Tiempo de melancol¨ªa
Pensadores, cient¨ªficos y artistas vuelven a ocuparse del 'placer de la tristeza', como la llam¨® Hugo
, "Hay d¨ªas en que somos tan l¨²gubres, tan l¨²gubres...", escribi¨® el modernista Porfirio Barba Jacob para describir uno de los seis estados del alma en su Canci¨®n de la vida profunda, y su verso anticuado se mantiene c¨¦lebre porque evoca como pocos la mel¨¢ncol¨ªa. El mal del siglo la llam¨® el romanticismo, y algo hab¨ªa de diagn¨®stico sociol¨®gico, pues de¨²n lado a otro de Europa se suicidaban decenas de j¨®venes vestidos con chalecos amarillos para imitar al joven Werther. En los ¨²ltimos meses, algunas publicaciones h¨¢n sugerido que ¨¦ste es tiempo de melancol¨ªa.
Cualquier tertulia de caf¨¦ establece en el plazo de un par de ellos una lista de s¨ªntomas que desvelar¨ªan en nuestra ¨¦poca cierta tendencia a mirar hacia atr¨¢s. Una simple mirada en tomo de la tertulia -s¨ªntoma en s¨ª misma- podr¨ªa aportar unas primeras ideas: los sombreros que han vuelto a usar algunos contertulios, sus largos guardapolvos o sus chaquetas de cuero negro, el billar que jugar¨¢n esa noche, el bolero o el tango que suena al fondo, el barrio antiguo en el que se encuentra el bar y en el que j¨®venes profesionales habilitan viviendas o despachos, las pel¨ªculas de Wilder, Ford o Hawks que logran interesar m¨¢s a la tertulia que las ¨²ltimas pel¨ªculas de bulevar, aptas s¨®lo para menores.Todo ello tiene que ver con la nostalgia, sin duda, de la misma forma que la renovada pasi¨®n por las plumas estilogr¨¢ficas, la a?oranza por los maestros del c¨®mic que dibujaron con claridad el mundo confuso de los a?os treinta, las reediciones de ¨ªdolos del rock que ya est¨¢n en los museos -Elvis Presley, Sam Cooke-, o la reposici¨®n de series de televisi¨®n ya remotas: El fugitivo, MacMillan y esposa... Adem¨¢s, el reverdecido inter¨¦s por el viaje, y por el viaje rom¨¢ntico, si es que ¨¦ste es a¨²n posible, y la a?oranza de la aventura, hasta el extremo de convertirla en industria.
Ocurre, sin embargo, que nostalgia no es lo mismo que melancol¨ªa, aunque con frecuencia la abarque, y que seg¨²n quien defina ¨¦sta, pueden ser muy distintas. Y aqu¨ª viene la principal dificultad para hablar de ella: melancol¨ªa es una palabra resbaladiza y de fronteras tan borrosas como un brumoso amanecer de invierno.
Un sol negro
"Bilis negra", dice una primera aproximaci¨®n etimol¨®gica. V¨ªctor Hugo la llam¨® "el placer de la tristeza", y recog¨ªa una idea de La Fontaine, que habl¨® de "los oscuros placeres de un coraz¨®n melanc¨®lico". Es un t¨¦rmino vago que en general de asocia con la tristeza, aburrimiento, vaguedad del alma, languidez. "Spleen", dijo Baudelaire. Si en el lenguaje popular puede indicar una tristeza suave -"me marcho con melancol¨ªa de este pa¨ªs", como recoge Mar¨ªa Molinerpara los sic¨®logos la palabra indica un estado de depresi¨®n propio de la sicosis maniaco-depresiva, y se caracteriza por s¨ªntomas de postraci¨®n, abatimiento y pesmusmo.
Estos, los cl¨ªnicos, son en buena parte los s¨ªntomas que han despertado el inter¨¦s de algunos medios de informaci¨®n cultural, notablemente Le magazine Litt¨¦raire, que dedic¨® a la melancol¨ªa un n¨²mero especial el verano pasado y una amplia entrevista a la cient¨ªfica b¨²lgara Julia Kristeva tras la publicaci¨®n de su libro Sol negro (Soleil noir, d¨¦pression et m¨¦lancolie, Gallimard). La revista literaria Pasajes, de Pamplona, consagr¨® al fen¨®meno su reciente n¨²mero 8, y la publicaci¨®n cultural Sur-Expr¨¦s le dedic¨® un amplio espacio de su ¨²ltima entrega.
Kristeva diferencia y matiza entre depresi¨®n y melancol¨ªa, si bien establece algunos puntos de contacto: el corte de relaciones con el entomo y la devaluaci¨®n del lenguaje; el melanc¨®lico ya no cree ni en sus propias palabras. "Si la melancol¨ªa es de nuevo el mal del siglo, si aumenta el n¨²mero de depresiones -se pregunta Kristeva- "?no es acaso en un contexto en el que los lazos simb¨®licos se cortan? Vivimos una fragmentaci¨®n del tejido social que no puede ofrecer auxilio, sino al contrario una agravaci¨®n de la identidad s¨ªquica que vive el deprimido".
