Equilibrio formal y emotivo

Seis a?os despu¨¦s de La tragedia de un hombre rid¨ªculo, Bernardo Bertolucci, fiel a sus formas y contenidos, vuelve a protagonizar la actualidad cinematogr¨¢fica con el estreno de El ¨²ltimo emperador, una superproducci¨®n rodada en la hasta ahora impenetrable China, y para cuyos interiores se han utilizado los estudios de Beijing y Roma.Su gui¨®n se basa en la autobiograf¨ªa de Pu Yi, De emperador a ciudadano, el ¨²ltimo emperador de la dinast¨ªa Ching, y de su pa¨ªs, que desde su entronizaci¨®n en La Ciudad Prohibida, en 1908, tras ser arrancado de los brazos de su madre cuando contaba tres a?os, vivi¨® y sufri¨®, juguete del destino, la instauraci¨®n de la Rep¨²blica de Sun Yat Sen, el militarismo del Kuomitang de Jiang Jieshi (Chiang Kai-chek), la invasi¨®n japonesa de Manchuria, el nacimiento de la Rep¨²blica Popular de China, los campos reeducativos de Mao, y la Revoluci¨®n Cultural.

Al igual que los antih¨¦roes filmicos del sovi¨¦tico Alexei Guerman, se nos presenta en la pantalla a un Pu Yi (1905-1967) que fue v¨ªctima de la inevitabilidad de los acontecimientos hist¨®ricos de su ¨¦poca y que determinaron su existencia.

Austeridad

La acci¨®n de la pel¨ªcula, que comienza en 1959, cuando el protagonista hab¨ªa dejado de ser El Hijo del Cielo y estaba a punto de convertirse en el prisionero 981, antes de acabar su existencia como jardinero del bot¨¢nico de Pek¨ªn, est¨¢ narrada utilizando el flash back para ilustrar la encuesta hist¨®rica biogr¨¢fica, eludiendo la linealidad argumental para desdramatizar la emotividad de su vida, cuyas diferenciadas etapas est¨¢n. matizadas por la excelente graduaci¨®n color¨ªstica y lum¨ªnica de la fotograf¨ªa de Vittorio Storaro.Bertolucci, con estilo y precisi¨®n, evidencia una escritura f¨ªlmica que va del barroquismo contenido al manierismo recreativo, eludiendo la, tentaci¨®n de la suntuosidad como fin en s¨ª misma y aproxim¨¢ndose a veces a cierta austeridad cuando el argumento lo requiere. A pesar de la vor¨¢gine de hechos hist¨®ricos que envuelven al emperador, y evitando emborracharse ante la espectacularidad de la producci¨®n, el realizador impone un tono intimista a la peripecia vital del personaje, que s¨®lo pudo imponer su despotismo infantil caprichoso en lo accesorio y cotidiano, y que cuando intent¨® imponer su voluntad bienintencionada en decisiones pol¨ªticas trascendentes volvi¨® a ser t¨ªtere del destino, siempre aislado en su soledad impuesta por las circunstancias, viendo desaparecer gradualmente su poder tan ef¨ªmero como in¨²til.

Bernardo Bertolucci elige imponer un cierto distanciamiento que elude las f¨¢ciles y complacientes emociones, sin renunciar a sus obsesivas constantes, tales como la separaci¨®n de la madre, la ausencia de la figura del padre, el tema del traidor y del h¨¦roe, la decadencia, la soledad, la tragedia del hombre que, sobrepasado por su ¨¦poca, le hacen rid¨ªculo, fracasado... Y de nuevo deja el imborrable sello de su personalidad en secuencias como el menage a trois, la despedida del preceptor imperial, la recepci¨®n en Manchuria, el desfile de la guardia roja, el interrogatorio, por citar algunos ejemplos de tratamiento contrastado.

Aunque el cineasta italiano da prioridad al hombre, la inflexi¨®n hist¨®rica que condujo a la China imperial a la revoluci¨®n cultural est¨¢ presente como tel¨®n de fondo, sin un tratamiento profundo.

Brillante e ¨ªntima, buscando el equilibrio, la fuerza de determinadas secuencias puede poner en peligro la primac¨ªa en la memoria del conjunto de la obra, aunque la acumulaci¨®n de las mismas tambi¨¦n contribuye a valorar la entidad art¨ªstica en su totalidad, en un equilibrio entre la suntuosidad fastuosa y la pormenorizaci¨®n emotiva.