Ante una nueva sociedad
Tras cinco a?os de Gobierno socialista, hoy, cuando afrontamos el ¨²ltimo tramo del siglo XX, y por primera vez a lo largo del mismo, Espa?a tiene ante s¨ª un futuro de esperanza y progreso. Todas las trabas internas y externas que a lo largo de este: siglo han impedido nuestro desarrollo como pueblo pertenecen ya al pasado. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, dependemos de nosotros mismos, de nuestra propia capacidad para construir un pa¨ªs moderno, eficiente, solidario, que avance hacia la sociedad del bienestar y sea respetado en el concierto internacional.El cambio de las reglas del juego para que pueda aflorar el dinamismo de una sociedad libre y moderna ha sido nuestro principal m¨¦rito y contribuci¨®n en el per¨ªodo 1982-1987, pero es tambi¨¦n nuestro principal riesgo como partido en el futuro. Hemos sido muy eficaces a la hora de resolver los problemas hist¨®ricos del pa¨ªs. Ahora tenemos que demostrar la misma eficacia afrontando los problemas de una sociedad moderna contempor¨¢nea. Desde esta perspectiva, el proyecto socialista comienza a tener dificultades derivadas de tres cuestiones: la descalificaci¨®n de la pol¨ªtica econ¨®mica por parte de los sindicatos, las nuevas demandas sociales emergentes y nuestra propia capacidad de gesti¨®n, las desorientaciones derivadas de nuestro debate ideol¨®gico todav¨ªa inconcluso sobre el futuro del socialismo. A estas tres cuestiones har¨¦ referencia en las siguientes l¨ªneas.
Los sindicatos
Los sindicatos afirman estar en contra de la pol¨ªtica econ¨®mica del Gobierno y, sin embargo, no han aceptado la invitaci¨®n para debatirla. En los ¨²ltimos tiempos, la descalificaci¨®n hacia la misma es global. Sin embargo, parece obvio que el Gobierno ha acertado en el dise?o de su pol¨ªtica econ¨®mica. Al menos, as¨ª lo corrobora la incontestable realidad de los datos sobre nuestra econom¨ªa. La econom¨ªa espa?ola crece a un ritmo que dobla el del resto de Europa. El empleo neto ha crecido en los dos ¨²ltimos a?os en una cifra equivalente a la fallida promesa de 1982. En cinco a?os, la inflaci¨®n ha pasado del 14% al 5%. Las inversiones privadas productivas nacionales y extranjeras han aumentado de un modo sustancial en los dos ¨²ltimos a?os. Parece, por tanto, posible que en 1988 haya m¨¢s m¨¢rgenes que en el pasado para hacer una pol¨ªtica de m¨¢s amplios objetivos sociales, aunque con la lentitud y la cautela propias de un pa¨ªs que solamente despega de un horizonte de pobreza, de crisis.
El Gobierno socialista se ha movido en un dif¨ªcil equilibrio, combinando los principios de solidaridad colectiva con las lecciones de la crisis, una crisis no keynesiana que no admit¨ªa por ello; como deber¨ªa ser obvio, una respuesta de tipo keynesiano. La alternativa que habr¨ªa sido progresista en los a?os cincuenta (hacer crecer los salarios y el empleo a la vez) no era posible en los ochenta. Reactivar la inversi¨®n para crear empleo ha requerido de una pol¨ªtica de moderaci¨®n salarial, algo muy mal entendido por los trabajadores con empleo, pero necesaria para ser solidarios con los que no lo tienen.
Es el socialismo espa?ol, con una buena mayor¨ªa social y una econom¨ªa en crecimiento, la opci¨®n pol¨ªtica que puede tener la fuerza moral para impulsar en el futuro un proyecto de organizaci¨®n social moderno, justo, solidario y eficiente.
Por ello, los sindicatos no deben confundir su necesaria independencia con la confrontaci¨®n permanente ni la discrepancia reivindicativa concreta con la descalificaci¨®n global de la pol¨ªtica del Gobierno. El verdadero pacto de izquierda que necesita este pa¨ªs a la salida de la crisis debe girar sobre el modelo de crecimiento futuro. Es preciso reagrupar a las fuerzas del progreso de este pa¨ªs (partido socialista y sindicatos, fundamentalmente) en un gran acuerdo sobre el modelo de crecimiento. El partido socialista tiene la obligaci¨®n de plantear una y otra vez este debate y esta necesidad a los sindicatos. Los dirigentes de los sindicatos, que son hombres de izquierda, deben entender que es preciso el reagrupamiento de las fuerzas de progreso para seguir avanzando en la construcci¨®n de una sociedad m¨¢s justa e igualitaria, y por ello no deben refugiarse en una estrategia meramente reivindicativa. La necesidad de la confluencia de las fuerzas de progreso debemos entenderla todos para no tener que lamentarlo en el futuro, porque podemos estar ya en el filo de la navaja.
Cambios
La sociedad espa?ola de hoy tiene bastante poco que ver con la de hace tan s¨®lo cinco a?os. Los cambios introducidos por el Gobierno socialista han despertado una nueva din¨¢mica social. Emerge una nueva clase empresarial, la clase obrera cambia su perfil, surgen pujantes algunas econom¨ªas regionales y los ciudadanos en general plantean nuevas exigencias al Gobierno. Esta nueva din¨¢mica es uno de los grandes activos que tiene hoy la sociedad para abordar el futuro.
