Zonas de fluctuaci¨®n fijas
Entre las propuestas que actualmente se discuten, la m¨¢s popular es la de crear zonas de fluctuaci¨®n cambiaria fijas (target zones). Se tratar¨ªa de un sistema en el cual se fijar¨ªan las paridades de acuerdo con las condiciones fundamentales existentes en cada econom¨ªa (concretamente, la tasa de inflaci¨®n y el saldo de la balanza de pagos por cuenta corriente); luego, las autoridades monetarias se comprometer¨ªan a mantener, mediante medidas apropiadas, el tipo de cambio dentro del margen preestablecido. De este modo se espera mejorar la coordinaci¨®n de las pol¨ªticas macroecon¨®micas entre los pa¨ªses y suprimir la incertidumbre sobre la evoluci¨®n futura de los tipos de cambio, en bien de una mayor continuidad de la actividad inversora y de ritmos m¨¢s satisfactorios de crecimiento.?ste no es un camino prometedor, por varias razones. Una radica en el problema de la operatividad. Los gobiernos tendr¨ªan que definirse acerca del nivel de equilibrio de las paridades a establecer. Y lo tendr¨ªan que hacer para las paridades reales, pues son los tipos de cambio corregidos por los diferenciales inflacionarios, no los nominales, los que repercuten decisivamente en la asignaci¨®n de recursos y en los ajustes de balanza de pagos. Te¨®ricamente hay diversos m¨¦todos para calcular la paridades reales de equilibrio. Pero en el momento de aplicar estos modelos a la realidad, los resultados son, por su ambig¨¹edad, poco satisfactorios, como demuestran numerosos estudios.
Aun suponiendo que se pudieran fijar las paridades de equilibrio, surgir¨ªan problemas en relaci¨®n con las medidas a adoptar para mantener los tipos de cambio dentro de la zona. Si descartamos restricciones de los movimientos internacionales de capitales, el instrumento m¨¢s apropiado parece ser la pol¨ªtica monetaria. En el pa¨ªs cuya moneda se aprecie (deval¨²e), el banco emisor tendr¨ªa que adoptar medidas expansivas (restrictivas).
Conflictos vividos
En estas circunstancias, la pol¨ªtica monetaria quedar¨ªa supeditada a la consecuci¨®n de objetivos externos (defender la paridad cambiaria), con riesgo de que haya que sacrificar objetivos dom¨¦sticos (como la estabilidad de precios y un alto nivel de actividad). Este riesgo es grande porque no es probable que todos los pa¨ªses miembros de la zona se comprometan a controlar la inflaci¨®n y porque las pol¨ªticas fiscales, por s¨ª solas, carecen de efectividad para lograr todos los objetivos dom¨¦sticos.
Estos conflictos ya los vivimos una vez: bajo el antiguo sistema monetario de Bretton Woods con paridades fijas, que a principios de 1973 se derrumb¨® precisamente porque no fue posible reconciliar objetivos externos e internos. Y a aquel derrumbamiento contribuy¨® otro factor, que tambi¨¦n amenazar¨ªa la viabilidad de la zona: que ni los pa¨ªses con holgados excedentes en la balanza por cuenta corriente (como Alemania) ni los pa¨ªses cr¨®nicamente deficitarios (como Francia) revaluaban o devaluaban las paridades a tiempo y en la cuant¨ªa necesaria. Cada reajuste cambiario, finalmente forzado por la especulaci¨®n, se convirti¨® en un acto pol¨ªtico y estuvo acompa?ado de profundas discordias entre los Gobiernos involucrados. En el Sistema Monetario Europeo de la CEE se repiten estos hechos. La zona tendr¨ªa un destino similar, a no ser que la pol¨ªtica de ajuste cambiario se hiciera m¨¢s eficiente. Pero en este caso la zona dejar¨ªa de ser el ancla de estabilidad a cuyo amparo los agentes econ¨®micos puedan tomar sus decisiones.
Por lo dem¨¢s, el diagn¨®stico subyacente a la propuesta de la zona no es convincente. Una cosa es quejarse de las fluctuaciones de los tipos de cambio y otra es preguntarse qu¨¦ es lo que hubiera ocurrido si se hubiera mantenido el sistema de Bretton Woods en medio de las fuertes turbulencias que iba a sufrir la econom¨ªa mundial en los a?os setenta y ochenta. las dos escaladas de los precios petrol¨ªferos y su reciente ca¨ªda, la fuerte competencia desencadenada por los nuevos pa¨ªses industrializados, la r¨¢pida difusi¨®n de la microelectr¨®nica y otras tecnolog¨ªas b¨¢sicas, la crisis de la deuda externa en los pa¨ªses del Tercer Mundo, etc¨¦tera. Numerosos precios, sobre todo los salarios, no eran (ni son) lo suficientemente flexibles hacia abajo como para que las econom¨ªas hubieran podido absorber estos choques. Por consiguiente, tuvieron que ser los mercados de divisas los que desempe?aran el papel de amortiguador, adem¨¢s de las bolsas y los mercados de materias primas, donde las cotizaciones, dicho sea de paso, tambi¨¦n han oscilado considerablemente. Sin tipos de cambio flexibles, hubiera habido una avalancha de medidas proteccionistas en el comercio internacional y de restricciones severas sobre los flujos de capital, con consecuencias nefastas para la econom¨ªa mundial.
En el futuro no habr¨¢ menos requisitos de ajuste en las econom¨ªas que en el pasado reciente. La capacidad de ajuste mejorar¨¢ en la medida en que se progrese con la desregulaci¨®n de los mercados, ya en marcha en numerosos pa¨ªses. Un importante soporte ser¨¢ la flexibilidad de los tipo de cambio. Quien quiera que reine mayor calma en los mercados de divisas debe atacar las causas de las fluctuaciones y no conformarse con curar s¨ªntomas y cosechar considerables distorsiones y contratiempos en otros frentes. Por consiguiente, en vez de lanzarnos a la aventura de reformas monetarias lo que necesitamos es que los gobiernos persigan pol¨ªticas macro y microecon¨®micas m¨¢s coherentes y predecibles. Esto siempre es bueno para la econom¨ªa y har¨ªa que los mercados de divisas operasen de forma m¨¢s eficiente.
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