El campo de batalla nuclear
En un documentado libro de reciente publicaci¨®n que tiene el mismo t¨ªtulo que este art¨ªculo (Arkin y Fieldhouse, editorial Ariel, Barcelona, 1987), dos prestigiosos investigadores norteamericanos ponen al alcance de cualquier lector el fascinante e incre¨ªble mundo de lo que se ha venido en denominar la infraestructura nuclear. Es decir, el conjunto de medios que en ¨²ltimo t¨¦rmino permite el empleo de las armas nucleares y que constituye una telara?a casi invisible que envuelve el planeta con una tupida red.Porque las armas nucleares en s¨ª mismas -bombas, proyectiles, cargas explosivas para misiles, minas de demolici¨®n, etc¨¦tera-, que son las que a veces preocupan a las poblaciones en cuya proximidad despliegan o se almacenan, no constituyen sino el ¨²ltimo eslab¨®n de un complejo proceso que abarca m¨²ltiples instalaciones y actividades cuya relaci¨®n con las armas nucleares no es a menudo tan evidente.
Las armas nucleares, antes de poder ser utilizadas, han de ser ensayadas en laboratorios, campos de pruebas y tiro, y en muchos casos todo esto requiere vastas redes, a veces de alcance mundial, sin olvidar el espacio exterior, sobre las que se extienden los sistemas de transmisi¨®n de ¨®rdenes y de datos. Una vez obtenido y comprobado el producto, esto es, el arma nuclear, su empleo s¨®lo puede concebirse, en la mayor¨ªa de los casos, mediante el uso de un enorme sistema de comunicaciones que permita ordenar el disparo de cualquier arma, est¨¦ donde est¨¦, hacia cualquier objetivo, as¨ª como de un extens¨ªsimo dispositivo para la adquisici¨®n y valoraci¨®n de ¨¦stos. La simple construcci¨®n de un puente en un pa¨ªs potencialmente enemigo puede bastar para poner en marcha un exhaustivo proceso de obtenci¨®n de datos sobre ¨¦l, a fin de poderlo destruir, si llega el caso, con la m¨¢xima eficacia. Las interminables listas de posibles objetivos,para armas nucleares en los pa¨ªses o coaliciones enemigas son actualizadas permanentemente.
Pero la cosa no termina ah¨ª.
Las armas nucleares enemigas pueden estar en tierra, bajo tierra o sumergidas en el mar, y, dado que son previsibles objetivos, es necesario descubrirlas. As¨ª pues, la oceanograf¨ªa y la sismolog¨ªa, sin ir m¨¢s lejos, han de contribuir necesariamente a las necesidades de la omnipresente infraestructura nuclear. Una estaci¨®n sismol¨®gica tanto puede servir para detectar un terremoto como para conocer datos sobre cualquier explosi¨®n subterr¨¢nea de las armas nucleares del enemigo.
Y si las armas propias, por, ejemplo, navegan sumergidas, es necesario conocer su posici¨®n exacta cuando han de dispararse, con lo que la cartograf¨ªa y los sistemas de navegaci¨®n pasan a ser medios indispensables para las armas nucleares, que exigen incesantes perfeccionamientos. Un sistema de navegaci¨®n por sat¨¦lite de inminente entrada en servicio permitir¨¢ a EE UU situar cualquier punto de la superficie terrestre con error no superior a unos 20 cent¨ªmetros.
Adem¨¢s, el tiempo debe medirse con precisi¨®n, pues los vectores de estas armas -que as¨ª es como se suele llamar a sus medios de lanzamiento-, cada vez capaces de mayor precisi¨®n, se basan en una sincronizaci¨®n exacta entre los diversos medios que intervienen en su funcionamiento. De ah¨ª que est¨¦ a punto de entrar en servicio un sistema de sincronizaci¨®n, es decir, un reloj cuya precisi¨®n alcanza el incre¨ªble valor de un nanosegundo (esto es, de una milmifion¨¦sima de segundo).
