La felicidad es un ardor renuente
(historia de un mito)
Una canci¨®n carioca canta a la felicidad y la compara a una quimera. La felicidad no es una quimera sino otra invenci¨®n griega: una parodia. En ingl¨¦s felicity es felicidad de estilo y la parodia consiste en conseguir la felicidad por la infelicidad, mostrando que un estilo o todos los estilos son como el hombre mismo: no importa lo felices que hayan sido alguna vez, al final son siempre infelices. Estilo, destino. El estilo puede ser un estilete y los estilistas mueren todos en su propia parodia, que es su salsa. Pero mientras dura es bueno saber que felicidad viene de felix en lat¨ªn. Prefiero el f¨¦lix de los ingenios a ese f¨¦nix que arde cada cien a?os de rabia in¨²til que lo consume, para nacer de nuevo de sus cenizas fr¨ªas. Esta haza?a, Manuel, es tan dudosa como ver un puro consumido surgir del cenicero, f¨¦nix. consumado, cenizas sin sentido. Me pregunto: ?un ave de asbesto har¨ªa la felicidad final del f¨¦nix?Los te¨®logos cre¨ªan que el f¨¦nix era "una prueba de la resurrecci¨®n de la carne". Alg¨²n cristiano primitivo arguy¨® que el f¨¦nix era el Esp¨ªritu Santo: ave de resurrecci¨®n. El p¨¢jaro de fuego es inmortal porque reaparece en todas las literaturas de todas las ¨¦pocas. Hasta hay una empresa de seguros que se llama El F¨¦nix. En su logo se ve un p¨¢jaro surgiendo de las llamas. El p¨¢jaro parece ser el s¨ªmbolo del pago puntual de la compa?¨ªa por todo lo que perece en un incendio. Pero, perito, el f¨¦nix fue un incendiario. Otro avatar, menos modesto, del f¨¦nix es la misma tierra, que surgi¨® de un magma ¨ªgneo. Los volcanes son un recordatorio: fuego fuiste y en fuego te convertir¨¢s. Esa es la idea detr¨¢s de los crematorios.
Para el f¨¦nix, la felicidad no es una quimera, monstruosa colega, sino una quemada. Por esa leve quemadura que dura es que comienza el f¨¦nix a arder que da gusto. Al menos le da gusto al f¨¦nix, que arde de tarde en tarde. La felicidad, m¨¢s f¨¦lix que f¨¦nix, es algo que vive para nacer, pero todav¨ªa no ha nacido. Nuestra felicidad viene de felicitas, en lat¨ªn. "Aus¨¦ntate de la felicidad un tanto", pide por boca de Shakespeare el moribundo Dan¨¦s a su amigo Horacio: "para contar el cuento", y no es la historia de la felicidad lo que vamos a o¨ªr. Hamlet era un melanc¨®lico tenaz: nada, excepto la venganza, lo hac¨ªa feliz. Felicitas intent¨¦ decir antes de que Hamlet dictaminara final: "El resto es silencio". Felicitas viene de fecundus y fecundo, Facundo, viene de feto, en efecto.
Para los latinos -se ruega no confundir con los latinoamericanos-, nacer era una felicidad. Esos romanos escasos no conoc¨ªan la superpoblaci¨®n. Mucho menos la explosi¨®n de la poblaci¨®n por la eliminaci¨®n (favor de notar la brutal rima romana) de la mortandad infantil, que a su vez ha obligado al control de la natalidad por la vasectom¨ªa o uni¨®n de los vasos deferentes en versos diferentes. O la p¨ªldora nuestra de cada d¨ªa. O el mismo m¨¦todo que recomienda el Papa. La felicidad entre nosotros no viene de feto sino de la ausencia del feto o de que la posible portadora no sea fecunda. La felicidad no es una ni?era, es una quimera. Quimera en la mitolog¨ªa era un monstruo, primo del f¨¦nix, que echaba fuego por todos sus orificios: ¨¦se era su oficio. La quimera era una llama viva, el f¨¦nix mor¨ªa y viv¨ªa entre llamas. Los griegos jugaban con fuego en sus mitos m¨¢s ¨ªntimos y en sus guerras frigias. Adem¨¢s de inventar el fuego fatuo: fuego in¨²til, fuego fofo.
