Frank Carlucci, probable nuevo jefe del Pent¨¢gono
La dimisi¨®n de Caspar Weinberger como secretario de Defensa norteamericano supone que la Administraci¨®n de Ronald Reagan pierde a su principal halc¨®n, el m¨¢s ferviente defensor de la guerra de las galaxias, el impulsor del rearme militar de EE UU y quien m¨¢s tenazmente se ha opuesto a firmar con la URSS acuerdos de control de armamentos. Weinberger, de 70 a?os, ser¨¢ sustituido probablemente por Frank Carlucci, el actual consejero de Seguridad Nacional, que ya fue subsecretario de Defensa. Carlucci es un pragm¨¢tico, alineado con el secretario de Estado, George Shultz, y partidario de negociar con Mosc¨². Ma?ana se espera el anuncio formal de la dimisi¨®n de Weinberger, cuando ¨¦ste regrese a Washington tras la reuni¨®n de la OTAN en California.
FRANCISCO G
BASTERRA,
La salida del jefe del Pent¨¢gono, oficialmente explicada por motivos personales -la mujer de Weinberger sufre de c¨¢ncer-, coincide con un momento en el que Ronald Reagan, el presidente m¨¢s anticomunista de la historia de este pa¨ªs, est¨¢ a punto de firmar un hist¨®rico acuerdo de eliminaci¨®n de euromisiles con Mijalil Gorbachov. Despeja el camino del proceso de distensi¨®n nuclear que parece iniciarse entre las dos superpotencias y deja a los sectores m¨¢s conservadores de Washington sin uno de sus principales paladines en la Administraci¨®n.Reagan, al que solamente le quedan 15 meses en la presidencia, parece dispuesto incluso a ir m¨¢s lejos y quiere pasar a la historia firmando, el pr¨®ximo a?o en Mosc¨², un acuerdo de reducci¨®n del 50% de los arsenales nucleares estrat¨¦gicos. Weinberger, que ha hecho todo lo posible por convencer al presidente de que la URSS siempre enga?a y de que los tratados de armas con Mosc¨² son perjudiciales para EE UU, ha podido pensar que este es el moniento adecuado para abandonar el Gabinete.
No quiso ceder
En el dif¨ªcil camino para llegar a un acuerdo sobre los misiles intercontinentales, es posible que Reagan tenga que ceder algo en su proyecto de la Iniciativa de Defensa Estrat¨¦gica (SDI). Este es un tema tab¨² para Weinberger, que en los ¨²ltimos meses ha tratado de convencer al presidente de que acelere el despliegue parcial del sistema de defensa espacial y de que aumente su financiaci¨®n. Pero no ha sido capaz de convencer plenamente a Reagan, que contin¨²a, sin embargo, firme en su negativa a sacrificar la SDI, ni al Congreso.
Weinberger, un pol¨ªtico inteligente y batallador, uno de los verdaderos creyentes en la revoluci¨®n Reagan, tiene tambi¨¦n motivos personales. Es cierto que desde que, en 1984, fue confirmado en su puesto en el segundo mandato de Reagan ya su mujer, Jane, le pidi¨® que abandonara el Gobierno. Su esposa, escritora de cuentos infantiles, tiene un c¨¢ncer en estado avanzado, est¨¢ sometida a radioterapia y sufre tambi¨¦n un proceso artr¨ªtico.
La salida del hist¨®rico Weinberger, amigo de Reagan desde 1966, cuando ya estuvo en su administraci¨®n cuando era gobernador de California, dejar¨¢ al frente de la pol¨ªtica exterior norteamericana a un equipo de conservadores pragm¨¢ticos y m¨¢s flexibles, que han convencido al presidente de que ha llegado el momento de negociar con la URSS.
El secretario de Estado, George Shultz, se convierte as¨ª, apoyado por Carlucci, con quien tiene una buena relaci¨®n personal, en el verdadero hombre fuerte del per¨ªodo final de la presidencia de Reagan. Este equipo ser¨ªa m¨¢s partidario de utilizar el sistema de defensa espacial como baza de trueque, en alg¨²n momento del proceso negociador, para alcanzar un acuerdo significativo de reducci¨®n de los arsenales estrat¨¦gicos. Gorbachov exige alg¨²n tipo de limitaci¨®n a los experimentos y al despliegue en el espacio de la SDI antes de concluir un acuerdo.
La constancia de Shultz, que ha superado m¨²ltiples zancadillas de los hombres de Weinberger, se ve finalmente recompensada. Al final ha conseguido que Reagan celebre su tercera cumbre con Gorbachov, tras las reuniones de Ginebra y Reikiavik, a ninguna de las cuales acudi¨® el secretario de Defensa. Weinberger perdi¨® hace unos meses a Richard Perle, su hombre m¨¢s importante en la guerra interna que libraba en el seno de la Administraci¨®n contra el sector partidario de firmar acuerdos de control de armas con la URSS. Perle, secretario de Defensa adjunto, era la fuerza intelectual y pol¨ªtica que defend¨ªa las posiciones m¨¢s intransigentes en el di¨¢logo Este-Oeste. Cansado de pelear, abandon¨® la Administraci¨®n para escribir una novela.
"Imperio del mal"
La dimisi¨®n de Weinberger no quiere decir que la pol¨ªtica exterior y de seguridad de EE UU queda en manos de unos peligrosos liberales. Ni Shultz ni Carlucci, y menos el presidente, son unos blandos convencidos de la bondad del sistema sovi¨¦tico en su etapa de Gorbachov, al que Reagan llam¨® "imperio del mal", pero han llegado a la conclusi¨®n pr¨¢ctica de que, una vez efectuado el rearme durante siete a?os de Administraci¨®n de Reagan, ahora es el momento adecuado para negociar, desde una posici¨®n de firmeza, acuerdos equitativos con Mosc¨². Es tambi¨¦n la ¨²ltima oportunidad de que esta Administraci¨®n se apunte hist¨®ricamente un triunfo en pol¨ªtica exterior, terreno en el que hasta ahora no hab¨ªa cosechado un ¨¦xito importante.
Weinberger abandona el Pent¨¢gono con uno de sus principales objetivos cumplidos: un rearme que le ha costado al contribuyente, desde 1981, dos billones de d¨®lares (230 billones de pesetas) y a la econom¨ªa norteamericana un enorme d¨¦ficit presupuestario, ya que Reagan se ha negado rotundarnente a financiar el reforzamiento de la defensa con una subida de impuestos, y, de hecho, el presupuesto de Defensa va a sufrir importantes recortes.
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