La agon¨ªa de Octubre
Mi amigo Ivan Lapshin es la representaci¨®n revolucionaria del fin de una revoluci¨®n.Un hombre de la Rusia de hoy evoca un periodo de su infancia, en 1930. Nadie dice esta fecha, pero un susurro trae el rumor del suicidio de un poeta, Maiakovski, ocurrido en ese a?o crucial para la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pues en ¨¦l emergi¨® a la luz una tragedia hist¨®rica de proporciones ingentes -que sembr¨® la prematura muerte de Lenin en 1924- gestada las sombras de la revoluci¨®n exhausta: el fin de la esperanza bolchevique y el comienzo de la tiran¨ªa de Stalin. Alguien dice: "En la oscuridad surgi¨® algo m¨¢s negro que la noche".
El hombre recompone su ni?ez en una comuna -"Juntos ¨¦ramos capaces de hacer todo"- entre cuyos miembros hay uno -Lapshin, jefe de la polic¨ªa local- en cuyos rasgos coinciden la energ¨ªa de un genuino revolucionario y la apat¨ªa de un caracter gastado por casi dos d¨¦cadas -la revoluci¨®n de octubre de 1917 comenz¨® en 1914, con el estallido de la Gran Guerra- de tensi¨®n sin respiro en el colosal esfuerzo de ennoblecer la vida humana: "?Limpiaremos el mundo! ?Haremos jardines! ?Pasearemos por ellos!".
Mi amigo Ivan Lapshin
Direcci¨®n: Alexei Guerman. Gui¨®n: E. Volodarski, sobre relatos de Yuri Guerman. Fotograf¨ªa: V. Fedossov. M¨²sica: A. Gagulachvili. URSS, 1984 Int¨¦rpretes: Andrei Boltnev, Nina Ruskanova, A. Mironov. Cine Renoir.
Esto cantan Ivan Lapshin y sus compa?eros, mientras buscan los rastros de una banda de bestiales asesinos, traficantes de carne humana. Era todav¨ªa el tiempo en que los hombres de aquel pa¨ªs so?aban que su tarea era hacer un jard¨ªn sobre el solar del viejo desierto y -tan intensa era su dedicaci¨®n- no se dieron cuenta de que sobre ese solar sembraban otro nuevo desierto.
Guerman representa, en su Ivan Lapshin, esta colosal tragedia hist¨®rica con tanta econom¨ªa de medios; con tan complej¨ªsima sencillez; y dando rienda suelta a un entramado formal de tal densidad, que no deja ver el laborioso esfuerzo imaginativo que hay tr¨¢s de ¨¦l.
Y lo hace tan cerca de las zonas inalcanzables donde reside la perfecci¨®n, que produce en el espectador la sensaci¨®n -esa que transmiten raros filmes de la plenitud de cineastas de genio- de que asiste a una ficci¨®n tan vigorosa como la propia verdad, al milagro de la identidad entre poes¨ªa e historia, signo de equilibrio reservado para los monumentos de la serenidad cl¨¢sica.
Radicalidad
De ah¨ª la radicalidad de Ivan Lapshin, una obra en la que su creador pone en funcionamiento los c¨¢lidos mecanismos de la nostalgia, para a trav¨¦s de ellos darnos de bruces con los g¨¦lidos mecanismos del horror en estado puro: signos de la muerte de la mayor esperanza generada por este siglo, la esperanza de Octubre, depositados en quienes, creyendo construir un jard¨ªn, vaciaron sus vidas en la construcci¨®n de un infierno y que, por ello, fueron las pr¨ªmeras v¨ªctimas de una estafa tan enorme, que a¨²n gravita sobre la vida contempor¨¢nea.Es una experiencia conmovedora descubrir en este filme los conductos que enlazan a los comportamientos individiduales con los comportamientos colectivos.
Es Ivan Lapshin el dibujo simult¨¢neo de una decena de personas. La c¨¢mara aisla en sus encuadres a uno o varios personajes, pero el espectador jam¨¢s pierde de vista, gracias a la fuerza identificadora que segrega el poderoso estilo de Guerm¨¢n, a los que no es tan en el encuadre, de modo que, incluso sin verles, sabe donde est¨¢n, qu¨¦ les mueve, qu¨¦ les paraliza.
La precisi¨®n con que Guerman orienta al espectador en las zonas que quedan fuera del campo de la lente, le permiten definir grupos a trav¨¦s de individuos, estados de ¨¢nimo plurales a trav¨¦s de singularidades Todo es armon¨ªa en esa pluralidad, incluso cuando, en carne viva, de alla brotan las chispas de algo que se le escapa: miradas a la c¨¢mara, dilaciones ins¨®litas en la acci¨®n, quiebras ¨ªntimas (suicidio frustrado del periodista, pulsi¨®n castradora de Lapshin, persecuci¨®n del asesino Soloviov), agujeros invisibles que conducen a otra acci¨®n oculta bajo la evidente; a otra, e incluso otras pel¨ªculas que discurren bajo el misterio de la que contemplamos.
De ah¨ª la vastedad que abre la angostura de Ivan Lapshin, la capacidad referencial que lleva dentro este hermoso y complejo filme(este cronista lo ha visto seis veces y cada nueva contemplaci¨®n es la primera), atravesado por un dolor que es de todos, porque hurga en una herida universal, todav¨ªa abierta, de la vida en nuestro tiempo.
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