Rey Real
"Real y fino fuego en la nieve". As¨ª titulaba The Guardian la cr¨®nica que narraba, no exenta de dramatismo, la remontada del Madrid frente al Bayem en M¨²nich. Las fronteras, inexistentes para el mayor espect¨¢culo del mundo, son franqueadas por relatos de proezas y mitolog¨ªa procedentes de la manzana que alberga el estadio m¨¢s temido, y al tiempo m¨¢s admirado, del planeta.Intentar contar objetivamente lo que, desde hace tres temporadas, est¨¢ sucediendo con los combates europeos del Real Madrid, no s¨®lo es harto dif¨ªcil sino que, por el contrario, uno siente la necesidad de acrecentar la leyenda, de exagerar las posibilidades, de magnificar los resultados.
El f¨²tbol, espect¨¢culo en decadencia, est¨¢ perdiendo alicientes; y los est¨¢ perdiendo en todos los frentes: las mujeres ya no lo detractan, muy al contrario, les gusta. Los intelectuales ven en este deporte una salida, obscena, promiscua, brutal a sus m¨¢s bajas y frustradas pasiones. Los aficionados se aburren con el f¨²tbol de contenci¨®n, con los presidentes p¨¦treos, con los ¨¢rbitros in¨²tiles, con las reglas obsoletas; con el roneo, el mangoneo, la mentira, el nepotismo y los jodidos precios. ?Por qu¨¦ entonces esa ansia de Madrid europeo?
La respuesta est¨¢ en la calle, primero; y en el estadio, despu¨¦s. Desde hace 15 d¨ªas todo el personal, aficionado y no, habla del choque Madrid-PSV. Nadie conoce al equipo holand¨¦s pero nos han contado mil haza?as: que mete muchos goles, que todos son internacionales, que s¨®lo han perdido un partido, que son muy altos y que, como son de aquel peque?o pa¨ªs, rico en grasas y carnes, son muy, pero que muy fuertes. Ante estas extravagantes y asombrosas perspectivas no hay nadie, cabal, los otros har¨¢n lo que quieran, que se vaya a perder el partido; ya sea en el estadio, en los alrededores, mediante la estent¨®rea y exagerada radio o la seca y corta televisi¨®n, algunos mezclan sabores y as¨ª comprenden mejor lo que est¨¢ pasando. En cualquier caso, el choque de hoy es la cosa m¨¢s importante que va a acaecer en este imprevisible pa¨ªs.
Fauna diversa
Antes del partido se pueden recrear la mente y la vista con un paseo alrededor del estadio visitando, si es posible entrar, los barecitos, tabernas y pubs que ruidosos aficionados toman al asalto desde pasado el mediod¨ªa. Los hay para todos los gustos. Uno, que se llama Parsifal, re¨²ne en su interior a yuppies y ejecutivos/yuppies , atentos a la diferencia, que, trajeados, sin traje, se acercan al coliseo con sus esposas, aficionadas yuppies. Otro, llamado Chiquifl¨² acoge a los de toda la vida, los aficionados serenos, esos que son tan del Madrid que ya no entran en el estadio porque no les va el rollo de la bronca, los ultras y la pasma cargando a diestro y siniestro.
El otro bar es la calle, la calle de los ultrasur, la calle de los perdidos, las aceras de los que venden y compran y revenden y ganan y pierden, la tracamundana de lo l¨²dico. Esa cae que huele a excrementos despu¨¦s del partido que es un gusto, provocado por la biolog¨ªa acelerada de los caballos/perros de toda la p¨ªas.
?Ay, el estadio! Eso es otro cantar: cabecitas, olor a bocata de tortilla y mezcla, muchamezcla. Ricos y pobres, perseguidores y perseguidos, amos y curritos, derecha e izquierda; banderas que ya no son, canciones que nunca terminan, una locura de fondo sur, divertido, alegre, inocente, rodeado de cascos blancos como si de una frontera lum¨ªnica y met¨¢lica se tratase. ?Qu¨¦ pensar¨¢n los polic¨ªas aficionados cuando comprenden que, debajo del uniforme, un fan ac¨¦rrimo intenta escaparse por entre las botas? No te creas que no es desgracia: reprimir por fuera lo que no se reprime por dentro.
?Huy, el palco! Poco f¨²tbol se ve desde el lugar de preferencia. Aspavientos contenidos, negocios cerebrales, aficionados ejerciendo de hombres del deporte del balompi¨¦ y fans/ presidentes que se comen las u?as y alteran los marcapasos sin que nadie se d¨¦ cuenta.
El vestuario es un misterio. La capilla, la ¨²nica capilla, donde se reza en camiseta y pantal¨®n corto. Los hombres que, ajenos a la barah¨²nda y el esperpento, van a combatir: los nuevos gladiadores. Ellos ya no son protagonistas absolutos, tienen 90 minutos para divertir, disfrutar, ense?ar, llorar, re¨ªr, querer, odiar, perder y ganar. El resto pertenece al mundo. En ese tiempo absorben mentes, inquietudes, nervios. La atenci¨®n. Despu¨¦s, la soledad, ganando o perdiendo. La soledad del que provoca el espect¨¢culo, la soledad del h¨¦roe. En la calle, la gloria, la alegr¨ªa, el desenfreno. ?Qu¨¦ pensar¨¢s esta noche, Butrague?o?
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