Se busca
Jam¨¢s ha sido visto en recepciones, lanzamientos, inauguraciones, homenajes, ni en otros acontecimientos de la vida cultural. Nunca figur¨® en la lista de ¨¦xitos de ventas. Ning¨²n embajador de su pa¨ªs se ha ocupado de ¨¦l, como no sea para denunciarlo.Es el mejor de los poetas argentinos y una de las m¨¢s altas voces de la poes¨ªa de lengua castellana. Se llama Juan Gelman. Est¨¢ pr¨®fugo de la justicia.
El jueves 12 de marzo, la jefatura de polic¨ªa inform¨® que Juan Gelman ha. sido procesado por violaci¨®n del art¨ªculo 2 10 del C¨®digo Penal, que castiga la asociaci¨®n il¨ªcita. La causa lleva el n¨²mero 5.148. Desde mediados de 1985 hay orden de captura. El 10 de febrero de 1986, el reo fue declarado en rebeld¨ªa.
A finales del a?o pasado, la ley de punto final legaliz¨® los cr¨ªmenes de la dictadura argentina. Despu¨¦s, los mejores jueces, que no se han achicado ante la prepotencia militar, han llevado la dignidad del poder civil mucho m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites previstos por el Gobierno. Pero otros jueces, en cambio, siguen fieles a los generales a quienes antes serv¨ªan. Miguel Guillermo Pons, uno de los jueces nombrados por la dictadura, de intensa actuaci¨®n durante el terror, es el que ha procesado a Juan. Poco antes, los asesinos del hijo y de la nuera de Juan hab¨ªan sido legalmente amnistiados, como otros miles de verdugos de uniforme.
El juez Pons funda su actitud en la conferencia de prensa que lanz¨® al movimiento peronista Montonero en Roma, en enero de 1977. Esa conferencia de prensa, ofrecida, entre otros, por Juan Gelman, tuvo lugar en plena dictadura y en ejercicio de un leg¨ªtimo derecho de rebeli¨®n. Un par de a?os despu¨¦s de la conferencia, Juan rompi¨® con los montoneros y fue p¨²blicamente maldito por Mario Firmenich y otros enamorados del poder y de la muerte, que en pleno delirio militarista terminaron pareci¨¦ndose al enemigo que combat¨ªan.
En realidad, el movimiento Montonero ha sido el pretexto preferido para justificar una de las m¨¢s sistem¨¢ticas matanzas de la historia latinoamericana, pero ni los errores ni los horrores de los montoneros, ni de todos los guerrilleros del mundo pueden servir para explicar medio siglo de barbaridades militares Desde 1930, las fuerzas armadas argentinas vienen usurpando la soberan¨ªa popular, y en tantos a?os han podido hacerse c¨¦lebres por su tendencia a derrocar presidentes, matar obreros y firmar rendiciones.
La verdad es que Juan tiene la culpa de ser civil, lo que ya resulta grave, y para peor, poeta, y por si fuera poco, poeta que canta a los libres y a los rebotados, y para completarla: uno de los m¨¢s activos denunciadores de la dictadura militar. ?l fue quien con sigui¨®, a mediados de 1976, las firmas de las grandes figuras pol¨ªticas europeas para un manifiesto que se public¨® en Le Monde y que fue la primera expresi¨®n importante de repudio a la dictadura en el plano internacional La publicaci¨®n provoc¨® una violenta urticaria a los generales y a unos cuantos intelectuales y pol¨ªticos que por entonces los acompa?aban con entusiasmo. Por testimonio de los raros sobrevivientes, se sabe que desde entonces la foto de Juan se exhib¨ªa en las paredes de los cuarteles que sirvieron de campos de exterminio. ?l era uno d e los m¨¢s malos entre los malos argentinos que desprestigiaban a la patria en el exterior.
De todos los que hace 15 a?os formamos en Buenos Aires el viejo equipo de la revista Crisis, a Juan le toc¨® lo peor. Peor que la muerte: lo fueron a buscar a la casa, y como no le encontraron, se llevaron al hijo y a la compa?era del hijo, que estaba embarazada. Se los llevaron en lugar de ¨¦l, y los desaparecieron. T¨¦cnica de las desapariciones, arte del crimen sin cad¨¢ver. La ley que absuelve a la gran mayor¨ªa de quienes aplicaron, en escala jam¨¢s vista, este siniestro instrumento de la guerra sucia, aclara, en su art¨ªculo sexto, que la amnist¨ªa "no comprende a las acciones civiles".
El odio y sus causas
Los poderosos y los impostores, los de ayer y los de hoy odian a Juan.
Lo odian porque se niega a aceptar la amnesia oficial. Juan tiene ojos en la nuca, y a mucha honra. ?l bien sabe lo que debi¨¦ramos saber todos los que hemos nacido en estas tierras: que es necesario tener ojos en la nuca, adem¨¢s de tenerlos en la cara, para no volver a caer en las trampas de siempre y para no volver a tropezar con las piedras mil veces tropezadas. Ignorando el pasado, nunca seremos capaces de parar esta tr¨¢gica calesita que es la historia latinoamericana.
Tambi¨¦n lo odian porque no es posible leerlo impunemente. Este poeta matrero, ajeno al ¨¦xito, enemigo de la publicidad, encarna la herencia de dignidad de una literatura que supo dar a Jos¨¦ Hern¨¢ndez y a Julio Cort¨¢zar, y que tambi¨¦n ha dado a algunos que aplaudieron a los generales, o callaron sus cr¨ªmenes, y que hoy, arrastrando larga cola de paja, se sienten acusados por la dignidad ajena.
Por todo eso lo odian quienes lo odian, pero sobre todo lo odian porque los poemas de Juan cometen el imperdonable crimen de casar a la justicia con la belleza. Juan celebra esa uni¨®n peligrosa y fecunda, la voluntad de justicia y la voluntad de belleza abraz¨¢ndose al amor, y por eso genera malestar. Est¨¢ fuera de onda. Est¨¢ fuera de la realidad. Ahora es el tiempo de los neutrales. Elegir se considera de mal gusto; se cultiva la equidistancia con helado cinismo. El oficio de escribir se considera decoroso cuando se practica como coartada de quienes se averg¨¹enzan de toda emoci¨®n y de arrepienten de toda pasi¨®n. El miedo, miedo de vivir, miedo de darse, miedo de jugarse y perder, se disfraza de realismo. Hombre jugado, hombre quemado. Realistas son los que desisten; marcianos los que resisten.
Pero ocurre que este marciano es el gran poeta de Buenos Aires. A esa ciudad, la ciudad donde naci¨®, le cant¨® como nadie, y ahora el poeta est¨¢ solo de ella, ahora ella se parece a la palabra nunca.
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