Otro adi¨®s a Sara
(2 de abril, 1986)"No obstante, es preciso decirlo, jam¨¢s le hab¨ªa pasado nada parecido a lo presente".
Victor Hugo, Los miserables.
Despierta a las diez y media, con hambre: se ducha, se viste: al bajar, otro mensaje en la recepci¨®n: esta vez es un paquete: cartas, atadas con un lazo azul, y una nota encima, todo envuelto en papel de peri¨®dico: "son las cartas que le escribiste a mam¨¢, las ten¨ªa guardadas yo, te las regalo, Griselda": Romeu atraviesa la avenida Callao y camina hasta dar con un lugar adecuado: un bodeg¨®n con olores a fritanga: pide empanadas y una botella de vino blanco: deshace el nudo de la cinta y entreabre el primer sobre, reconociendo en ¨¦l su propia letra de aquellos d¨ªas: despu¨¦s observa el conjunto por fuera: no todas tienen sello, muchas fueron entregadas en mano: son 37: pone a la vista los encabezamientos y procura el orden de las fechas: la primera, del 2 de noviembre de 1974, coincidiendo con el asesinato de Miguel Arellano: la ¨²ltima, del 12 de septiembre de 1975: Madrid, Praga, Shannon, La Habana, Par¨ªs, Madrid, Barcelona, Perpignan, Barcelona: una vida, una espera: "la hostia", murmura, en el momento en que el camarero dispone lo necesario ante ¨¦l:
-?Qu¨¦? -sorprendido, desconfiado, el mozo.
-Nada. No haga caso. Hablaba para m¨ª.
-Tenga cuidado, maestro, se empieza hablando solo...
-Y se acaba en Vieytes, ?no?
-?Qu¨¦ le parece? No es joda el manicomio, viejo.
-Falta mucho para eso.
-Nunca se sabe -sentencia, alej¨¢ndose, el hombre: todav¨ªa hay t¨ªos que conversan, piensa Romeu: se empieza hablando solo y se termina hablando de m¨¢s: las cartas: la letra es m¨ªa, pero la voz: la voz, no: "desesperada necesidad", "los compa?eros, a pesar de todo", "solidaridad debida", "fidelidad": ?despu¨¦s de lo sucedido con Arellano, ¨¦l segu¨ªa guardando esos principios?: ?segu¨ªa creyendo?: ?cu¨¢nto le hab¨ªa llevado, entonces, rehacerse?: ?meses? ?a?os?: y esa mujer a la que se dirig¨ªa: no puede ser la mujer con la que estuve anoche: a aqu¨¦lla la necesitaba desesperadamente: ¨¦sta me repugna: y estos papeles los trajo la hija, tan bella, tan delicada como la que yo so?aba en esos d¨ªas terribles de soledad y frustraci¨®n y derrota: doble derrota: la tenida ante el enemigo y la tenida ante el amigo: la hermosa, la deseada, la deseable, estaba en m¨ª, era yo, era mi urgencia, un espejismo en el infinito desaliento: Sara no existi¨® jam¨¢s fuera de m¨ª.
A las once regresa al hotel con el paquete de cartas en la mano, restituido a su origen el lazo azul, la nota de la hija, la ni?a, la peque?a, en el bolsillo: la hija, la ni?a, la peque?a, que all¨ª est¨¢, en el vest¨ªbulo del Bauen, en un sill¨®n mullido, esper¨¢ndole, sonriendo:
-?Me invit¨¢s a almorzar?
-S? me das un momento, voy a llevar esto arriba -y muestra el mont¨®n amarillento y rid¨ªculo de sus antiguos mensajes.
Bajan por Corrientes andando, el brazo de Romeu sobre el hombro de la muchacha, en silencio, sin que ella deje de sonreir.
-?Ac¨¢? -pregunta de pronto Griselda, se?alando un restaurante.
-Aqu¨ª -acepta Romeu.
Un rinc¨®n silencioso
Se sientan en un rinc¨®n: el lugar es agradable, silencioso, fresco: fuera hace calor, el calor aplastante del r¨ªo inm¨®vil, del sol del llano irreparable.
-?Por qu¨¦ te fuiste? ?Por qu¨¦ dejaste a mam¨¢? ?No te gusta m¨¢s?
-Me dej¨® ella. Hace 12 a?os -gracias a Dios, piensa: ?por qu¨¦ me defiendo? ?para qu¨¦ me justifico?
-S¨ª, ya s¨¦: no quiso irse con vos, ?no?
