Escenas contempor¨¢neas
A veces, cuando se observan algunos episodios que nos ofrece el mundo, llegamos a la conclusi¨®n de que los problemas humanos son una cuesti¨®n de podredumbre, de miseria visceral. Otras, es un asunto de falta de inteligencia. ?sta es la explicaci¨®n somera que, en Espa?a, hemos acabado por darle a la ruina moral de algunos hombres que no han sabido unir a su ¨ªnfima capacidad intelectual m¨¢s que un culto ciego a la muerte. Porque matar ha sido siempre lo m¨¢s sencillo, y por eso el exterminio humano ha constituido una forma de punici¨®n entre las sociedades primarias. Las colectividades complejas, por el contrario, han hecho de la eliminaci¨®n de las pr¨¢cticas mortuorias una de las se?ales de su vocaci¨®n civilizadora. Por eso, los profesionales de la muerte de todas las ideolog¨ªas suelen ser h¨¢biles en la destrucci¨®n, pero pobres en el pensamiento.Es l¨®gico, por ello, que la acci¨®n pol¨ªtica de los ¨¢ngeles exterminadores modernos carezca de la menor inteligencia. El coeficiente intelectual que ha guiado a los pistoleros que empiezan a dar se?ales de cansancio es el que se refleja en la pedestre rudeza con que sus portavoces acostumbran a comunicar el triunfal logro de la explosi¨®n, el ametrallamiento, o el secuestro. La falta de entendimiento entre esta caterva de mafiosos y un grupo civilizado no se fundamenta en las diferencias de fuerza, o de estrategias, o de idearios, sino en los distintos niveles de intelecci¨®n. La capacidad de raciocinio que poseen les hace sospechar que pueden ser temidos, pero nunca respetados. Ni siquiera han matado por una elecci¨®n entire diversas opciones, sino porque no sab¨ªan hacer otra cosa.
Por eso, el tipo de enfrentamiento que han planteado ha resultado tan complicado. Los poderes p¨²blicos debieran haber tenido muy presente que para combatirlos hac¨ªan falta, adem¨¢s de medidas policiales y pol¨ªticas, tratamientos psiqui¨¢tricos. Equipos de especialistas en la curaci¨®n de enfermos irrefrenablemente violentos y con pocas luces mentales debieran haber sido enviados a las l¨ªneas de vanguardia que trataban de neutralizar la acci¨®n (te los terroristas.El mundo est¨¢ tan del rev¨¦s en estos momentos, desde el punto de vista de las ideas, que cualquier grupo incapaz de hacer el menor esfuerzo intelectual se acredita por su simple brutalidad. As¨ª es como justifican los Estados muchos de sus desmanes, y as¨ª es como resulta imposible recabar de estas cuadrillas de rebeldes, asilvestrados la aceptaci¨®n de unas normas de convivencia que atentan contra la estabilidad de sus h¨¢bitos primarios. De ah¨ª que la elemental y b¨¢rbara producci¨®n de cad¨¢veres se haya convertido en el argumento dramatizador de una forma de vida que no ha tenido otra meta que el cerril culto a un localismo patol¨®gico que ha anegado este pa¨ªs como una plaga b¨ªblica. ?ste es el clima que propicia ceremonias medievales en las que, cual si de circos romanos se tratara, las muchedumbres han vitoreado a los asesinos y les han pedido m¨¢s muertes -"ETA, m¨¢talos"- en presencia de las v¨ªctimas, y hasta de sus deudos.
Instintos
Y todav¨ªa han tenido la desfachatez de dirigirse a las gentes de bien reivindicando una ascendencia supuestamente revolucionaria para disimular sus instintos sanguinarios. Con este sustrato moral se puede adivinar el futuro que nos espera. El esp¨ªritu del fascismo se ha integrado en la sociedad contempor¨¢nea, como tantas otras cosas, bien con el rostro amable que pone la derecha para conculcar las libertades en nombre de la democracia, bien con la faz torva de unos enajenados que invocan la tradici¨®nrevolucionaria para justificar su b¨¢rbara criminalidad.
El da?o que el terrorismo ha causado a la izquierda es irreparable. El ¨²nico y esencial argumento que el pensamiento progresista ha esgrimido a lo largo de casi dos siglos como signo netamente distintivo propio ha sido la superioridad moral de sus postulados. Los terroristas han contribuido decisivamente a darle la puntilla legitimando el crimen como una empresa de filiaci¨®n izquierdista. Y no digamos estos terroristas espa?oles, aut¨¦nticos fan¨¢ticos de algo tan cavern¨ªcola como es el nacionalismo.No se puede reconocer en estos memos violentos al hombre heredero de la tradici¨®n ilustrada, que es el que ha nutrido la conciencia cr¨ªtica desde la Revoluci¨®n Francesa. No es posible alentar un soplo de esperanza social culta en un proyecto inspirado por hatajos de bandoleros que no tienen otro norte que el de la supervivencia estomacal. Porque ?acaso hombres que matan a sangre fr¨ªa, con una delectaci¨®n medieval, pueden haber tenido una idea social avanzada? ?C¨®mo es posible que durante a?os se haya aplicado el tiro en la nuca sin la m¨¢s m¨ªnima contrici¨®n, sin una mueca de aflicci¨®n, a mujeres, ni?os, ancianos, civiles o militares?
El modelo que ha inspirado a estos z¨¢nganos de la metralleta ha sido el del oscurantismo de los d¨¦spotas atrabiliarios. Son hijos del integrismo m¨¢s retardatario que ha producido la historia de Espa?a, que ni siquiera conocen, y en la que nunca han faltado ¨¦mulos de la ejecuci¨®n. Por eso se entienden tan bien con algunos sectores de la santa madre Iglesia, que habitualmente encuentran la palabra adecuada para comprender una crueldad en la que no les faltan identidades comunes. Hay que recordar a esos curas, con su habitual dogmatismo, justificando a personajes que han sido capaces de dispararle a una joven embarazada, de saltarle los sesos a un anciano desprevenido, de apretar el gatillo y cazar por la espalda a un guardia, dej¨¢ndole tieso a 20 cent¨ªmetros de distancia.
S¨®lo nos ha faltado ya de toda esta historia m¨®rbida y repugnante la escenificaci¨®n de las guaridas de los asesinos; verlos mientras esperaban en el quicio de un portal la llegada de un condenado; observarlos cuando acercaban el ¨¢nima de la pistola a la sien de las v¨ªctimas que, probablemente, seguir¨¢n cayendo todav¨ªa antes de que los representantes de los ejecutores, los dirigentes de Herri Batasuna, empiecen a arrastrarse por los salones oficiales en busca de una respetabilidad que acabar¨¢n gan¨¢ndose.
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