El territorio com¨²n de la lengua
Si este galard¨®n -que tanto me honra y tanto aprecio- es considerado el premio de premios para un escritor de nuestra lengua, ello se debe a que, como ning¨²n otro, es un premio compartido.Yo comparto el Premio Cervantes, en primer lugar, con mi patria, M¨¦xico, patria de mi sangre, pero tambi¨¦n de mi imaginaci¨®n, a menudo conflictiva, a menudo contradictoria, pero siempre apasionada con la tierra de mis padres. M¨¦xico es mi herencia, pero no mi indiferencia; la cultura que nos da sentido y continuidad a los mexicanos es algo que yo he querido merecer todos los d¨ªas, en tensi¨®n y no en reposo. M¨ª primer pasaporte -el de ciudadano de M¨¦xico- he debido ganarlo no con el pesimismo del silencio, sino con el optimismo de la cr¨ªtica. No he tenido m¨¢s armas para hacerlo que las del escritor: la imaginaci¨®n y el lenguaje.
Son ¨¦stos los sellos de mi segundo pasaporte, el que me lleva a compartir este premio con los escritores que piensan y escriben en espa?ol. La cultura literaria de mi pa¨ªs es incomprensible fuera del universo ling¨¹¨ªstico que nos une a peruanos y venezolanos, argentinos y puertorrique?os, espa?oles y mexicanos. Puede discutirse el grado en el que un conjunto de tradiciones religiosas, morales y er¨®ticas, o de situaciones pol¨ªticas, econ¨®micas y sociales, nos unen o nos separan; pero el terreno com¨²n de nuestros encuentros y desencuentros, la liga m¨¢s fuerte de nuestra comunidad probable, es la lengua: el instrumento, dijo una vez Yeats, de nuestro debate con los dem¨¢s, que es ret¨®rica, pero tambi¨¦n del debate con nosotros mismos, que es poes¨ªa.
Debate con los dem¨¢s, debate con nosotros mismos. Nos disponemos, as¨ª que pasen cuatro a?os, a celebrar los cinco siglos de una fecha inquietante: 1492. Vamos a discutir mucho sobre la manera misma de nombrarla. ?Descubrimiento, como se?alan las costumbres, o encuentro, como concede el compromiso? ?Invenci¨®n de Am¨¦rica, como sugiere el historiador mexicano Edmundo O'Gorman; deseo de Am¨¦rica, como anhel¨® el Renacimiento europeo, hambriento de dos objetivos incompatibles, utop¨ªa y espacio, o imaginaci¨®n de Am¨¦rica, como han dicho sus escritores de todos los tiempos, de Bernal D¨ªaz del Castillo a sor Juana In¨¦s de la Cruz, a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez?
Nebrija
Los cinco siglos que van de aquel 92 a ¨¦ste se inician tambi¨¦n con la publicaci¨®n de la primera gram¨¢tica de la lengua castellana, por Antonio de Nebrija. Y aunque Nebrija designa a la lengua como acompa?ante del imperio, hoy reconocemos la otra vertiente de la celebraci¨®n, y ¨¦sta es la cr¨ªtica. La lengua de la conquista fue tambi¨¦n la de la contraconquista, y sin la lengua de la colonia no habr¨ªa la lengua de la independencia.
Hablo de un idioma compartido, con mi patria, con mi cultura y con sus escritores. Quiero ir m¨¢s lejos, sin embargo. Esta lengua nuestra se est¨¢ convirtiendo cada vez m¨¢s en una lengua universal, hablada, le¨ªda, cantada, pensada y so?ada por un n¨²mero creciente de personas: casi 350 millones, convirti¨¦ndola en el cuarto grupo ling¨¹¨ªstico del mundo; s¨®lo en los Estados Unidos de Am¨¦rica, sus hispanoparlantes transformar¨¢n a ese gran pa¨ªs, apenas rebasado el a?o 2000, en la segunda naci¨®n de habla espa?ola del mundo.
Esto significa que, en el siglo que se avecina, la lengua castellana ser¨¢ el idioma preponderante de las tres Am¨¦ricas: la del Sur, la del centro y la del Norte. La famosa pregunta de Rub¨¦n Dar¨ªo -"?tantos millones hablar¨¢n ingl¨¦s?"- ser¨¢ al fin contestada: no, hablar¨¢n espa?ol.
Nuestra imaginaci¨®n pol¨ªtica, moral, econ¨®mica, tiene que estar a la altura de nuestra imaginaci¨®n verbal.