-No lo s¨¦: no s¨¦ si no quiso o no pudo: no me lo explic¨® jam¨¢s. Y ahora es secundario. Quiz¨¢ me haya hecho un favor entonces.
-Pero vos viniste a quedarte con ella, ayer...
El camarero est¨¢ junto a ellos. Ordenan carnes, vino tinto. Permanecen en silencio hasta que les sirven, y aun luego, mir¨¢ndose a los ojos: Romeu no quiere dejarse arrastrar por sus propios sentimientos, no quiere dar pasos en falso.
-?O no viniste a quedarte? -insiste ella- ?A qu¨¦ viniste, si no?
-He venido a matar un hombre -definitivo, Romeu.
-?A qui¨¦n, che? -natural, curiosa, Griselda.
-Un hombre. No le conozco.
-Pero algo te habr¨¢ hecho...
-Tal vez s¨ª -como todos, piensa Romeu: algo habr¨¢ hecho para merecer la muerte, para merecerlo todo, algo habr¨¢ hecho, a m¨ª, a cualquiera-. Adem¨¢s: tu madre ya no me gusta: peor: me disgusta: peor: sospecho que nunca me gust¨®.
La comida se estanca: todo se desarrolla en ralent¨ª: gestos pegajosos, voces, rumores, sones remotos: Romeu sostiene sin esfuerzo la mirada de Griselda, sumergi¨¦ndose en emociones que supon¨ªa perdidas.
-?Sab¨¦s que sos lindo, vos? -decide Griselda, devolviendo velocidad y cercan¨ªa a la escena- ?No quer¨¦s acostarte conmigo? Yo no lo hice nunca, pero alguna vez tiene que ser la primera... y con vos me gustar¨ªa... como si fueras mi pap¨¢... ?Quer¨¦s?
Romeu hubiese deseado detenerla, pero ella lo dice todo sin vacilar, no da ocasi¨®n a respuesta: como si fueras mi pap¨¢, piensa, pero ya es tarde, ya lo ha resuelto, no puede sustraerse a s¨ª mismo: calcula en un instante probables inconvenientes en el hotel: Griselda puede parecer muchas cosas pero no menor de edad:
-S¨ª, quiero -y entonces el movimiento se dispara: los gestos que les separan de la habitaci¨®n, de la soledad, del abrazo, se suceden sin registro: un largo abrazo: ?una hora? ?siete minutos? ?dos d¨ªas?: Griselda huele a sus a?os, un olor a¨²n libre de condenas, del sudor de las obligaciones y del poco descanso: como si fueras mi pap¨¢: se arrodilla y le abre el pantal¨®n: Romeu se deja hacer: cuando ella se incorpora, sus labios han cambiado: m¨¢s c¨¢lidos, m¨¢s conocidos, preceden a una lengua h¨¢bil, segura:
-Estas cosas s¨ª las hice antes -sonr¨ªe y se aparta para desprenderse los botones de la blusa.
-Deja que lo haga yo -pide ¨¦l, y la desnuda poco a poco, entre caricias, y ya no dejan de tocarse, lamerse, susurrar, hasta el final.
Hace 12 a?os
Griselda entra en la ducha y ¨¦l mira el reloj: las tres y media: ahora es anoche, piensa: ahora es hace 12 a?os: ahora es la separaci¨®n verdadera, la separaci¨®n de una mujer viva: anoche era el abandono de un cad¨¢ver: ahora es la despedida de una persona: adi¨®s, Griselda, adi¨®s: como si fuese tu pap¨¢, ahora que has crecido: como si fueses tu mam¨¢: pero ninguna de las dos cosas es cierta: adi¨®s, Griselda, adi¨®s: y desde el ba?o, por la puerta entreabierta, la ve cubrirse, desaparecer en las ropas breves:
-Griselda -pregunta bajo la lluvia caliente- ?Qu¨¦ vas a hacer cuando seas grande? -en agudo, con un algo de t¨ªa solterona preocupada.
-Irme. ?Qu¨¦ quer¨¦s que haga? Rajar de esta ciudad de mierda.
Entendido, piensa Romeu, y deja correr el agua por su piel durante un largo rato.
-Recoge esas cartas -dice al fin, mientras se seca-. Mejor que las tengas t¨² -pero al salir comprende que est¨¢ hablando para nadie, que ella se ha marchado: se viste y deja la habitaci¨®n llevando consigo el paquete del lazo azul: se siente vac¨ªo y torpe con esos sobres en la mano: qu¨¦ co?o hago yo con esto, se pregunta mientras avanza por Rivadavia hacia el lugar de su cita con Estrada: sin detenerse, los arroja en un cubo de basuras:
-A tomar por culo, chica -dice- Ni que fuese la guerra.
