia.Parec¨ªa endemoniado el Pablo Romero, por la sa?a con que se iba a los caballos, cruzando vertiginosamente el ruedo de parte a parte, sin atender al revoloteo de los capotes. En la primera embestida tir¨® por los aires al caballo y al picador, Victoriano C¨¢neva, cada uno por un lado, y a¨²n volvi¨® cinco veces m¨¢s sobre el caballo, volte¨¢ndolo de mala manera. Mont¨® de nuevo C¨¢neva la vapuleada cabalgadura y ftie para su desgracia, porque el Pablo Romero endemoniado, en la acometida brutal de latiguillo, le hizo saltar de la silla y lo atrap¨® en el aire, campane¨¢ndolo en los buidos pitones.
Pablo Romero / J
A. Campazano, L F. Espl¨¢, Sand¨ªnToros de Pablo Romero, grandes, mansos y descastados. Jos¨¦ Antonio Campuzano: pinchazo y bajonazo descarado (silencio); pinchazo, estocada baja y descabeflo (silencio). Luis Francisco Espl¨¢: pinchazo y met¨ªsaca (gran bronca); media contraria a toro arrancado (silencio). Lucio Sand¨ªn: pinchazo y estocada atravesada que asoma (palmas); dos pinchazos, estocada baja y descabeflo (silencio). El picador V¨ªctoriano C¨¢neva sufri¨® en el segundo toro una cornada grave. Plaza de Pamplona, 11 de julio. Sexta corrida de feria.
En la plaza qued¨® la sensaci¨®n de que se hab¨ªa producido una cornada fuerte. Pero tambi¨¦n qued¨® la sensaci¨®n enga?osa de que hab¨ªa en la arena un gran toro. El p¨²blico confund¨ªa la velocidad con el tocino. El toro era un mansazo, que hac¨ªa cuantas 5echor¨ªas definen a los de su especie: se arrancaba a oleadas contra el artefacto de picar, comet~¨ªa el desaguisado, hu¨ªa despavorido. Y los saltos aquellos al callej¨®n, tan vergonzantes para una ganader¨ªa brava. Saltos y oleadas, sin embargo, el p¨²blico los ir¨ªterpret¨® al rev¨¦s, y, puesto en pie, aclamaba al toro, ped¨ªa su indulto. Qu¨¦ barbaridad, qu¨¦ delito de lesa tauromaquia.
EIspl¨¢ no quiso tomar los palos en ese toro y a la gente le ofendi¨® en lo m¨¢s profundo. No se lo perdon¨® en toda la tarde. Desde llamarle cobarde hasta tirarle botellas, de todo hubo de soportar Espl¨¢. El manso lleg¨® a la rriuleta sin codicia alguna. De poco le sirvieron a Espl¨¢ los ayudados toreros, los cambios de mario floreados, alg¨²n que otro redondo ce?ido. La plaza estaba en contra suya, ?por no banderillear!
En el quinto s¨®lo quiso prender un par, pues volvieron a tirarle botellas. Recogi¨® del suelo dos -una de cerveza, otra de charrip¨¢n-, y se fue a la zona de sol, desde donde se las hab¨ªan arrojado, para dejarlas bajo el estribo. Recibi¨® entonces una rociacla de fruta y pan, y aguant¨® el chaparr¨®n como si le lloviera agua de rosas. Ah¨ª s¨ª le ech¨® valor Espl¨¢. Pretendi¨® arrimarse en la faena de muleta, empez¨® sentado en el estribo, continu¨® embarcando en redondo. Pocos pases pudo dar. No hab¨ªa nada que embarcar, no hab¨ªa toro. Lo que hab¨ªa era manso-buey, g¨¦nero descastado.
As¨ª de desesperantemente mansa fue toda la corrida. Ya pod¨ªa Campuzano intentarle los dos pases a la burrer¨ªa de su lote, que el toreo resultaba imposible. Y a¨²n m¨¢s imposible para Lucio Sand¨ªn, valent¨ªsimo con el tercero, derrochando generosidad torera al cargar la suerte y apurar al m¨¢ximo la est¨¦tica del muletazo con un Pablo Romero que no sab¨ªa embestir, sino topar.
Lucio Sand¨ªn intentaba que su torer¨ªa entrara en la cerraz¨®n del morucho de 670 que sali¨® en ¨²ltimo lugar, y fue una temeridad. Fue una temeridad, por la ralea del toro y por la actitud de gran parte de un p¨²blico que no tomaba en consideraci¨®n el gesto, pues toda su fuerza se iba en cantar y cantar.
Los c¨¢nticos, las duchas de champ¨¢n, las pozaladas de agua y tinto, los dimes y diretes, no pod¨ªan ocultar, sin embargo, la sordidez de la tarde, el fracaso ganadero, la tragedia del cornad¨®n que le tir¨® el Pablo Romero al picador con sabidur¨ªa asesina, la desolaci¨®n de los diestros, que sobre el peligro v¨ªvido, no contaron ni con la comprensi¨®n del p¨²blico. Y para remate, Espl¨¢, cuya actuaci¨®n hab¨ªa sido torer¨ªsima -al estilo de los matadores ant¨ªguos que hicieron historia- a¨²n tuvo al marcharse un altercado en el patio de caballos, con un grupo que lo asediaba violentamente. Tarde aciaga para todos, y para la feria del toro, peor.
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