Esta lengua nuestra, lengua de asombros y descubrimientos rec¨ªprocos, lengua de celebraci¨®n pero tambi¨¦n de cr¨ªtica, lengua mutante que un d¨ªa es la de san Juan de la Cruz, y al siguiente la de fray Gerundio de Campazas, y al que sigue, lengua f¨¦nix, vuela en alas de Clar¨ªn; esta lengua nuestra, mil veces declarada, prematuramente, muerta, antes de renacer para siempre, a partir de Rub¨¦n Dar¨ªo, en una constelaci¨®n de correspondencias transatl¨¢nticas, ha sido todo esto porque ha sido espejo de insuficiencias, pero tambi¨¦n agua del deseo, hielo de triunfos y cristal de dudas, roca de la cultura, permanente, continua, en medio de las borrascas que se han llevado a la deriva tantas islas pol¨ªticas; vidrio fr¨¢gil, la lengua nuestra, pero ventana amplia tambi¨¦n gracias a los cuales tenemos refugio y compensaci¨®n, as¨ª como visi¨®n y conciencia, de los tiempos inclementes.
La lengua imperial de Nebrija se ha convertido en algo mejor: la lengua universal de Jorge Luis Borges y Pablo Neruda, de Julio Cort¨¢zar y Octavio Paz. La literatura de origen hisp¨¢nico ha encontrado un pasaporte mundial y, traducida a lenguas extranjeras, cuenta con un n¨²mero cada vez mayor de lectores.
?Por qu¨¦ ha sucedido esto? No por un simple factor num¨¦rico, sino porque el mundo hisp¨¢nico, en virtud de. sus contradicciones mismas, en funci¨®n de sus conflictos irresueltos, en aras de sus ardientes compromisos entre la realidad y el deseo y a la luz de la memoria colectiva de nuestra historia, que es la historia de nuestras culturas, plurales de nuestro lado del Atl¨¢ntico -europeos, indios, negros y mestizos-, pero de este lado tambi¨¦n -cristianos, ¨¢rabes y jud¨ªos-, ha podido mantener vigente todo un repertorio humano olvidado a menudo, y con demasiada facilidad, por la modernidad triunfalista, que ha protagonizado, entre aquel 92 y ¨¦ste, la historia visible de la humanidad.
Hoy que esa modernidad y sus promesas han entrado en crisis, miramos en torno nuestro, buscando las reservas invisibles de humanidad que nos permitan renovarnos sin negarnos, y encontramos en la comunidad de la lengua y de la imaginaci¨®n espa?ola dos surtidores que no se agotan.
Mas apenas intentamos ubicar el punto de convergencia entre el mundo de la imaginaci¨®n y la lengua hispanoamencanas y el universo de la unaginaci¨®n y el lenguaje de la vida contempor¨¢nea, nos vemos obligados a detenernos, una y otra vez, en la misma provincia.de la lengua, en la misma ¨ªnsula de la imaginaci¨®n, en el mismo autor y en la obra misma, que re¨²nen todos los tiempos de nuestra tradici¨®n y todos los espacios de nuestra imaginaci¨®n.
La provincia -ac¨¢ abajo, con Rocinante- es La Mancha. La ¨ªnsula, -all¨¢ arriba, con Clavile?o- 1 es la literatura. El autor es Cervantes, la obra es el Quijote y la paradoja es que de la Espa?a postridentina surgen el lenguaje y la imaginaci¨®n cr¨ªticos fun dadores de la modernidad que la con trarreforma rechaza.
Daniel Defoe escribe el Robinson Crusoe con el tiempo de una modernidad consonante. Miguel de Cervantes escribe el Quijote a contratiempo, desautorizado por la historia inmediata; respondiendo no tanto a lo que est¨¢ all¨ª, sino a lo que hace falta; potenciando la imaginaci¨®n para hablarnos menos de lo que vemos que de lo que no vemos, de lo que ignoramos, m¨¢s de lo que ya sabemos.
Unamuno ve las caras de Robinson y Quijote: en la del ingl¨¦s reconoce a un hombre que se crea una civilizaci¨®n en una isla; en la del espa?ol, a un hombre que sale a cambiar el mundo en el que vive. Hay esto, pero algo m¨¢s tambi¨¦n: la tradici¨®n de Robinson ser¨¢ la de la seguridad, la coincidencia con el esp¨ªritu del tiempo, incluyendo una coincidencia con la cr¨ªtica del tiempo, pero a veces tambi¨¦n la arrogancia de nombrarse protagonista del mismo. La po¨¦tica de Robinson ser¨¢ la de la narrativa lineal, realista, l¨®gica, futurizante, poblada por seres de carne y hueso, definidos por la experiencia: Robinson y sus descendientes leen al mundo. (...)
