Reagan mantiene su apoyo a Meese, acosado por su presunta actuaci¨®n en un soborno pol¨ªtico
No se puede decir que el ministro de Justicia de Estados Unidos, Edwin Meese, sea un ciudadano por encima de toda sospecha, algo que parecer¨ªa l¨®gico en el hombre encargado de hacer cumplir las leyes. La conducta de Meese -¨ªntimo amigo del presidente Ronald Reagan y un fiscal general que dedica gran parte de su tiempo a responder a investigaciones judiciales sobre sus actuaciones- est¨¢ siendo revisada de nuevo por un presunto intento de soborno del dirigente israel¨ª Sim¨®n Peres.
El presidente ha reiterado su confianza en su viejo amigo de los tiempos de California, y la Casa Blanca declar¨® ayer que no hay planes para forzarle a presentar su dimisi¨®n. "Ser¨ªa como echarle a los leones sin pruebas". Meese indic¨® que continuar¨¢ en su puesto y defendi¨® que su comportamiento en este caso ha sido "legal, correcto y responsable".Pero, desde un punto de vista pol¨ªtico, la situaci¨®n de Meese, un superconservador y el ¨²ltimo cruzado de la revoluci¨®n Reagan todav¨ªa en la Administraci¨®n, es muy dif¨ªcil. El anuncio del fiscal especial James McKay de que est¨¢ investigando "muy seriamente" la actuaci¨®n del ministro de Justicia en un proyecto de oleoducto entre Irak y el mar Rojo es s¨®lo la ¨²ltima piedra en la que ha tropezado el fiscal general.
Robert Wallach, amigo y ex abogado de Meese, present¨® a ¨¦ste un memor¨¢ndum con un plan para sobornar a funcionarios israel¨ªes para que Israel no atacara el oleoducto, que discurrir¨ªa muy cerca de sus fronteras. Se trata de saber si Meese, ante esta sugerencia de soborno, no hizo nada, lo cual ser¨ªa una violaci¨®n de la ley de Pr¨¢cticas Corruptas, que hace responsable al fiscal general de procesar a norteamericanos que tratan de sobornar a autoridades extranjeras.
Meese consigui¨® que Wallach fuera recibido por el entonces consejero de Seguridad Nacional, Robert McFarlane, y se estudi¨® la posibilidad de utilizar dinero del contribuyente norteamericano para garantizar el oleoducto iraqu¨ª, en el que Wallach ten¨ªa intereses econ¨®micos. Los buenos oficios de Meese -el Departamento de Estado no quiso saber nada del asunto- lograron que Peres, primer ministro israel¨ª, garantizara que su pa¨ªs no atacar¨ªa el oleoducto. Hubo, al parecer, intercambio de cartas entre Meese y Peres. Finalmente, despu¨¦s de que Reagan fuera advertido de que intermediarios privados trataban de manipular la pol¨ªtica de seguridad nacional de EE UU, el oleoducto no se construy¨®.
La Prensa norteamericana est¨¢ comparando la intriga del oleoducto con el Irangate.
La carrera pol¨ªtica de Meese ha estado puntuada por esc¨¢ndalos y pruebas judiciales que hasta ahora ha salvado. La ratificaci¨®n de su nombramiento como ministro de Justicia fue una batalla de seis meses en el Senado, en la que Meese tuvo que enfrentarse a alegaciones de inmoralidad financiera. Ya entonces un primer fiscal especial trat¨® de probar que Meese, cuando era asesor de la Casa Blanca, hab¨ªa intercambiado favores para colocar a amigos que le hab¨ªan facilitado pr¨¦stamos.
Luego fue su implicaci¨®n en el caso Wedtech, una peque?a compa?¨ªa de Nueva York que, supuestamente gracias a los favores de Meese, gan¨® contratos con el Pent¨¢gono. El fiscal especial McKay contin¨²a investigando al ministro por este asunto.
Meese arrastra, adem¨¢s, su dudosa actuaci¨®n en el Irangate. El informe final del Congreso critic¨® c¨®mo condujo la investigaci¨®n inicial permitiendo que Oliver North y John Poindexter destruyeran documentos claves.
El fiscal especial McKay tambi¨¦n investiga la actuaci¨®n del ministro de Justicia en la ruptura del monopolio telef¨®nico por parte de la compa?¨ªa AT&T en un momento en el que Meese ten¨ªa acciones en varias compa?¨ªas de tel¨¦fonos.
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