La primera generaci¨®n de la nada (2 de abril, 1986; m¨¢s tarde)
"Pensemos un momento en el pasado... ?bamos convirti¨¦ndonos en los dem¨¢s"
Paul Eluard, Canci¨®n completa
Faltan unos minutos para las cinco: Ireneo Estrada a¨²n no ha llegado: en ese lugar extra?o, tan distinto del que conoci¨® otrora, Romeu pide un caf¨¦ y una copa de ginebra fr¨ªa y se queda mirando a los parroquianos apresurados, vencidos por el clima: a las cinco y diez entra el hombre de Recl¨²s:
-Sobra tiempo -se disculpa, sin saludar-. Qued¨¦ y media y es ac¨¢ al lado, por Jujuy, dos cuadras. ?Toma otra? -invita, al acercarse el camarero.
-S¨ª, gracias.
-Dos como ¨¦sa -se?ala con un dedo delgado y firme.
En la calina de fuera, como sombras se desenvuelven los agobiados: llevan trabajos, est¨¢n en lo exterior de la historia, en lo constante, en lo que no tiene t¨¦rmino:
-?Vamos? -propone al fin, sin entusiasmo, Estrada.
Recorren afantasmados los metros que les separan de la casa de Feldman, un hombre avejentado, extremadamente magro, triste, amable, destinado al olvido:
-No sab¨ªa que era extranjero -se asombra, despu¨¦s de o¨ªr las primeras palabras pronunciadas por Romeu: no se dirige a ¨¦l, sino a Estrada.
-No soy extranjero -es Romeu el que responde.
-Pero su acento es espa?ol.
-Soy catal¨¢n, pero no extranjero: viv¨ª muchos a?os aqu¨ª: mi adolescencia y buena parte de la juventud... adem¨¢s, en general, no soy extranjero.
-Ah, cosmopolita...
-Algunos dicen que internacionalista, pero no tiene importancia el matiz: han pasado a?os desde Stalin. Por otra parte, usted, como jud¨ªo, deber¨ªa saber de eso -Romeu no mira al hombre: mientras habla, recorre con los ojos los estantes de la biblioteca.
-Yo soy argentino -molesto, Feldinan.
-Pero jud¨ªo -insiste Romeu.
-Pero argentino.
-Lee yiddish, ?no?
-Si lo dice por los libros, eran de mi padre. Yo los conserv¨¦, pero no los leo -hay un algo de arrepentimiento en el final de su declaraci¨®n-. Creo que usted quer¨ªa conocer detalles de una historia...
Les hace pasar, sirve t¨¦, conversan: hay polvo y olor a pescado ahumado en la materia que respiran: Feldman vuelve a contar lo que ya ha contado y se ha contado decenas, centenares de veces:
-Fue el psicoanalista -dice, e inicia el rol de horrores, que los otros escuchan en vilo: al cabo, no hay alivio posible, s¨®lo el silencio y una nueva solidaridad instalada entre los tres: Romeu llora callado, en s¨ª, hasta que el otro intenta el consuelo por el peor de los caminos posibles:
-Lo siento, amigo. No s¨¦ c¨®mo se implic¨® en esto... tanto, no siendo de ac¨¢...
-?De d¨®nde hab¨ªan venido sus padres, Feldman? -inquiere Romeu.
-De Ucrania: escapaban de los pogroms.
-Un ruso de mierda... es as¨ª como lo dec¨ªs aqu¨ª, ?no? ?Est¨¢ casado?
-Viudo.
-?Y ella? ?Era jud¨ªa?
-S¨ª.
-Pero usted ha renunciado: prefiere ser de aqu¨ª: ha renunciado al yiddish, a la historia, a la memoria, a una memoria que, de haber estado viva, quiz¨¢ hubiese evitado muchas tragedias: ha renunciado: prefiere ser la primera generaci¨®n de la nada. Si en algo estima este pa¨ªs, Feldman, l¨¢vese la cabeza, d¨¦ a un lado todas esas gilipolleces de la soberan¨ªa y el suelo, y sea el que es en verdad. No contribuya al mont¨®n: tanta igualdad no beneficia a nadie: a los iguales, menos que a nadie...
El hombre se pone de pie y se acerca a Romeu, que se ha levantado por obra de sus propias palabras: se abrazan estrecha, silenciosamente: Feldman le acompa?a hasta la salida con un brazo pasado por sobre sus hombros, confiado, c¨¢lido.
Babelia
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