Recuerda Kristeva que cierta concepci¨®n ve la melancol¨ªa como un estado l¨ªmite de la naturaleza humana, reveladora de la verdad del ser: el melanc¨®lico ser¨ªa el hombre de genio. Seg¨²n ella, esta concepci¨®n fascina a los fil¨®sofos modernos, pues, en s¨ªntesis, el estado depresivo ser¨ªa la condici¨®n del pensamiento, la filosof¨ªa, la genialidad. "?Por qu¨¦ se habr¨ªan de cambiar las formas art¨ªsticas o el pensamiento si no se hubiese afrontado antes su banalidad?"
Sin optimismo
La psicoanalista lacaniana Miriam Chome piensa que ¨¦ste no es especialmente un tiempo de melancol¨ªa -al menos no ha observado un aumento de la enfermedad-, y a su juicio la melancol¨ªa se ha convertido en el significante, en nuestra ¨¦poca, de lo que Freud consider¨® com? malestar de la civilizaci¨®n.
En esa misma l¨ªnea, dice el fil¨®sofo Carlos Gurm¨¦ndez, autor de Teor¨ªa de los sentimientos y de Tratado de las pasiones entre otras: "Si no hay reflexi¨®n, la melancol¨ªa se constituye en auto satisfacci¨®n, un regodeo que diferencia al melanc¨®lico del hombre com¨²n, que se afana tras futilezas".
Para Gurm¨¦ndez, ¨¦ste podr¨ªa ser un tiempo de melancol¨ªa al caracterizar la pasividad y la inercia, con la crisis de la utop¨ªa, nuestro tiempo hist¨®rico. Los grandes proyectos se han estancado. As¨ª, la pasi¨®n frustrada es el gran origen de la melancol¨ªa; no un radical existencial, algo inherente a la condici¨®n humana, sino transitorio.
El fil¨®sofo Romano Guardini, recuerda Gurm¨¦ndez, subrayaba en su obra La melancol¨ªa el aspecto de recogimiento que caracteriza este estado? un recogimiento reflexivo m¨¢s profundo que la tristeza, y fundamental para acceder a la trascendencia. Kierkegaard, en cambio, ve en ella el cierre del ser en s¨ª mismo.
Sin ritos y sin h¨¦roes
La melancol¨ªa es una clave para explicar el arte m¨¢s reciente, en opini¨®n de Alfredo Aracil, compositor de 31 a?os, que escribe ahora la ¨®pera de c¨¢mara El infierno de los enamorados, inspirada en el Infierno de Dante. El libreto es del poeta Luis Mart¨ªnez.Seg¨²n Aracil, no se pueden comprender con la melancol¨ªa ni las vanguardias hist¨®ricas, ni tampoco la que sigui¨® a la Segunda Guerra Mundial, pues "la vanguardia es optimista, va a alg¨²n sitio". Por el contrario, el arte de nuestros d¨ªas no cree que tenga que ir a ning¨²n sitio, se mira a s¨ª mismo y utiliza su propia historia para construirse. A diferencia del arte anterior, carece de ritos y de h¨¦roes. "La melancol¨ªa existe en mi obra en tanto en cuanto no existe el optimismo. Y no existe el optimismo al no ser una obra vanguardista, sino especulativa: creaci¨®n por la creaci¨®n, y creaci¨®n pesimista, sin esperanza".
Es posible encontrar en la ¨²ltima obra de artistas espa?oles ciertos rasgos de lo que se podr¨ªa llamar melancol¨ªa. As¨ª las fotograf¨ªas d¨¦ barcos en la Barcelona de Manuel Esclusa, o los nocturnos y viajes de Dis Berl¨ªn.
Una ley genenal
En su amplio piso antiguo encaramado en una cuarta planta de la calle Mayor de Madrid, con techos de artesonado y muebles de la primera mitad del siglo que guardan revistas antiguas, Dis Berl¨ªn, aragon¨¦s de 28 a?os, intenta recuperar para su propia colecci¨®n sus cuadros de nocturnos -aquellos aeropuertos sumidos en la oscuridad, barcos en mitad de la tormentapero a la vez utiliza amarillos y naranjas para salir del spleen que los inspir¨®.
"Hay algo de segunda mano en la nostalgia, en la melancol¨ªa", dice Dis Berl¨ªn. "Si te regodeas en ello, tu cabeza est¨¢ condicionada. Corres el riesgo de hacer algo a un paso de lo enfermizo".
"Los fil¨®sofos dicen que la literatura es melancol¨ªa por definici¨®n", dice Jes¨²s Ferrero, autor de las novelas B¨¦lver Yin y Opium, ambientadas en Oriente. Para Ferrero, la melancol¨ªa de nuestro tiempo se observa en terrenos en apariencia muy lejanos: no s¨®lo .un derrumbe de los valores como el de los a?os 30", sino "la ideolog¨ªa del bon vivant, la elegancia, la escalada social".
Ferrero recuerda lo que le dijo Holderlin a Bonaparte: "T¨² est¨¢s en la realidad" y sugiere casi una ley general: Todo escritor sufrir¨ªa la melancol¨ªa, el anhelo, del para¨ªso perdido.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.