El fen¨®meno Jesse Jackson
LA CAMPA?A para las elecciones presidenciales en EE UU est¨¢ teniendo un inesperado e improbable protagonista: el reverendo Jesse L. Jackson. Era evidente que su larga carrera pol¨ªtica, su asociaci¨®n con el m¨ªtico luchador Lutero King, su asombrosa capacidad para la arenga, su identificaci¨®n con posiciones progresistas y su condici¨®n de pastor protestante, muy alejado de los dem¨¢s predicadores de opereta y televisi¨®n, hac¨ªan de ¨¦l una personalidad pol¨ªtica poderosa. De antemano se sab¨ªa que su influencia en el voto negro que le respalda har¨ªa de ¨¦l el gozne sobre el que girar¨ªa la designaci¨®n del dem¨®crata que haya de enfrentarse finalmente al vicepresidente Bush en noviembre. Lo que nadie esperaba es que, semana a semana, Jackson fuera viendo transformadas radicalmente sus posibilidades. Por un momento pareci¨®, en efecto, que de ser ¨¢rbitro en la campa?a dem¨®crata pasar¨ªa a optar a la candidatura misma, en detrimento del gobernador Dukakis. Sin embargo, las elecciones primarias del Estado de Wisconsin han restablecido el equilibrio.Wisconsin, con una poblaci¨®n electoral negra del 4%, era el Estado que dar¨ªa a Jackson los votos de la aplastante mayor¨ªa blanca y con ello el que consagrar¨ªa al pastor de color como candidato de todos los dem¨®cratas. No ha sido as¨ª. El atractivo de Jesse Jackson se ha mantenido a la altura de las elites y de la intelectualidad, pero a la hora de votar el 47% lo hizo por Dukakis (su primera gran victoria en un Estado industrial del Medio Oeste) y el 29% por Jackson. El primero aventaja en delegados al segundo, aunque por poco (736 a 708). Considerando que un dem¨®crata necesita 2.082 delegados para ser nombrado candidato a la presidencia, se dir¨ªa que la candidatura de este partido est¨¢ sin decidir.
No es as¨ª, sin embargo. De hecho, ha ocurrido algo muy sutil: a medida que iba mejorando la posici¨®n electoral del candidato negro se iba agudizando la alarma del aparato de su partido. Los dem¨®cratas piensan que es prematuro siquiera pensar en un presidente negro para la Casa Blanca. En el aparato, adem¨¢s, se es consciente de que si un competidor como Dukakis tal vez podr¨ªa ganarle la partida al vicepresidente Bush en noviembre, Jackson nunca ser¨ªa capaz de hacerlo. Por negro y por excesivamente radical. La cuesti¨®n era encontrar una f¨®rmula de decirlo sin incurrir en acusaciones de racismo, sin brindar esta suprema e ir¨®nica posibilidad al adversario republicano. Y antes de que la primaria de Wisconsin cortara el impulso triunfador del reverendo Jackson (lo que los americanos llaman the electoral momentum), ya estaba funcionando una f¨®rmula bastante sencilla: someter al candidato de color a un an¨¢lisis despiadado o, lo que es lo mismo, denunciar su radicalismo en pol¨ªtica exterior: una carta enviada hace un mes al general Noriega (en la que, por cierto, lejos de apoyarle, se ofrece a facilitar su salida incruenta de Panam¨¢), su amistad con el l¨ªder palestino Arafat, su influencia con el sirio Assad. Cosas bastante inocentes, naturalmente, pero escandalosas en una sociedad que pasa por un momento especialmente al¨¦rgico en pol¨ªtica exterior: las crisis de la contra y de Panam¨¢, de Afganist¨¢n y de Oriente Pr¨®ximo. Antes de que la maquinaria pol¨ªtica pudiera resultar eficaz, funcion¨® la de los votantes: en virtud de ¨¦sta, Jesse L. Jackson fue forzado a recuperar esta semana el enorme y atractivo papel que le corresponde, al menos de momento: ser el gozne de la pol¨ªtica americana, la conciencia refrescante y apasionada de una sociedad en crisis de l¨ªderes.
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