Estrellas fugaces
En este terreno de lo casi inveros¨ªmil ya ni siquiera asusta saber que hasta las estelas ionizadas producidas por los meteoritos han sido utilizadas, al parecer con cierto ¨¦xito, como reflectores naturales de las ondas radioel¨¦ctricas para poder aumentar su alcance y transmitir, durante su fugaz existencia, datos vitales para la utilizaci¨®n de las armas nucleares cuando, como consecuencia del caos producido tras unas cuantas andanadas nucleares, otros medios m¨¢s comunes puedan quedar inservibles. As¨ª, hasta las estrellas fugaces son arrancadas de su cielo po¨¦tico y arrojadas al abismo nuclear.
As¨ª pues, las m¨¢s de 50.000 cargas nucleares diseminadas hoy sobre la Tierra, de las que los europeos tenemos el privilegio de albergar una sustancial proporci¨®n, pueden arrasar el planeta, y de hecho lo har¨ªan con suma eficacia si se utilizan conforme est¨¢ planificado. Pero, en importancia relativa, y teniendo en cuenta que algunas de aqu¨¦llas son de tama?o no mayor que el de una m¨¢quina de escribir -aunque el peque?o tama?o no sea aspecto consolador en este caso-, estas cargas casi no son nada en comparaci¨®n con las aproximadamente 2.500 instalaciones importantes que poseen los cinco principales pa¨ªses nucleares (Estados Unidos, Uni¨®n Sovi¨¦tica, Reino Unido, Francia y China) y que constituyen el n¨²cleo de su infraestructura nuclear.
La primera reflexi¨®n que puede hacerse cuando se llega a concebir, aunque sea someramente, la incre¨ªble amplitud de la infraestructura nuclear es que la guerra nuclear est¨¢ siendo cuidadosa mente preparada d¨ªa a d¨ªa, con independencia de cualquier tipo de declaraci¨®n efectuada por lo,, l¨ªderes pol¨ªticos mundiales sobre su voluntad de paz e incluso sin casi v¨ªnculo alguno con las vicisitudes propias de las relaciones internacionales. En efecto, ¨¦stas pueden pasar alternativamente por per¨ªodos de agudizaci¨®n de la guerra fr¨ªa o de distensi¨®n, pero Ia infraestructura nuclear apenas percibe esa realidad exterior. Su funci¨®n es tener lista, siempre a punto, la guerra nuclear a cualquier nivel, desde una peque?a guerra local en un teatro de operaciones perif¨¦rico (y naturalmente Europa puede resultar perif¨¦rica para los no europeos) hasta una guerra general que abarque la casi totalidad de los espacios terrestres, a¨¦reos o mar¨ªtimos del planeta, pues en estos espacios, sin limitaci¨®n alguna, es donde precisamente se lleva a cabo su esmerada planificaci¨®n.
La segunda y, por hoy, ¨²ltima conclusi¨®n que parece oportuno poner de relieve, cuando la insistencia en el desarme nuclear produce sonoros ecos en los altos foros internacionales, es que no basta con reducir las armas, meros eslabones finales -por letales que puedan ser- de la cadena de la infraestructura nuclear, sino que es preciso incluir en la voluntad de desarme otras piezas de la misma cadena, como las f¨¢bricas, las instalaciones de prueba e investigaci¨®n, las redes de alarma, vigilancia y comunicaciones, los sistemas de planificaci¨®n y control y los dem¨¢s dispositivos complejos que, a modo de ocultar ra¨ªces extendidas sin l¨ªmite aparente, podr¨ªan hacer brotar de nuevo, y con gran facilidad, cualquier otro sistema de armas nucleares.
Si realmente no se desea para el futuro una guerra nuclear, habr¨¢ que empezar a pensar que el mejor modo de lograrlo es no dedicarse a prepararla con tanto refinamiento.
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