La memoria de esp¨ªas, una pesadilla para Thatcher
La Prensa brit¨¢nica ha tenido que batirse en defensa de la libertad de expresi¨®n
Unas nuevas memorias de un agente secreto retirado han venido a poner otra vez en evidencia al Gobierno de Margaret Thatcher. La edici¨®n limitada de Inside intelligence (El espionaje por dentro) pone en dif¨ªcil situaci¨®n al Gobierno, al que la oposici¨®n pretende colocar en la tesitura de actuar contra el libro o dejar patente que la campa?a contra Spycatcher (Cazador de esp¨ªas), las memorias de otro agente secreto, es una venganza. En medio del conflicto se erige la pol¨ªtica thatcherista de limitar la libertad de expresi¨®n.
Antonhy Cavendish, un antiguo agente de los servicios secretos de espionaje (MI-6), ha escrito y publicado a sus expensas un op¨²sculo de 160 p¨¢ginas y una tirada de 500 ejemplares con el que pretende blanquear la memoria del anterior jefe del MI-6 y antiguo responsable de seguridad en el Ulster, Maurice Olfield acusado de dar v¨ªa libre a su homosexualidad durante su estancia en la provincia norirlandesa.Cavendish no ocup¨® destacadas posiciones en el MI-6, y abandon¨® tales actividades en 1953, por lo que Inside intelligence no hace revelaciones explosivas.
Sin embargo, el Gobierno trat¨®, y consigui¨® en su d¨ªa, que n¨®o se publicara el libro, al advertir a la editorial que secuestrar¨ªa los eventuales beneficios.
El autor, hoy un acomodado banquero, opt¨® por la ¨²nica v¨ªa que le quedaba y decidi¨® publicar su propia obra. Los 500 ejemplares se los ha enviado como regalo de Navidad a pol¨ªticos y jueces.
El Gobierno ha manifestado que deplora la violaci¨®n de la confidencialidad por parte de Cavendish, y le ha pedido que explique las razones de la publicaci¨®n del libro e informe de qui¨¦nes lo han recibido.
El banquero ex esp¨ªa niega que haya violado ning¨²n compromiso, porque el acuerdo de mutismo que afecta a los agentes s¨®lo entr¨® en vigor en los servicos secretos tras la huida del agente doble Kim Philby a la URSS en 1963.
Este nuevo t¨ªtulo ha colocado al Gobierno en una inc¨®moda posici¨®n, al establecer cierto paralelismo con Spycatcher. "Yo reto directa y personalmente a Margaret Thatcher a tomar medidas contra este libro o a abandonar todas las acciones contra Spycatcher", dice el portavoz de Asuntos Exteriores de la oposici¨®n, George Foulkes. "De lo contrario quedar¨¢ en evidencia lo que es la interminable persecuci¨®n contra el libro de Wright, una vendetta rencorosa".
En Spycatcher, escrito por Peter Wright, que fue m¨¢ximo responsable del servicio de informacion brit¨¢nico (MI-5) y hoy vive retirado en Tasmania, se denuncian actividades ilegales de esa agencia, en cuyas filas hubo quien lleg¨® a planear la desestabilizaci¨®n del Gobierno del laborista Harold Wilson y a considerar el asesinato del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, entre otras extralimitaciones.
El Gobierno del Reino Unido lleva a?o y medio y 400 millones de pesetas invertidos en tratar de impedir la publicaci¨®n del libro y su reproducci¨®n o glosa por la Prensa, en una acci¨®n judicial emprendida despu¨¦s de que tales alegaciones fueran de dominio p¨²blico.
Este caso de enfrentamiento gubernamental con los medios de comunicaci¨®n es uno m¨¢s de los que han sembrado el a?o que ahora concluye, motejado desde las p¨¢ginas del nada sospechoso The Sunday Times como "el a?o en que trataron de ahogar la libertad de expresi¨®n". La Prensa brit¨¢nica ha tenido que batirse como ha podido en numerosos frentes, por la libertad de expresi¨®n y contra cuestionables medidas del Gabinete y de la judicatura.
Requisa policial
A partir de enero, que comenz¨® con la requisa policial de un programa de la BBC sobre un sat¨¦lite esp¨ªa, han ido sucedi¨¦ndose decisiones como la de extender a todos los medios de comunicaci¨®n la prohibici¨®n de informar sobre Spycatcher, la de pretender que se entreguen a los jueces fotos e im¨¢genes no publicadas relativas a un conflicto que se dirime en los tribunales; la censura de un programa de la BBC-Radio sobre los servicios de espionaje; la prohibici¨®n de emitir la reconstrucci¨®n de un juicio sobre presuntos terroristas, y la pretensi¨®n de que un periodista revele sus fuentes.Entre los propios parlamentarios conservadores, esta lucha sin cuartel de Thatcher con la Prensa produce desaz¨®n.
En lo relativo a cuestiones de seguridad, el Gobierno parece v¨ªctima de una agudizaci¨®n del s¨ªndrome del secretismo que afecta a toda Administraci¨®n pol¨ªtica. Para conseguir sus objetivos, sin embargo, ha optado por prescindir de la ley de Secretos Oficiales y recurrir a otras, como la relativa a la confidencialidad, nacida para defender cuestiones comerciales y el derecho a la vida privada.
La ley de Secretos Oficiales lidia en segunda secci¨®n con una panoplia de m¨¢s de 2.000 asuntos que deben ser confidenciales, y puede resumirse en que todo lo que cualquier funcionario gubernamental conozca en el ejercicio de sus funciones es secreto, incluido el men¨² del almuerzo del bar del ministerio.
El car¨¢cter omnicomprensivo de esta secci¨®n ha producido aJ Gobierno alg¨²n sonoro chasco judicial, en buena parte debido a que las causas seguidas en aplicaci¨®n de esta ley deben dirimirse con un jurado, que a veces se ha re¨ªdo de la irracionalidad burocr¨¢tica.
Margaret Thatcher quiso sustituir nada m¨¢s llegar al Gobierno esa ley de 1911 por otra sobre Protecci¨®n de la Informaci¨®n Oficial, pero la idea de tal cambio fue abandonada al quedar de manifiesto que su letra hubiese impedido a cualquiera fuera del Gobierno revelar que Anthony Blunt, asesor art¨ªstico de la reina, fue un esp¨ªa sovi¨¦tico, descubrimiento realizado mientras se consideraba la ley.
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