La desperrizaci¨®n del perro
?C¨®mo ser¨¢n los perros en 1992? Dada su general indolencia evolutiva, su amor a la elegante postura fija, la, ilusi¨®n por su propio rabo, la hondura de su mirada y esa enorme tristeza que tienen por no ser personas -en lo que revelan su gran ignorancia de los humanos-, o quiz¨¢ por la condici¨®n de las personas a las que aman -?sin rabo!-, no son de esperar grandes modificaciones, y el pastor pirenaico seguir¨¢, sin parecerse al dibujo de Mariscal -que le ha tomado corno modelopara los Juegos Ol¨ªmpicos: conservar¨¢ su amable y a veces adusta dignidad. No ser¨¢ plano, ni zigzagueante; su cabeza no parecer¨¢ jam¨¢s la burla de una mano humana. Sin embargo, la organizaci¨®n comercial. habr¨¢ ganado ya, seg¨²n los c¨¢lculos, m¨¢s de 15.000 millones de pesetas.Vista la cuesti¨®n desde la lejan¨ªa con que uno puede contemplar el fetichismo, y el t¨®tem, todo parece justificado, precisamente, por ese beneficio: es importante. No se ve, en cambio, una buena justicia distributiva, y qu¨¦ puede obtener el perro -en general, la uni¨¦n de todos los perros del mundo- de esas ganancias. Quiz¨¢ una nueva popularidad que les haga menos perseguibles por guardias, vecinos, encargados de jardines, ayuntamientos y otros enemigos de la pulcra y, antiecol¨®gica sociedad actual.
No se ve, ahora, por qu¨¦ la elecci¨®n del perro, si. no es por eso (no se ve por qu¨¦ la elecci¨®n de nada, ni la necesidad de mascota o fetiche). En el origen de la simpat¨ªa que se trata de despertar est¨¢ el perro. Hace a?os, un dibujante espa?ol que emigr¨® a Par¨ªs y se hizo llamar Coq, por traducci¨®n y adaptaci¨®n de su propio nombre, Gallo, comenz¨® a difundir unas vi?etas en las que se ve¨ªa un perro y un ¨¢rbol, aunque no es la relaci¨®n ecol¨®g¨ªca que suelen manifestar en las calles. Simplemente, un perro, un ¨¢rbol y generalmente una seflorita agradable. Lo explicaba Coq -que hab¨ªa empezado ganando su vida dibuJando emblemas para las bolsas de las tiendas de comestibles: algo que ya no existe en aquel bello papel de estraza- porque hab¨ªa observado que en Par¨ªs hab¨ªa muchos perros y muchos ¨¢rboles, y estaba seguro de establecer as¨ª una corriente de simpat¨ªa con sus clientes -no lectores porque, iletrado en Par¨ªs, no pod¨ªa poner carteles en sus historietas-. Fue cierto, y se hizo rico.
El perro ha servido as¨ª, humilde y pobremente, para que los humanos ganen un dinero dibuj¨¢ndole o represent¨¢ndole. No parece que sea otra la raz¨®n de la elecci¨®n de Mariscal, dada la escasa relaci¨®n material o inmaterial del perro con las olimpiadas. Las razones para que ¨¦l dibuje as¨ª los perros son, sin duda, porque los ve as¨ª. Lo extra?o es que una persona que ve as¨ª a los perros se dedique a dibujar. Parece que le anirna, seg¨²n sus declaraciones de ayer rr¨¢smo, un par de hechos: el de que debe inclinarse hacia lo que ser¨¢ modernidad hacia el a?o ?992 y el deseo de romper la l¨ªnea de Walt Disney. Walt Disney, que era de Almer¨ªa, ten¨ªa una vocaci¨®n por los animales totalmente err¨®nea: los humanizaba. El perro Pluto era tierno, triste y amistoso, aunque con ciertas hostilidades por otra clase de animales: uno pod¨ªa verse reconocido en ¨¦l, sobre todo si la vida le ten¨ªa reservado un papel escasamente brillante. Pero la humanizaci¨®n del animal ha creado grandes equ¨ªvocos en su trato, ha confundido la visi¨®n del ni?o con respecto a por ejemplo los ratones y ha exagerado la agresividad animal.
No hablemos ya del sangriento abuso de raza despectiva que suponen los animales de la publicidad: la oca disfrazada de cocinera de s¨ª misma, o el cerdo feliz de ser convertido en embutidos por una marca llena de seriedad. Nos hacen sentirnos, sin darnos cuenta, antrop¨®fagos, desde la conversi¨®n en antropos de estos seres que cre¨ªamos para matarles.
