Los frutos de una Constituci¨®n imperfecta
En opini¨®n del autor, la Constituci¨®n espa?ola de 1978, de la que pronto se celebra su aniversario, aun imperfecta, ha aportado a Espa?a una temporada de paz y libertad. En su an¨¢lisis, el autor desarrolla varias apreciaciones sobre el texto que entiende m¨¢s ha influido en Occidente: la Constituci¨®n de EE UU de 1787.
De cara, ya, a la conmemoraci¨®n del aniversario de la proclamaci¨®n de nuestra Constituci¨®n espa?ola, cuando, por una parte, todav¨ªa existen fundamentales instituciones democr¨¢ticas por desarrollar, muy principalmente la participaci¨®n de los ciudadanos en su propia justicia penal a trav¨¦s del Tribunal del Jurado, y, de otra parte, se critican, por imperfectas, algunas de las prescripciones contenidas en nuestra Carta Fundamental, bueno resulta recordar e, incluso, que nos demos la oportunidad de meditar un poco sobre los avatares sufridos por el m¨¢s antiguo cuerpo constitucional hoy vigente; aquel que ha influido decisivamente sobre todos los dem¨¢s que se han desarrollado con posterioridad en el denominado mundo occidental. Nos referimos, claro est¨¢, a la Constituci¨®n de los Estados Unidos de Am¨¦rica, suscrita hace ya 200 a?os, el 17 de septiembre de 1787, por 39 delegados reunidos en Filadelfia, entre los que se encontraba un anciano de 81 a?os, el inventor, escritor y pol¨ªtico Benjamin Franklin, quien, en el preciso momento de ir a firmar, dirigi¨¦ndose al presidente de la Asamblea, con voz clara y firme dijo:"M¨ªster president: le confieso que hay varias partes del texto de esta Constituci¨®n que, en este momento, no me parecen aceptables; pero asimismo y con toda honestidad he de admitir que tampoco estoy seguro de que en el futuro no merecer¨ªan mi aceptaci¨®n... Por ello, se?or, consiento en esta Constituci¨®n porque ahora no me cabe esperar ninguna mejor y ni tan siquiera estoy completamente seguro de que, en cualquier caso, no sea la mejor de las posibles".
Firmada la Constituci¨®n por todos los delegados presentes, el d¨ªa siguiente sali¨® rumbo a Nueva York para ser entregada a Roger Alden, secretario adjunto del Congreso. La Constituci¨®n posteriormente fue circulada por cada uno de los 13 Estados confederados, donde habr¨ªa de ser votada y aceptada en convenciones plebiscitarias especialmente convocadas al efecto. As¨ª naci¨® la nueva forma de gobierno de los Estados Unidos de Am¨¦rica, que perdura inquebrantable habiendo resistido muchas contiendas y una cruenta guerra civil...
?Y cu¨¢les eran el sentimiento y las circunstancias pol¨ªticas imperantes en los nacientes Estados por aquel entonces? Pues no exist¨ªa suficientemente arraigado el sentimiento unitario de naci¨®n, aun cuando, efectivamente, 10 a?os antes se hab¨ªan aprobado unos Art¨ªculos de Confederaci¨®n, con pretensi¨®n de germen constitucional. Ninguno estaba dispuesto a ceder su soberan¨ªa y, de hecho, cada uno de ellos se erig¨ªa y autodenominaba "Estado libre, soberano e independiente".
Las circunstancias pol¨ªticas eran realmente dif¨ªciles, complicadas y confusas. No exist¨ªa un jefe del Ejecutivo; cualquier modificaci¨®n de los Art¨ªculos de Confederaci¨®n ten¨ªa que ser aprobada por unanimidad. Nueve de los 13 Estados ten¨ªan su propia Armada. En realidad, las relaciones entre ellos ven¨ªan a ser pr¨¢cticamente como entre naciones extranjeras. Pero el m¨¢s arduo de los problemas a resolver era la regulaci¨®n del tr¨¢fico comercial. Todo ello fue resuelto con habilidad, paciencia y grandes dosis de buena voluntad.
Sin embargo, la gran virtud de la Constituci¨®n americana y seguramente la raz¨®n misma de su subsistencia es que fue el acrisolado producto de las m¨¢s enconadas confrontaciones entre poderes, intereses y ambiciones...; y de ah¨ª que haya sido acertadamente definida como "una creaci¨®n flexible, producto de hombres falibles". Los constituyentes americanos eran plenamente conscientes de que los hombres no son ¨¢ngeles y, por ende, hab¨ªa que imponerles un f¨¦rreo sistema de controles para evitar el abuso y la corrupci¨®n connaturales a la imperfecci¨®n humana. El primero de ellos, una justicia efectiva, bien dotada, dimanante de la soberan¨ªa popular y con la garant¨ªa de la participaci¨®n de los propios ciudadanos y de una magistratura y fiscal¨ªa abiertas y din¨¢micas.
Los constituyentes americanos ciertamente encontraron la f¨®rmula m¨¢gica del buen gobierno, como lo acredita cumplidamente el que su Carta Magna, luego de 200 a?os de controversias, sigue disfrutando del m¨¢ximo reconocimiento y respeto dentro y fuera del pa¨ªs.
Si nos fijamos en nuestra a¨²n balbuciente Constituci¨®n de 1978, tambi¨¦n cargada de indiscutibles imperfecciones, hemos de admitir sin ambages, con suma complacencia, que ya nos ha brindado el nada desde?able fruto de 10 a?os de paz en libertad. Pero esto no quiere decir, ni mucho menos, que el mantenimiento de nuestros derechos y libertades pueda quedar confiado exclusivamente al arbitrio de nuestros gobernantes de turno. Hay que luchar c¨ªvicamente porque se distribuyan cuanto antes las cuotas de participaci¨®n social previstas con car¨¢cter indispensable por nuestra Constituci¨®n, de forma y manera que no se produzca el colapso democr¨¢tico por una creciente falta de credibilidad en nuestras instituciones, o bien por el adocenamiento moral representado por la falta de inter¨¦s comunitario en la lucha cotidiana en reivindicar los respectivos y crecientes derechos y libertades. A fin de cuentas, la preservaci¨®n de nuestra Constituci¨®n no ser¨¢ posible sin un progresivo enraizamiento democr¨¢tico; natural y obligada consecuencia de la asunci¨®n individual de compromisos y responsabilidades de car¨¢cter social, muy especialmente en virtud de la necesaria transferencia a nuestra juventud de costumbres e intereses que les sean verdaderamente aceptables; no coactivamente impuestos.
Despu¨¦s de todo, es precisamente la calidad de esta juventud, como ciudadan¨ªa del inmediato ma?ana, el m¨¢s sabroso fruto que puede ofrecemos nuestra muy entra?able Constituci¨®n imperfecta...
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