En buena medida, este dinamismo se traduce en nuevas exigencias sociales al Gobierno socialista que tienen una doble vertiente. En primer t¨¦rmino, que los servicios funcionen. Que Espa?a funcione (objetivo no alcanzado todav¨ªa). Seamos autocr¨ªticos. Hemos tenido una gran capacidad para orientar y resolver los problemas hist¨®ricos del pa¨ªs (de los heredados ya s¨®lo queda el terrorismo). Dudo que hayamos tenido la misma eficacia para resolver los problemas que afectan directamente a la vida cotidiana de los ciudadanos (desde la sanidad a la justicia, desde la Universidad a la lucha contra la droga, desde el transporte a¨¦reo a Correos, desde el tr¨¢fico rodado a la seguridad ciudadana, desde las infraestructuras necesarias al funcionamiento eficaz de la Administraci¨®n). Resueltos los problemas hist¨®ricos, es necesaria una mayor eficacia en la soluci¨®n de los cotidianos.
Existe otra manifestaci¨®n de este nuevo dinamismo que se traduce en el afloramiento de nuevas reivindicaciones planteadas desde m¨²ltiples sectores sociales al mismo tiempo. Unas son corporativas y otras no. En todo caso estamos ante un problema que debemos meditar en el pr¨®ximo congreso: corremos el riesgo de que las nuevas demandas sociales vayan por delante del proyecto socialista, En muchos casos, adem¨¢s, pueden ir m¨¢s all¨¢ de los recursos p¨²blicos disponibles para satisfacerlas. Por ello sigue siendo esencial la explicaci¨®n de las etapas y del gradualismo del proyecto socialista desde una actitud de di¨¢logo con los sectores que las plantean. Asimismo se requiere se?alar con claridad que las prioridades de la solidaridad hay que establecerlas en relaci¨®n con las principales v¨ªctimas de la crisis econ¨®mica: los j¨®venes sin empleo y los desempleados de larga duraci¨®n. Sin olvidar que atender la construcci¨®n de los servicios universales de educaci¨®n, salud, pensiones, servicios sociales, para avanzar hacia la sociedad del bienestar.
El hecho de que el socialismo sea la fuerza pol¨ªtica impulsora de la transformaci¨®n econ¨®mica en Espa?a enfrenta a ¨¦ste con la necesidad de revisar viejos dogy concretar nuevos principios. En este terreno hay que debatir y clarificar, entre otras cuestiones, la funci¨®n del Estado: cu¨¢nta intervenci¨®n y qu¨¦ tipo de intervenci¨®n p¨²blica se consideran necesarias.
Debido a que el r¨¦gimen franquista era altamente intervencionista, los socialistas hemos tenido que actuar liberalizando, flexibifizando los mercados financieros, los mercados de bienes de servicios y, en la medida necesaria, el mercado de trabajo. La concepci¨®n del mercado como un sistema de asignaci¨®n de recursos necesario es, por tanto, algo que hemos aprendido en la pr¨¢ctica, como respuesta necesaria, desde el ejercicio del poder, a una situaci¨®n de excesivo intervencionismo y autarqu¨ªa.
Guiados por un esp¨ªritu cr¨ªtico es como podemos enjuiciar la funci¨®n de la empresa p¨²blica, porque su existencia no se debe a nuestra labor sino a una pol¨ªtica de aluvi¨®n y prebendas practicada por el r¨¦gimen autoritario. Enjuici¨¦mosla, por tanto, con un sentido pragm¨¢tico: de acuerdo con la efectividad que pueda tener dentro de una pol¨ªtica industrial en la que el Estado crea marcos adecuados para la definitiva modernizaci¨®n de la empresa espa?ola.
Esto no significa que no tengamos en cuenta las imperfecciones econ¨®micas del mercado ni su inoperancia como mecanismo de redistribuc¨ª¨®n y justicia social. El mercado no es un mecanismo perfecto de asignaci¨®n de recursos econ¨®micos. Hay que intervenir para corregir las injusticias que genera. Esto reafirma la necesidad de pol¨ªticas microecon¨®micas: en el mercado de trabajo, en la pol¨ªtica industrial, en el sistema financiero, en la pol¨ªtica regional, en las infraestructuras econ¨®micas. El mercado no redistribuye la renta, tan s¨®lo distribuye recursos. Por eso el Estado, lo p¨²blico, deber¨¢ seguir siendo la instancia b¨¢sica que asegura la provisi¨®n universal de servicios b¨¢sicos como la sanidad o la educaci¨®n, al tiempo que organiza la solidaridad con los desempleados y los nuevos marginados.
Tanto el tipo de intervenci¨®n que el Estado debe practicar como el ¨¢mbito de la misma parece que apuntan hacia un concepto m¨¢s amplio de democracia: la democracia social del Estado no cerrado, la democracia econ¨®mica como instrumento b¨¢sico de lucha contra la explotaci¨®n en una econom¨ªa de mercado que incluye la competitividad econ¨®mica para garantizar el m¨¢ximo crecimiento posible apoyada por un Estado que organiza la solidaridad y la justicia social en la sociedad. Ganar la batalla de la crisis econ¨®mica, y de la modernizaci¨®n del pa¨ªs organizar la solidaridad social y definir las pautas de una nueva democracia econ¨®mica y de nuevos mecanismos de redistribuci¨®n de la renta deben constituir objetivos fundamentales del proyecto socialista en los pr¨®ximos a?os y, por consiguiente, temas de reflexi¨®n en el XXXI congreso.
es secretario de Organizaci¨®n del PSOE.
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