Entre el lirismo y la negrura
La rusa desarrolla en im¨¢genes una novela que parece escrita aposta para ser filmada. De ah¨ª la facilidad con que ha sido extra¨ªdo de ella un gui¨®n bien ordenado y escalonado, que se ajusta al relato escrito y que, al contrar o de lo que ocurre cuando se Caslada literatura a la pantalla, no requiri¨®, porque no lo necesita, modificaciones sustanciales en la acci¨®n novelada.El gui¨®n cuenta un asunto , vivo y con muchas posibilidades visuales. Trenza s¨®lidamente y con fluidez dos hilos narrativos contrapuestos, no f¨¢ciles de combinar: una historia de amor y un relato negro, un juego l¨ªrico urdico en un bastidor de intriga policiaca, extra¨ªda sin f¨®rceps de un marco pol¨ªtico perfectamente veros¨ªmil. La mezcla de solidez y soltura en la combinaci¨®n de hilos conductores de la acci¨®n da inmediatamente buenos frutos.
La rusa
El director: Mario Camus. Gui¨®n:Camus y Juan Luis Cebri¨¢n, sobre la n)vela del ¨²ltimo. Fotograf¨ªa: Fi. Burman. M¨²sica: Ant¨®n G. Abril. Rroducci¨®n: P. Mas¨®. Espa?ola, 1987. Actores: Angel van Os, Didier Flamand, Jacques Fran?ois, Muntsa Alca?iz, Eusebio L¨¢zaro, Fernando Guill¨¦n, 1. Hostalot, Jos¨¦ Pedro Carri¨®n, Juan Clea. Estreno en cine Coliseurri.
Producida con mucho esmero, realizada cada secuencia siempre con buen oficio y a veces con maestr¨ªa -por ejemplo, los encuentros entre el diplom¨¢tico y el terrorista, un momento muy dif¨ªcil de hacer visualmente veros¨ªmil, son por completo convincentes-, la pel¨ªcula arranca muy bien y crece sin esfuerzo aparente. Pero hay elaboraci¨®n, lo que da densidad a la imagen, pese a que saltan de ella algunos di¨¢logos que se atienen en demas¨ªa a la letra previa y no han sido concretados en la prueba de fuego del rodaje, para all¨ª ajustarlos con giros propios a las propiedades de cada rostro. Un di¨¢logo puede ser cre¨ªble le¨ªdo, y no serlo dicho. Pero esta regla de oro no ha sido observada. Un doblaje dent¨ªfrico de los protagonistas aumenta la abstracci¨®n de algunas r¨¦plicas, cuando tal abstracci¨®n desaparece al hablar con la propia voz otros actores y su palabra suena a veraz.
Enfoque, duplicidad, ritmo
Pero los buen¨ªsimos augurios de la primera mitad de la pel¨ªcula se diluyen en su zona terminal, pues cuando el relato debiera elevarse, desciende. El alto tono de producci¨®n se mantiene, la hilaz¨®n de los sucesos sigue estando bien urdida, la solvencia en la realizaci¨®n permanece, pero la l¨ªnea de inter¨¦s balbucea en un momento inoportuno.Tres son, a mi juicio, las causas de este balbuceo. La primera es la colisi¨®n entre el enfoque inicial y el que se desprende del desarrollo del filme, que crea confusi¨®n en el espectador. Arranca el relato de la voz en off, sobre negro, de la protagonista, que el espectador adopta, por mandato inapelable de la pantalla, como propia. Forzado por este Comienzo, se cree ver el filme a trav¨¦s de ese personaje. Pero La puesta en escena avanza y se contradice, adoptando el punto de vista del otro personaje, hasta el punto de que visualiza datos intransferibles de su conciencia, como visiones y recuerdos.
La segunda est¨¢ en una deficiencia en la contraposici¨®n del personaje interpretado por Didier Flamand. Dicho personaje vive en una situaci¨®n de duplicaci¨®n, de eje de dos historias paralelas que confluyen en ¨¦l. Pues bien, el actor jam¨¢s da sensaci¨®n de encontrarse en medio de una tan radical duplicidad: es, por el contrario, un monolito, que usa siempre el mismo gesto, la misma mirada, la misma forma de estar ante la c¨¢mara, lo que le impide transmitir desgarro en su conciencia y su conducta. Es id¨¦ntico despachando ante un ministro que amando a su amante. Carece de sentido de la mutaci¨®n y no ha sido dirigido para que la adquiera. El relato de una duplicidad choca as¨ª contra una uniformidad.
La tercera, y a un juicio la m¨¢s negativa, es el mantenimiento por Mario Camus del mismo ritmo del comienzo en la zona de desenlace del filme, cuando, con toda evidencia, debiera haber acelerado los acontecimientos y dado mayor agilidad y trepidaci¨®n a la puesta en escena a partir de que en ella se visualiza un suceso tan condicionalmente como es la muerte del terrorista. Un acto de tal violencia no entra impunemente en un filme de ritmo cadencioso, pues, aceptado por el espectador, tal hecho gravita sobre su contemplaci¨®n de todo lo que sucede despu¨¦s y presiona inflexiblemente sobre ello, pidiendo una aceleraci¨®n del ritmo que no se produce. Y la pel¨ªcula, en el instante en que ha de forzar la marcha, desfallece.
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