La humanizaci¨®n y la supuesta agresividad del animal fue, despu¨¦s del siniestro Walt Disney, explotada tambi¨¦n err¨®neamente por un cient¨ªfico de tan talla universal como fue Konrad Loreriz, que quer¨ªa explicar nada menos que la destrucci¨®n que causaron los nazis por unas razones territoriales, de comportamiento o de sexualidad y posesi¨®n que era innata en todas las especies, como lo demostraban los animales. Todav¨ªa hay una escuela psicol¨®gica que le sigue. La destructividad del hombre es cultural, como todo lo que acontece ya, una vez apagados los instintos a lo largo de una evoluci¨®n que se ha demostrado err¨®nea y que en ning¨²n caso ha ido hacia mejor, como quer¨ªa demostrar Darwin, con cuyas ideas se cre¨® una escuela pol¨ªtica de "lucha por la vida" o de supervivencia del m¨¢s fuerte, que fue una suposici¨®n cultural y proporcion¨® alguna guerra, alguna religi¨®n y alguna implantaci¨®n econ¨®mica predadora. El animal no es as¨ª. No es ni siquiera liberal ni econoraista; ni conductista.
Y mucho menos en esa descomposici¨®n de l¨ªneas que ayer se desvel¨® con gran aparato ante las c¨¢maras de televisi¨®n. No va a romper la l¨ªnea de Walt Disney, ni es nada seguro que corresponda a la modernidad. La alusi¨®n a Picasso no es ya nada moderna. Aun as¨ª, Picasso ten¨ªa una buena raz¨®n para descomponer las figuras -el toro, sobre todo, o la escurridiza y bella paloma; o la mujer-, que era la de un amor que quer¨ªa comprender el movimiento, o los distintos puntos de vista, o abarcar y poseer enteramente todas las dimensiones posibles e imposibles; o, en alg¨²n caso, la violencia ejercida sobre el animal o ser humano. Era, en otras palabras, arte. Nunca fue plano, aunque algunas ¨®pticas desacostumbradas no consiguieron sacar m¨¢s de dos dimensiones de algunos de sus cuadros o de sus dibujos. Cuando dibujaba una cabra -su gran, tierna, amorosa cabrano la ridiculizaba jam¨¢s: hizo que se la amara. El grafismo es otra cosa: est¨¢ hecho para ganar 15.000 millones de pesetas lo que, en t¨¦rminos de dignidad, quiere decir que est¨¢,hecho para que unos millones de personas se dejen fanatizar la vista por unas rayas difundidas hasta el infinito. No deshumaniza el perro, sino que le desperriza.
La idea de la modernidad es aberrante. Es una de las adhesiones m¨¢s destruct¨ªvas de la sociedad moderna y, de una manera muy especial, de la espa?ola que tiende a despegar de un pasado que aborrece por medio de una moda, que es la de lo nuevo por artificio o por ansiedad. Lo nuevo surge de s¨ª mismo, no se provoca ni se cultiva; y nace cuando lo viejo se fracciona, produce su mitosis, se divide y se fecunda, y no cuando todav¨ªa est¨¢ vivo y engendrando modernidad. Esta sociedad jubilatoria puede manifestarse en las formas m¨¢s inesperadas, como puede ser el trazo de una figura de perro, con tal de que no sea antiguo; cuando todav¨ªa no ha sabido apurar la modernidad eterna de la cabeza de Anubis o la de las pinturas rupestres, que s¨ª ten¨ªan una idea cin¨¦tica del animal, en los dos sentidos de la ra¨ªz: en el de la cin¨¦tica, o movimiento, o en el de la cineg¨¦tica, o caza con perros. Ten¨ªa la prehistoria un sentido art¨ªstico de la modernidad m¨¢s all¨¢ de los milenios que no ha sido superada, precisamente porque estaba sirviendo directamente a su propio tiempo. Del futuro no sab¨ªan nada.
Este perro grotesco de Barcelona es una caricatura desdichada del perro real, que no por ello va a sentirse herido en su amor propio. Ni es un perro ni es ol¨ªmpico, ni es nada, aunque uno no deje de admirar la capacidad de s¨ªntesis del trazo, la capacidad de abstracci¨®n de un hombre que es capaz de ver los perros as¨ª; y que ha tomado de Walt Disney el error de la humanizaci¨®n o del antropocentrismo. Tampoco se le ve la relaci¨®n con el totemismo. Ni el sentido que se le dio a esa palabra, a partir de Frazer y de Freud -o sea, una identificaci¨®n religiosa que, unida con el tab¨², evitaba el incesto y la exogamia y manten¨ªa la cultura de las tribus-, ni con la moderna de los estructuralistas -desde L¨¦vy-Strauss-, que supone un sistema de pensamiento y de clasificaci¨®n de la naturaleza con respecto al hombre.
S¨®lo se ve como una forma m¨¢s de consumo: de algo que se va a consumir por s¨ª mismo, sin una intenci¨®n ulterior, sin una suplantaci¨®n de algo o superposici¨®n de algo. Una adici¨®n in¨²til a la periferia de la inmensa atracci¨®n del deporte para recaudar un dinero sobre la base de esa especie de mesmerizaci¨®n de la masa inf¨¢ntilizada que querr¨¢ estar a la moda gr¨¢fica llamada moderna. El perro andaluz de Bufluel tuvo una repercusi¨®n en un arte que hoy forma parte del entendin?ento social: el surrealismo. El perro catal¨¢n de Mariscal no es catal¨¢n, ni ol¨ªmpico, ni perro. Es una manera de ganar dinero. A costa del perro.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.