El moribundo respira
En el reparto de pre¨ªnios del Festival de Berl¨ªn, y de acuerdo con un infalible t¨®pico, son todos los que est¨¢n, pero no est¨¢n todos los que son. All¨ª se vio m¨¢s cine parecido al buen cine del que se acostumbra a ver en los grandes festivales en los ¨²ltimos tiempos. Y mucho m¨¢s del que tiene cabida en la cerrada rutina de una lista de premios prefijada e inalterable.En los ¨²ltimos tiempos, el momento culminante de la lectura de la lista de los triunfadores de un festival suele ser una ocasi¨®n propicia para hacer saltar a flor de piel la decepci¨®n, el abucheo e incluso el esc¨¢ndalo. Pero en Berl¨ªn hubo rara unanimidad en considerar que los que entraron en esa lista lo merecen, en mayor o en menor medida, de una manera o de otra. Pero ?qu¨¦ hueco qued¨®, para que haya constancia en la historia de ese festival, de la interpretaci¨®n de Madre Krol por la actriz polaca Magda Teresa Wojcik? Ninguna. ?Y qu¨¦ para la sorprendente actriz china Gong Li, protagonista del filme ganador Grano rojo, y totalmente desconocida en Occidente? Nada.
?Qu¨¦ constancia reservan los anales del festival berlin¨¦s para la presencia en sus pantallas del superfamoso actor, y, esta vez -no como otras- acertado, William Hurt, en su fr¨ªa e inteligente creaci¨®n del periodista. televisivo del filme norteamericano Broadcast News? Ninguna. ?Y qu¨¦ para su excelente compa?ero de reparto Albert Brooks? Otra vez, ninguna. ?Y qu¨¦ para algunos, desgraciadamente no todos, rostros de Jarrapellejos, como los de Antonio Ferrandis, Juan Diego, Miguel Rell¨¢n y Juan Eclianove? De nuevo, nada.
?Se puede echar en elsaco del olvido a la pat¨¦tica, graciosal antol¨®gica, y me atrever¨ªa a decir que genial, creaci¨®n del actor ruso Roland Bykov en La comisaria, un hermoso filme rescatado de los basureros de la censura estaliniana? ?Y qu¨¦ rinc¨®n se destina para el ejercicio de direcci¨®n y montaje realizado por el autor de este mismo filme, Alexandr Askoldov, en algunas de las escenas de cumbre de esta notable pel¨ªcula m¨¢rtir, hecha hace 31 a?os y encarcelada desde entonces, detr¨¢s de la mordaza puesta a su autor, por el imperdonable delito de alentar la libertad humana en medio de una de las dictaduras m¨¢s brutales y s¨®rdidas de que hay noticia?
Luz propia
?C¨®mo pudo quedar borrado de la lista de premios el nombre de John Patrick Shanley, que es el autor de uno de los guiones m¨¢s perfectos que se han viste, en una pantalla en los ¨²ltimos a?os, el de Hechizo de luna, precisamente ahora, cuando el cine est¨¢ necesitado de manera imperiosa de escritores espec¨ªficamente cinematogr¨¢ficos, capaces de hacer un gui¨®n como ¨¦ste, que recuerda a los mejores trabajos de ?Charles Brackett, Borden Chase, William Burnet, Clifford Odets, Robert Sherwood, Daniel Taradash, Dalton Trumbo, Albert Maltz, Maxwell Anderson, Dashiell Hammett, William Inge, Raymond Chandler, James Agee, Philip Yordan, Lamar Trotti, Duddley Nichols, Frank Nugent, Niven Busch, Burt Kennedy, Ben Madil Garson Kanin, Nunnally Johnson, Jules Furthman, Carl Foreman y una pl¨¦yade de nombres escritos con letra indeleble en el lado permanente de una p¨¢gina de la historia del arte resbaladiza a causa de la presi¨®n de lo efimero?Podr¨ªamos seguir tirando del hilo de los que all¨ª fueron sin estar. Pero, a su manera, y aunque en el Festival de Berl¨ªn se quedaran en la hora final detr¨¢s de los focos del gran escaparate gente como la nombrada, que es luz en s¨ª misma, tambi¨¦n estuvieron, porque la bondad de un acontecimiento de esta especie la decide -en mayor medida que la de los que salen al proscenio la noche de los focos- la bondad de los que se quedan en sus cunetas.
Un giro, una confluencia de caminos, un despertar de la larga modorra, algo todav¨ªa impreciso, pero algo alentador, se presiente que ocurre en el cine, cuando el primer gran escaparate del a?o puede permitirse el lujo de prescindir de tan delicadas sombras como las que all¨ª se encendieron el d¨ªa del reparto de las luces.
De Estados Unidos, que, en los aspectos industriales y mercantiles, sigue siendo el piloto del arca donde sobrevive la malavenida fauna del cine, llega una de esas cifras que alborotan el so?oliento gallinero: el ¨²ltimo a?o ha aumentado sensiblemente el volumen de la riada reducida a m¨ªnimos en parte por la sequ¨ªa de imaginaci¨®n, y en parte por la capacidad de absorci¨®n de los desag¨¹es audiovisuales- de los espectadores en las colas de las salas de cine.
Y aunque la fiabilidad de esta abstracci¨®n estad¨ªstica es, como todas las de su especie, dudosa, lo ocurrido en Berl¨ªn da un inesperado soplo de vida a lo que, de un tiempo a esta parte, se interpretaba por augures sensatos y entristecidos como un anuncio de la lenta agon¨ªa del cine.
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