La jaula y la pluma
A don Nicol¨¢s Mar¨ªa de Urgoiti aquello no le gust¨® nada. Hac¨ªa s¨®lo tres semanas que ¨¦l, Ortega y otros destacados colabora dores hab¨ªan sido expulsados de El Sol por los propietarios mon¨¢rquicos y ahora este diario iniciaba una acelerada adaptaci¨®n a la Rep¨²blica. El 14 de abril, la bandera republicana en el edificio de la. calle de Larra constituye el ¨²nico lunar en una jornada de alegr¨ªa. Pronto vendr¨¢n mayores decepciones. En los d¨ªas que siguen El Sol inicia una afortunada campa?a de captaci¨®n de firmas republicanas, que olvidan el peri¨®dico de Urgoiti y Ortega, Crisol, para exponer sus opiniones pol¨ªticas precisamente en el diario que ha tratado en el ¨²ltimo momento de frenar el cambio de r¨¦gimen. Es un desfile de colaboraciones que inician Luis Araquist¨¢in y Niceto Alcal¨¢ Zamora, siguen Aza?a, Prieto y Unamuno, para culminar con la visita que hace el doctor Mara?¨®n con unas cuartillas sobre la quema de conventos. El Sol asum¨ªa el papel de plataforma de los republicanos de orden y el pasado reciente quedaba enterrado. El comentario de Urgoiti ante esa reconciliaci¨®n de urgencia no puede ser m¨¢s desesperado: "Hiel y vinagre la lectura de El Sol con, los banquetes, con la concurrencia, de Alcal¨¢, Maura, etc¨¦tera. ?Qu¨¦ cerdos!".Como sabemos el episodio no termina bien, la agrupaci¨®n de intelectuales reformadores en torno al anterior diario El Sol no volver¨¢ a producirse en los peri¨®dicos republicanos fundados por Urgoiti y alentados a rega?adientes por Ortega. Tampoco El Sol de Manuel Aznar y otros directores que le siguen mantiene esa l¨ªnea inicialmente apuntada de recuperaci¨®n del republicalismo. Una vez conseguida la captaci¨®n, ir¨¢ dando tumbos hasta julio de 1936. En realidad, quien acert¨® fue Ramiro de Maeztu desembarcando a tiempo, ya a principios de 1927, por su discrepancia frente a la l¨ªnea entonces antidictatorial de El Sol. Por lo menos, sigui¨® su propio curso y no se vio sometido a las oscilaciones pendulares de otros colaboradores del diario.
Esta peque?a historia -viene a cuento por una pol¨¦mica a¨²n caliente sobre el tema de la libertad de expresi¨®n de los intelectuales y el encaje de la misma en medios de una u otra tendencia pol¨ªtica. Vaya por delante que, vistas as¨ª las cosas, la cuesti¨®n ofrece escaso atractivo y pronto se toca fondo. Es obvio que en una sociedad democr¨¢tica todo escritor tiene derecho a situar sus producciones all¨ª donde mejor le plazca y que el fichaje de nombres conocidos encaja perfectamente en cualquier estrategia de incremento de ventas. Hasta aqu¨ª hay poco espacio para la discusi¨®n. Claro que no es cuesti¨®n de izquierdas o derechas. Claro que no es censurable el ejercicio por parte de un individuo de la libertad de opci¨®n para colocar en el mercado los propios escritos o la propia palabra. Claro que la lucha por un p¨²blico de radioyentes o lectores tiene sus reglas y sus astucias perfectamente admitidas.