Oigamos un poco de esa historia m¨¢s antigua, mito mutuo, la mitolog¨ªa. Prometeo, uno de los titanes, era en su juventud poco m¨¢s que un prestidigitador de sombrero de copa y capa, cuando se le ocurri¨® inventar al hombre. ?Presto! Y lo hizo, ya sabernos que lo hizo. Pero lo hizo de la arcilla m¨¢s barata. El, hombre, como el ladrillo, para cocer necesitaba el fuego, y Prometeo, ceramista, lo rob¨® de la fragua de Hefesto, nefasto, a quien algunos llamaban Vulcano, por vulcanizar un poco. Estos sicofantes de Hefesto, en efecto, viv¨ªan y mor¨ªan bajo Vulcano. Al conocer el robo de la llama eterna, Vulcano erupt¨® en ira, expeli¨® gases y vomit¨® lava. Zeus, lava la lava, conden¨® a Prometeo a un martirio que dur¨® duro mientras dur¨®. Los dioses, como se sabe, no mueren, s¨®lo se transforman. Pero no pudo cumplir Prometeo lo prometido y no tuvo tiempo de crear a la mujer. Zeus, celoso, se encarg¨® de hacerle una mujer a su medida y la llam¨® Pandora, a quien regal¨® para su boda un cofre. Dentro del estuche, aparentes bombones, en realidad una bomba, estaban todos los males del mundo. Incluyendo, por supuesto el feminismo, que es como llamar al pan vino. "Recuerda no abrir la cajita, Pandorita", recomend¨® Zeus con un gui?o, insinuando que la caja ten¨ªa resonancias sexuales. (Algunos dicen que la caja de Pandora es su sexo.) Tentada Pandora, abri¨® su caja y -bueno- aqu¨ª estamos: hijos de una caja y un ladrillo. Pero el hombre vive demostrando que todo ardor perecer¨¢. Eso se llama divorcio.
Una de las consecuencias del fuego Prometeico fue el conmovido mon¨®logo de Otelo, marido que, extra?amente, no quiere matar a su mujer. "Apagar¨¦ la luz.", se lamenta y repite: "Y apagar¨¦ la luz". Este soliloquio ha causado parejas parodias por amor y desd¨¦n de Desd¨¦mona. Otra consecuencia prometeica fue la invenci¨®n del fuego griego, arma terrible originada por ?rqu¨ªmedes, el hombre que fue eureka. Era un arma tan temerosa que la Convenci¨®n de Ciudades Egregias prohibi¨® su uso (glasnost griego) a menos que se empleara en contiendas convencionales. Arqu¨ªmedes., que hab¨ªa planeado un uso comercial para su fuego no fatuo (para emplearlo, por ejemplo, en revivir al f¨¦nix), se sinti¨® agredido en Agrigento. ?Agria gente! Movido por la furia, Arqu¨ªmedes invent¨® la palanca, y amenaz¨® con mover al mundo por 10 d¨ªas. Muri¨® buscando apoyo.
Llevo, timado lector, unas cuantas p¨¢ginas haciendo parodia sin que se me note. Algunos lectores son como el buen burgu¨¦s de Moli¨¨re, que hablaba en prosa y no lo sab¨ªa. "Pero ?c¨®mo, yo tambi¨¦n hablo en prosa?". "S¨ª, se?or, s¨ª, y ha hablado usted en prosa toda su vida". Pero ?y entonces la parodia? Todos deb¨ªamos hacer parodia a sabiendas: parodiar por odiar, parodiar para no odiar. Por mi parte parodio no por odio. Mi lema es parodia que algo queda. Deb¨ªamos vivir en Parodia, estado de sitio inc¨®modo para los que hablan en prosa y no lo saben. Tambi¨¦n ignoran ¨¦stos que la parodia una forma de poes¨ªa en prosa, como ya demostr¨® Arist¨®fanes en Grecia hace 2.500 a?os, cuando el f¨¦nix viv¨ªa al amor de la lumbre. Escribi¨® entonces un par de parodias sin paranoia. Parodia que amas, que es ama. "?Y la felicidad? Usted nos prometi¨® la felicidad, ?recuerda?".
Es verdad. Les promet¨ª la felicidad. Tambi¨¦n es -verdad que todo el mundo promete la felicidad. Sobre todo aquellos que no pueden darla porque no la conocen. La prometen los hombres, la prometen las mujeres y la prometen los pol¨ªticos. Un hombre que no fue feliz, Thomas Jefferson, la prometi¨® en la Constituci¨®n de Estados Unidos con una frase hermosa: "Mantenemos estas verdades como evidentes en s¨ª mismas: que todos los hombres han sido creados iguales; que fueron dotados por el Creador con ciertos derechos inalienables: que entre ellos est¨¢n la vida, la libertad y la persecuci¨®n de la felicidad". Jefferson, un libertador, pero tambi¨¦n un pol¨ªtico, hab¨ªa escrito y borrado debajo de felicidad la palabra riqueza.
La idea de felicidad la dio hace tiempo un fil¨®sofo. Aparece en un apotegma de Alcme¨®n de Crotona, el primer oculista, que siguiendo a su maestro Pit¨¢goras dijo: "La felicidad consiste en saber unir el fin con el principio". Aqu¨ª va mi mayor contribuci¨®n a la felicidad por hoy. Una canci¨®n carioca declara a la felicidad una quimera. (Se repite.)
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