T¨² no moriste contigo
A finales de septiembre, en Per¨², una maga me ley¨® la suerte. La maga me anunci¨®: "Dentro de un mes recibir¨¢s una distinci¨®n". Yo me re¨ª. Me re¨ª por la palabra distinci¨®n, que tiene no s¨¦ qu¨¦ de c¨®mica, y porque me vino a la cabeza un viejo amigo del barrio, que era muy bruto pero certero, y que sol¨ªa decir, sentenciando, levantando el dedito: "A la corta o a la larga, los escritores se hamburguesan".
As¨ª que me re¨ª de la profec¨ªa de la maga y ella se ri¨® de mi risa.
Un mes despu¨¦s, exactamente un mes despu¨¦s, recib¨ª en Montevideo un telegrama. En Chile, dec¨ªa el telegrama, me hab¨ªan otorgado una distinci¨®n (as¨ª dec¨ªa el telegrama: "distinci¨®n", como la maga). Era el Premio Jos¨¦ Carrasco Tapia. Yo salt¨¦ de la alegr¨ªa.
Ni la m¨¢s m¨ªnima sombra de desconfianza me oscureci¨® la alegr¨ªa, porque ning¨²n premio que lleve ese nombre puede servir para recompensar a los arrepentidos, a los domesticados, a los que dicen s¨ª.
Y tampoco me oscureci¨® la alegr¨ªa la menor duda sobre la naturaleza misma del premio: yo sab¨ªa, yo s¨¦, que no estaba siendo convocado a una ceremonia f¨²nebre. Habitamos un mundo que trata mejor a los muertos que a los vivos. Los vivos somos preguntones, y somos respondones, y tenemos otros graves defectos imperdonables para un sistema que cree que la muerte, como el dinero, mejora a la gente.
Nada que ver: ¨¦ste es un homenaje a la pasi¨®n de vivir, iluminada por la viva memoria de un compa?ero asesinado, y ¨¦sta es una celebraci¨®n de la alegr¨ªa de creer en ciertas cosas que la muerte no puede matar.
El sistema, que nos quiere ciegos, que nos quiere mudos, que nos quiere sordos, no nos ayuda a vivir naciendo. El sistema nos entrena para vivir muriendo y para vivir matando: matando, hacia afuera, porque todo pr¨®jimo es un competidor y un posible enemigo, y sobre todo matando hacia adentro, matando lo mejor que cada cual tiene vivo dentro de s¨ª.
Cuando yo era ni?o los curas me asustaban con el diablo. Ahora creo que aquel diablo, aquel jefe de cocina del infierno, no existe. Pero en cambio tengo pruebas de que s¨ª existe el diablo del miedo. El diablo del miedo se disfraza para enga?arnos. El gran artero ofrece cobard¨ªa como si fuera prudencia y traici¨®n como si fuera realismo. Y hay que reconocer que bastante ¨¦xito tiene el muy ladino en nuestras comarcas. Ante el diablo del miedo hacen cola los que quieren entregar la libertad a cambio de la seguridad. Varias leyes nuestras llevan su firma inconfundible. Por ejemplo, la ley argentina que autoriza a torturar y a matar, siempre y cuando se haga por orden superior. Por ejemplo, la ley uruguaya que manda olvidar las torturas y los cr¨ªmenes, siempre y cuando hayan sido cometidos por gente de uniforme. ?stas son dos leyes de la impunidad del poder. La impunidad del poder induce a la pudrici¨®n general de las costumbres.
En dictadura o en democracia, en democracia o en democradura, el diablo del miedo no act¨²a solo. En Uruguay, al menos, yo lo veo casi siempre acompa?ado. Con ¨¦l anda su socio, el diablo de la codicia. ?ste es otro diablo disfrazado. El diablo de la codicia comete sus felon¨ªas en nombre de Dios y con la bendici¨®n del Santo Padre, que riega de agua bendita el af¨¢n de ganancia, la pr¨¢ctica de la usura y el derecho a vivir del trabajo ajeno.
El diablo de la codicia nos dice que si le vendemos el alma prosperaremos y llegaremos a ser como Hong Kong. ?l ha dictado la pol¨ªtica econ¨®mica que el r¨¦gimen militar aplic¨® en mi pa¨ªs, y que el r¨¦gimen civil ha perpetuado sin mayores cambios. Esa pol¨ªtica econ¨®mica condena a los trabajadores a vivir como faquires. El trabajo no vale nada, no hay plata que alcance, se hace el doble a cambio de la mitad. ?Qu¨¦ producen nuestros pa¨ªses? Brazos baratos. La realidad se vuelve chiste de humor negro:
-Hay que apretarse el cintur¨®n.
-No puedo. Me lo com¨ª ayer.
Adem¨¢s, esa pol¨ªtica econ¨®mica obliga a los productores a convertirse en especuladores. Tiempo de los ventajeros: para sobrevivir hay que avivarse. La sociedad se divide en jodedores y jodidos. Trabajar no es negocio, producir no es negocio, crear es delito. La dignidad no se cotiza en el mercado. La cr¨®nica social muestra a los tramposos del brazo de los verdugos. Turno de los camaleones: nadie ha ense?ado a la humanidad tanto como estos humildes animalitos.
