Pocas esperanzas de paz
Al concluir un a?o m¨¢s de la interminable crisis centroamericana nada permite esperar un desenlace feliz, o siquiera un tenue avance hacia el t¨¦rmino de un conjunto de guerras que han devastado una regi¨®n entera. La esperanza que suscit¨® el acuerdo de Esquipulas 2, firmado en agosto de este a?o sin haber sido del todo anulada, parece toparse con la terca realidad de los intereses geopol¨ªticos defendidos por el agonizante mandato de Ronald Reagan.Son tres los enigmas que perduran en Centroam¨¦rica hoy y de cuya soluci¨®n depende el que posiblemente comience a revertirse la desolaci¨®n guerrera que caracteriza por ahora a ese rinc¨®n de las Am¨¦ricas. La inc¨®moda responsabilidad de calificar, las verdaderas razones de la ansiosa b¨²squeda de la paz y la politizaci¨®n de la guerra son los nombres cr¨ªpticos de los tres acertijos que determinan en este momento la realidad pol¨ªtica, militar y diplom¨¢tica del istmo.El problema es sencillo: si se piensa -acertadamente- que lo esencial de la guerra centroamericana proviene del apoyo y de la ayuda de Estados Unidos a la contrarrevoluci¨®n nicarag¨¹ense, de all¨ª se deduce que la paz depende en gran medida de un cese de dicha asistencia. Si se cree -de nuevo con raz¨®n- que el presidente Reagan jam¨¢s suspender¨¢ por su cuenta los flujos financieros y b¨¦licos a los contras antisandinistas, entonces s¨®lo puede producirse dicho corte por imposici¨®n del Congreso norteamericano. Y esa decisi¨®n s¨®lo la tomar¨¢n los legisladores estadounidenses si se sienten amparados por una coartada pol¨ªtica intachable que les permita resistir las acusaciones de haber entregado Nicaragua al comunismo. Esa coartada ¨²nicamente puede provenir de Am¨¦rica Latina o de Centroam¨¦rica.
El deseo de muchos era que la responsabilidad de calificar el avance de las negociaciones de paz recayera en la llamada Comisi¨®n Internacional de Verificaci¨®n y Seguimiento, integrada por los cinco Gobiernos centroamericanos (Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala), los ocho pa¨ªses latinoamericanos que conforman el Grupo de Contadora y el Grupo de Apoyo (Colombia, M¨¦xico, Panam¨¢, Venezuela, Argentina, Brasil, Per¨² y Uruguay) y representantes de los secretarios generales de la OEA y de la ONU.
Ambici¨®n ingenua
Ambici¨®n ingenua: si durante m¨¢s de cuatro a?os el Grupo de Contadora nunca quiso asignar claramente la responsabilidad por el fracaso de sus propios esfuerzos a una de las partes del conflicto centroamericano, no hay raz¨®n alguna para suponer que ahora s¨ª estar¨ªa dispuesto a hacerlo.
Pero alguien tendr¨¢ que hacerlo, porque en ello insisten los que tienen en sus manos el destino a corto plazo de la regi¨®n: los congresistas norteamericanos. Tal y como fue acordada por el l¨ªder de la c¨¢mara, Jim Wright y el presidente Reagan a finales de diciembre, la ayuda a la contra ser¨¢ votada o no en funci¨®n de lo que digan los cinco presidentes centroamericanos, cuya reuni¨®n en la cumbre est¨¢ prevista para el 15 de enero. Ya es evidente que Honduras seguir¨¢ acatando las instrucciones de Estados Unidos. Sostendr¨¢ que Nicaragua no ha cumplido con los acuerdos de Esquipulas y que, por tanto, Honduras tampoco puede cumplir. Nicaragua, obviamente, dir¨¢ lo contrario. El Salvador no podr¨¢ oponerse frontalmente a los deseos de Estados Unidos, de tal suerte que todo descansar¨¢ en lo que dictaminen Vinicio Cerezo, de Guatemala, y el mismo ?scar Arias.
El problema es que las tres razones que han llevado a los sandinistas a reabrir La Prensa y Radio Cat¨®lica, a dictar una amnist¨ªa de alguna amplitud, a sentarse a negociar con la contra, por ahora indirectamente pero en un futuro muy inmediato frente a frente, y a presionar discreta pero eficazmente a la guerrilla salvadore?a que reduzca su presencia y retaguardia en Nicaragua, no llevan todas a las mismas consecuencias. Si se trata de poner fin a la guerra mediante un cese a la ayuda norteamericana a la contra, no es imposible que estas concesiones surtan cierto efecto: la correlaci¨®n de fuerzas en el Congreso norteamericano de todas maneras ha cambiado, y es factible tanto un recorte de la asistencia como una reestructuraci¨®n considerable en las modalidades de entrega a un plazo de dos o tres meses.
Pero la reanudaci¨®n de las corrientes asistenciales europeas y latinoamericanas -sobre todo mexicana- a la Nicaragua sandinista es harina de otro costal. Un motivo de la interrupci¨®n de la ayuda, en particular de los Gobiernos europeos socialistas, ha sido efectivamente ideol¨®gico: el alineamiento del sandinismo con la URSS y su pol¨ªtica interna. Frente a esta reticencia, algunas concesiones pueden resultar ¨²tiles.
Pero otro motivo, acaso el principal, ha sido que ning¨²n pa¨ªs cuyos intereses directos no est¨¦n en juego quiere enfrentarse con Estados Unidos por Nicaragua. Y dicho enfrentamiento es producto de la obsesi¨®n ideol¨®gica del presidente Reagan con Nicaragua, no de la posici¨®n del Congreso norteamericano. As¨ª, aunque el Congreso suspenda la ayuda a la contra y aunque las razones ideol¨®gicas del distanciamiento europeo con Nicaragua se desvanezcan, las consideraciones m¨¢s c¨ªnicas y pr¨¢cticas del alejamiento europeo y mexicano permanecer¨¢n intactas hasta que Ronald Reagan abandone la presidencia de Estados Unidos. No es seguro que la econom¨ªa nicarag¨¹ense pueda esperar.
El a?o que comienza en pocos d¨ªas ser¨¢ el ¨²ltimo de Ronald Reagan en la Casa Blanca. Quienes vieron con entusiasmo la firma del tratado sobre misiles de alcance intermedio entre la URSS y Estados Unidos, y quienes no descartan un acuerdo sobre armamento estrat¨¦gico en 1988 albergan esperanzas de una extensi¨®n de la nueva distensi¨®n a los conflictos regionales. Por desgracia, es de dudarse que ello suceda en el istmo centroamericano. Habr¨¢ que esperar un a?o m¨¢s. Triste consuelo para los que dejan la vida o el alma en las verdes praderas regionales.
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