El problema, posiblemente, es otro. Se trata de la significaci¨®n de un mensaje en un determinado contexto. Dicho con otras palabras, si cabe desgajar el contenido de una producci¨®n ideol¨®gica o cultural del conjunto de significados en que la misma es transmitida, a trav¨¦s de su inclusi¨®n en un medio o un veh¨ªculo determinado, tr¨¢tese de un diario, un filme o una emisi¨®n de radio o televisi¨®n. Y la oraci¨®n puede funcionar por activa o por pasiva. Vayan a vuelapluma dos ejemplos bien distantes entre s¨ª en el fondo y en la forma. Uno es de esta misma semana y viene sugerido por la desoladora versi¨®n cinematogr¨¢fica de una excelente novela cubana, Gallego, de Miguel Barnet. En este caso la supresi¨®n de todo contexto problem¨¢tico, y en definitiva la destrucci¨®n de la historia, comienza muy pronto ante la ignorancia de un hecho tan elemental como que los gallegos son gallegos y no s¨®lo hombres puestos sobre el paisaje de Galicia como tel¨®n de fondo. Luego, el marco complejo de la realidad en que se mueve el emigrante es sustituido una y otra vez por la sucesi¨®n de ilustraciones, casi de cromos, a fin de potenciar la ejemplaridad del relato. Para rematar con la deshistorizaci¨®n del protagonista a trav¨¦s de su inmutabilidad. M¨¢s all¨¢ de los defectos narrativos, es el prop¨®sito deliberado de eliminar todo elemento conflictivo del contexto lo que acaba dando en tierra con la historia, destruyendo el proceso de significaci¨®n.
Pero del mismo modo, y a la inversa, el contexto puede fabricar el contenido del mensaje. Recuerdo hace 10 a?os la p¨¢gina de opini¨®n en un diario donostiarra donde se inclu¨ªan tres art¨ªculos. Uno, de un ensayista que deshac¨ªa las posibles ilusiones pol¨ªticas de los defensores de la Constituci¨®n reci¨¦n aprobada. Nada ten¨ªa de extraordinario y pod¨ªa incluirse brillantemente en la tradici¨®n de cr¨ªtica de los "sofismas pol¨ªticos" inaugurada hace ya muchos a?os por Bentham. Otro art¨ªculo, hablando del Ulster, constitu¨ªa, si no recuerdo mal, una defensa de la lucha armada como instrumento revolucionario nacional. Y el tercero era algo as¨ª como un elogio de Sabino Arana Goiri. El mensaje no surg¨ªa de cada colaboraci¨®n en particular, sino de la disposici¨®n de las piezas realizada por los editores del peri¨®dico. Independientemente de la voluntad de cada autor, la cr¨ªtica de la Constituci¨®n espa?ola, para nada impregnada de nacionalismo, serv¨ªa de plataforma al proyecto pol¨ªtico desplegado por los otros dos ensayos. Desde el punto de vista de la libertad de expresi¨®n nada hab¨ªa de objetable en lo ocurrido, pr¨¢ctica habitual en la historia del periodismo, pero s¨ª cab¨ªa preguntarse por la responsabilidad moral y pol¨ªtica de quien ejerc¨ªa esa voluntad en el vac¨ªo, en caso de que autorizara tal ejercicio de manipulaci¨®n. Y el hecho es que no tard¨® en rectificar el rumbo. (Hago gracia al lector del relato de otras transgresiones en esta misma l¨ªnea, alguna de ellas sufrida en propia carne y en fecha muy reciente: s¨®lo me interesa subrayar que se trata de un terna muy vivo que concierne al n¨²cleo de intervenci¨®n del intelectual en los medios de comunicaci¨®n y no a un malestar propio de. conciencias puritanas.)
?sta es, tal vez, la cuesti¨®n de fondo, aunque ciertamente sea dif¨ªcil de dictaminar y desde luego no pueda resolverse desde el exterior por v¨ªa inquisitorial. Vale la pena suscribir aqu¨ª la vieja advertencia de Voltaire: s¨®lo es l¨ªcito ejercer la intolerancia contra quienes propugnan el fanatismo. Parece obvio que a esta ¨²ltima categor¨ªa pertenecen, en cualquier circunstancia hist¨®rica, aquellos que refuerzan a los promotores de la irracionalidad y de la intransigencia. Pero una vez sentado esto, es cada uno el que tiene que elegir su papel en la comedia.
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