El sistema, que elige al rev¨¦s, estimula a los copianderos y desalienta a los creadores, recompensa a los infames y castiga a quienes dicen lo que creen y a quienes creen en lo que hacen. Se eleva la picaresca a la categor¨ªa de doctrina econ¨®mica y se la rebautiza, pomposamente, con el nombre de modernizaci¨®n. Un amigo me dec¨ªa el otro d¨ªa que si seguimos as¨ª habr¨¢ que sustituir la estatua del general Jos¨¦ Artigas, nuestro h¨¦roe nacional, en la plaza de la Independencia. En lugar de Artigas, dec¨ªa mi amigo, habr¨¢ que poner al Lazarillo de Tormes.
El reciente aluvi¨®n de firmas del pueblo uruguayo contra la ley de impunidad, que manda olvidar las atrocidades de la dictadura militar, implica una voluntad de justicia que va m¨¢s all¨¢ del rechazo de esa ley. Las firmas tambi¨¦n expresan, creo, la negaci¨®n de todo un modo de vida fundado en el conformismo ego¨ªsta, el qu¨¦ me importa, el qu¨¦ le vas a hacer, el no te metas, el s¨¢lvese quien pueda. El pueblo ha firmado contra los cr¨ªmenes visibles del terrorismo de Estado, pero tambi¨¦n contra los cr¨ªmenes invisibles: para demostrar que est¨¢n vivas, malheridas pero vivas, las energ¨ªas nacionales de solidaridad, la capacidad popular de creer y crear, la peligrosa y maravillosa pasi¨®n de libertad.
?No era ¨¦sta, tambi¨¦n, la lucha del Pepe Carrasco? ?No es ¨¦sta, salvadas las distancias de tiempo y de lugar, la lucha de todos los chilenos que aqu¨ª rompen lanzas contra el diablo de la codicia y el diablo del miedo?
Yo no soy chileno, pero es como si fuera. Mi canci¨®n preferida es una canci¨®n chilena, una canci¨®n que da gracias a la vida. Esa canci¨®n me mueve los labios cuando ando extraviado en los laberintos de la duda o el desaliento; y cant¨¢ndola recupero el rumbo, y cant¨¢ndola recupero las ganas de agradecer a la vida, que me ha dado tanto amor al vuelo y tanto odio a las jaulas.
Ese amor y ese odio forman la cara y la contracara de una misma certidumbre, m¨¢s poderosa que la duda y el desaliento. Hay certidumbres, como ¨¦sa, que me encuentran cada vez que me pierdo y me levantan cada vez que me caigo. Se las debo a la gente que quiero. La gente que quiero me las regal¨®.
Yo no soy chileno, pero es como si fuera. Una de mis m¨¢s invulnerables certidumbres es la certidumbre de que vale la pena morir por las cosas sin las cuales no vale la pena vivir. Y esa fe se la debo a un amigo chileno que se llamaba, que se llama, Salvador Allende.
Hoy nos hemos reunido para celebrar una certidumbre que desconcierta a los bur¨®cratas y a los generales. Los tecn¨®cratas no la pueden descifrar, los mercaderes no la pueden comprar, los polic¨ªas no la pueden vigilar. Hace poco, en la clausura de un congreso, yo intent¨¦ definir esa certidumbre con estas palabras: "Crear y luchar son nuestra manera de decir a los compa?eros ca¨ªdos: "T¨² no moriste contigo".
No es una certidumbre que se refiera al M¨¢s All¨¢. Se refiere al m¨¢s ac¨¢, se refiere a la alegr¨ªa de la continuidad de la aventura humana en la tierra. Nosotros tenemos la alegr¨ªa de nuestras alegr¨ªas, y tambi¨¦n tenemos la alegr¨ªa de nuestros dolores, porque no nos interesa la vida indolora que la civilizaci¨®n del consumo vende en los supermercados, y estamos orgullosos del precio de tanto dolor que por tanto amor pagamos. Tenemos la alegr¨ªa de nuestros errores, tropezones que prueban la pasi¨®n de andar y el amor al camino; y tenemos la alegr¨ªa de nuestras derrotas, porque la lucha por la justicia y por la belleza vale la pena tambi¨¦n cuando se pierde. Y sobre todo, sobre todo tenemos la alegr¨ªa de nuestras esperanzas: en plena moda del desencanto, cuando el desencanto se ha convertido en art¨ªculo de consumo masivo y universal, seguimos creyendo en los asombrosos poderes del abrazo humano.
Y aqu¨ª nos juntamos, y as¨ª nos juntamos. Y junt¨¢ndonos decimos, al Pepe Carrasco y a quienes cayeron como ¨¦l, en Chile o donde sea, a todos y a cada uno de los que se han jugado la ropa y la vida con la dignidad, les decimos: "No, no, no; t¨² no moriste contigo".
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