Contra la pena de muerte
"Me hallaba embebido en la lectura del breve libro De? delitti e delle pene, que es a la moral lo que a la medicina son los pocos remedios con los que nuestros males pueden ser aliviados. Confiaba en que esta obra habr¨ªa mitigado lo que queda de barbarie en la jurisprudencia de tantas naciones y que habr¨ªa mejorado al g¨¦nero humano, y he aqu¨ª que, en cambio, me lleg¨® la noticia de que en provincias hab¨ªa sido ahorcada una muchacha de 18 a?os...". As¨ª empieza el Commentaire sur le livre des d¨¦lits et des peines, par un avocat de province. Pero el autor que se ocultaba en la vaga identidad de un abogado de Besan?on era f¨¢cil de reconocer: Voltaire.Era a finales del verano de 1766. Unos meses antes se hab¨ªa publicado con gran ¨¦xito la edici¨®n francesa, al cuidado del abate Morellet, del libro de Beccaria. Y he aqu¨ª que, contra toda esperanza, a Voltaire, que se dispon¨ªa a dar un "testimonio de gratitud" a aquel italiano que con tanta sensibilidad humana y con tanto sentido com¨²n hab¨ªa representado al mundo el horror de la pena de muerte, le llega la noticia del ahorcamiento de una muchacha de 18 a?os.
Han pasado exactamente 221 a?os desde que Voltaire escribi¨® el Commentaire, y a finales del verano de 1987 nos llega la noticia de que una muchacha norteamericana est¨¢ a punto de sufrir la pena de muerte en una prisi¨®n estadounidense. La jurisprudencia ha ido haci¨¦ndose cada vez m¨¢s b¨¢rbara, y el g¨¦nero humano no ha mejorado en absoluto, salvo en aquella parte -tal vez menos exigua que en tiempos de Voltaire- que alza su protesta contra la condena a muerte de Paula Cooper. Y podr¨ªa ser, aunque tengo pocas esperanzas, si recuerdo otros angustiosos casos norteamericanos, que cuando estas notas m¨ªas vean la luz en el peri¨®dico Paula Cooper haya sido indultada. Pero el problema de la pena de muerte, de este retazo de barbarie que sobrevive en la jurisprudencia de tantos pa¨ªses que se llaman civilizados, sigue tal cual como en el a?o 174, en el que Voltaire publicaba el Commentaire a aquel peque?o y grand¨ªsimo libro que hab¨ªa visto la luz an¨®nimamente dos a?os antes suscitando el m¨¢s ilustrado (de Ilustraci¨®n) consenso y alguna l¨ªvida preocupaci¨®n: la de la Rep¨²blica de Venecia, que encarg¨® al fraile Angelo Fachinel que escribiera un libelo contra De? delitti e delle pene de aquel an¨®nimo autor, cuya identidad, por otra parte, era de todos conocida.
A la cuenta de los a?os transcurridos desde el libro de Beccaria y, del de Voltaire, hay que a?adir que en 1988 se conmemora el 250? aniversario del nacimiento en Mil¨¢n de Cesare Beccaria. Y sabiendo la avidez con que en todo el mundo se celebran semejantes efem¨¦rides, podemos estar seguros de que ¨¦sta, referida a Beccaria, tampoco ser¨¢ olvidada; al menos en los pa¨ªses que han cancelado de sus leyes la verg¨¹enza de la pena de muerte. Yo dir¨ªa que estos pa¨ªses, para aumentar la verg¨¹enza de aquellos otros que a¨²n la mantienen, tienen el deber de celebrarla con la mayor solemnidad y con la mayor resonancia.
Es necesario afirmar como sea y donde sea -y la filatelia tambi¨¦n puede ser un medio para ello- que aquel peque?o libro es ya irrenunciable patrimonio de toda la humanidad y una de las pocas y verdaderas cosas que el hombre puede ofrecer de s¨ª como testimonio de que ha mejorado y de que ha progresado en la raz¨®n y en la dignidad. Pero no todos los hombres est¨¢n convencidos de esto: en los Estados que mantienen la pena de muerte hay juristas que la apoyan y que certifican su necesidad y su utilidad.
En los a?os del fascismo -que restaur¨® la pena de muerte-, en Italia, algunos juristas intentaron desvalorizar de todas las maneras posibles la obra de Beccaria. Se lleg¨® a afirmar que su cultura hist¨®rica y jur¨ªdica era bastante escasa, que su pensamiento no era nada original y que s¨®lo hab¨ªa sido un superficial y afortunado divulgador del pensamiento ajeno. Se le negaba la ciencia. ?Pero qu¨¦ es la ciencia sin la conciencia. Adem¨¢s, Beccaria sab¨ªa muy bien que hablaba en nombre de la conciencia cuando dec¨ªa que se consideraba plenamente satisfecho "si defendiendo los derechos de los hombres y de la invencible verdad" su libro contribu¨ªa "a arrancar de las congojas y de las angustias de la invierte a alguna v¨ªctima de la tiran¨ªa y de la ignorancia, igualmente fatales". Y el juicio m¨¢s sereno y m¨¢s justo acerca de De? delitti e delle pene (la primera vez que se public¨® en Espa?a fue con el t¨ªtulo Tratado de los delitos y de las penas) sigue siendo el de Alessandro Manzoni, que era hijo de una hija de Cesare Beccaria: "Con el esplendor del genio siempre presente consigui¨® convertir en sentido com¨²n lo que era paradoja". Lo que entonces parec¨ªa parad¨®jico, es decir, la aversi¨®n a la pena de muerte, y que hoy, al cabo de dos siglos y medio, deber¨ªa parecer un lugar com¨²n y un principio totalmente obvio. Pero, evidentemente, las cosas no son as¨ª si Paula Cooper espera en la celda de la muerte.
Traducci¨®n: ?ngel S¨¢nchez-Gij¨®n
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