La v¨ªa espa?ola hacia el caos
Tal vez la exacerbaci¨®n de las querellas surgidas en el seno de UGT sirvan de revulsivo para que abandonen la pol¨ªtica de intromisi¨®n aquellos pol¨ªticos que hayan podido contemplarla y para que todos los dem¨¢s contengan el aliento, no sea que el ruido de la respiraci¨®n interrumpa otro de los grandes sue?os de la transici¨®n pol¨ªtica: un sindicalismo vigoroso con el que instrumentar los mecanismos necesarios de participaci¨®n social.Un equipo de trabajo dirigido por David R. Cameron, de la universidad de Yale, aport¨® hace ya unos a?os pruebas fehacientes de que los pa¨ªses con un movimiento sindical d¨¦bil no s¨®lo se caracterizan por tasas de desempleo m¨¢s elevadas, sino por mayores ¨ªndices de inflaci¨®n y conflictividad laboral (1).
Las profundas transformaciones que se avecinan para adecuar las fuerzas productivas a los imperativos de este fin de milenio requieren un movimiento sindical con la suficiente credibilidad para negociar con el Gobierno de turno altos ¨ªndices de ocupaci¨®n, servicios p¨²blicos eficaces, transferencias a los sectores marginados y pol¨ªticas redistributivas a cambio de la moderaci¨®n de los salajios y contestaci¨®n social.
En los primeros a?os de la transici¨®n pol¨ªtica se intent¨® que la sociedad espa?ola, inmersa en la vor¨¢gine de la reforma, s¨®lo asumiera la primera parte de esa ecuaci¨®n. En los ¨²ltimos a?os, por el contrario, se ha pretendido imponer la moderaci¨®n necesaria sin contrapartidas aparente. ?sos y en modo alguno las m¨²niosidadespersonales son los vientos que alumbraron las actuales tempestades.
A estas alturas, experimentada ya en la historia reciente de Espa?a la inutilidad por ambas partes de arrancar mejoras sociales sin contenci¨®n salarial, o de imponer compresiones de los niveles de ingresos sin con trapartidas de bienestar, lo l¨®gico ser¨ªa que Gobierno y sindica tos hicieran suyo, sencifiamen te, el know-how aflorado por David R. Cameron, sin preten siones de descubrir una tercera v¨ªa espec¨ªficamente espa?ola hacia el caos.
El Estado del bienestar no fue tanto el resultado de-la lu cha de clases como la convic ci¨®n generalizada de su necesidad y posterior aplicaci¨®n, por aproximaciones sucesivas, de concesiones rec¨ªprocas. Como se?ala Ralf Dalirendorf` en el caso del Reino Unido, la ar ticulaci¨®n del Estado del bie nestar. avanz¨® con tanta ma yor rapidez cuanto m¨¢s cerca nas e identificadas en un obje tivo com¨²n se hallaban las dis tintas clases sociales: los gran des saltos adelante en pol¨ªtica de bienestar se dieron durante las dos guerras mundiales y en modo alguno a ra¨ªz de las re vueltas que precedieron a 1914 o la huelga general de 1926. Hacen falta sindicatos vigo rosos si se quiere una sociedad m¨¢s participativa -y no me nos, como se est¨¢ inevitable mente abocado ahora, si prosi gue el debiditamiento sindical o su manipulaci¨®n partidista-. Hace falta un pacto recurrente en el que, a cambio de la mode raci¨®n salarial, el Gobierno cumpla sus compromisos de bienestar -en lugar de esquil mar a los m¨¢s necesitados en aras de un saneamiento simplis ta- si se quieren menores ¨ªndices de paro, inflaci¨®n y conflictividad laboral.
El gran contrato social de este fin de siglo sobre el que por denar la convivencia pasa inelu diblemente -?qui¨¦n uede ya negarlo?- por el logro de mercados competitivos que aseguren una asignaci¨®n racional de los recursos disponibles, por la estabilidad monetaria que sirva de cimiento a la pol¨ªtica econ¨®mica, pero tambi¨¦n, y simult¨¢neamente, por un reparto de los costes y beneficios del proceso de ajuste necesario para la cohesi¨®n social y por una perspectiva clara de crecimiento econ¨®mico (2).
El actual movimiento de tijeras de un- sindicalismo que pierde pie -pero que s¨®lo ¨¦l puede protagonizar los nuevos esquemas participativos- y una concentraci¨®n creciente del poder f¨¢ctico en pocas manos est¨¢ plagado de viejas y nuevas amenazas. ?Se ha sobrese¨ªdo, real y definitivamente, la causa de la concentraci¨®n del poder?
Bajo la indiferencia y compromiso ante el acoso y debilitamiento del poder sindical subyace la falta de convicci¨®n en la din¨¢mica democratizadora y equilibrante de los counterveilingpowers a que alud¨ªa Galbraith. S¨®lo mientras dure en el escenario la representaci¨®n de los poderes econ¨®micos,'sociales y pol¨ªticos, neutralizando sus excesos rec¨ªprocos, sobrevivir¨¢n los exiguos m¨¢rgenes de libertad que la divisi¨®n cl¨¢sica de los tres poderes ya no garantiza y la creciente complejidad de la gesti¨®n social atenaza.
1 David R. Cameron: Social demoaacy, corporatism and labor quiescence. The representalion of economic rest in advanced capitalist society (Stanford University, 1982). 2 Padoa-Schioppa: Eficacia, estabil¨ªdad y equidad (Informe de la Comisi¨®n de la CE, 1987).
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