La po¨¦tica de La Mancha y su descendencia numerosa, que un d¨ªa antes que yo evoc¨® aqu¨ª mismo el gran novelista cubano Alejo Carpentier, incluyen a los hijos de Don Quijote, el Tristram Shandy de Steme, contemplando su propia gestaci¨®n novelesca, y el fatalista de Diderot, Jacques, ofreci¨¦ndole al lector repertorios infin¨ªtos de probabilidades; a sus nietas, la Catherine Moorland de Jane Austen y la Emina Bovary de Gustave Flaubert, que tambi¨¦n creen todo lo que leen; a sus sobrinos, el Myslikin de Dostoievski, el Micawber de Dickens y el Nazar¨ªn de P¨¦rez Gald¨®s: todos aquellos que escogen la dif¨ªcil altemativa de la bondad y, por ello sufren agon¨ªa y rid¨ªculo, y si todos ellos son descendientes de Don Quijote, lo son, acaso, de san Pablo tambi¨¦n, pues la locura de Dios es m¨¢s sabia, dice el santo, que toda la sabidur¨ªa de los hombres.
La locura de Don Quijote y su descendencia es una santa locura: es la locura de la lectura. Su biblioteca de libros de caballer¨ªas es su refugio inicial, la protecci¨®n de su supuesta locura, que consiste en dar fe de la lectura. Pero esta convicci¨®n entra?a el deber de actualizar sus lecturas.
H¨¦roes escritos
Don Quijote sale aprobar la existenc¨ªa de una edad pasada, cuando el mundo era igual a sus palabras. Se encuentra con una edad presente, empe?ada en separarlo todo. Sale a probar la existencia de los h¨¦roes escritos: los paladines y caballeros andantes del pasado. Encuentra su propia contemporaneidad en un hecho para ¨¦l irrefutable: Don Quijote, como sus h¨¦roes, tambi¨¦n ha sido escr¨ªto.
Quijote y Sancho son los primeros personajes literarios que se saben escr¨ªtos mientras viven las aventuras que est¨¢n siendo escritas sobre ellos. Col¨®n en la tierra nueva, Cop¨¦rnico en los nuevos cielos, no operan una revoluci¨®n m¨¢s asombrosa que ¨¦sta de Don Quijote al saberse escrito, personaje del libro titulado El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.(...)
Paso definitivo de la tradici¨®n oral a la tradici¨®n impresa, Don Quijote, culminando prodigiosamente su novedad novelesca, es el primer personaje literario tambi¨¦n que entra a una imprenta para verse a s¨ª mismo en proceso de producci¨®n. Ello ocurre, naturalmente, en Barcelona.
El precio de esta aventura de Don Quijote, su pasaporte entre dos tiempos de la cultura, es la inestabilidad. Inestabilidad de la memoria: Don Quijote,surge de una oscura aldea, tan oscura que su a¨²n m¨¢s oscuro -su incierto- autor ni siquiera recuerda, o no quiere recordar, el nombre del lugar. Don Quijote inaugura la memoria moderna con la iron¨ªa del olvido: todos sab¨ªan d¨®nde estaba Troya y qui¨¦n era Aquiles; nadie sabr¨¢ quien es K, el agrimensor de Kafka, o d¨®nde est¨¢ el castillo, d¨®nde est¨¢ Praga, d¨®nde est¨¢ la historia.
Inestabilidad, en segundo lugar, de la autor¨ªa: ?qui¨¦n es el autor del Quijote, un tal Cervantes, m¨¢s versado en desdichas que en versos, o un tal Saavedra, evocado con admiraci¨®n por los hechos que cumpli¨®, y todos por alcanzar la libertad; el historiador ar¨¢bigo Cide Hamete Benengeli, cuyos papeles son vertidos al castellano por un an¨®nimo traductor morisco, y que ser¨¢n objeto de la versi¨®n ap¨®crifa de Avellaneda? ?Pierre M¨¦nrad, autor del Quijote? ?Jorge Luis Borges, autor de Pierre M¨¦nard y, en consecuencia ... ? (...)
Pero si la po¨¦tica de La Mancha es la del mundo contempor¨¢neo, tambi¨¦n es la del Nuevo Mundo americano. Desde la fundaci¨®n, nosotros nos preguntamos, como el lector de Cervantes, ?qui¨¦n es el autor del Nuevoi Mundo? ?Col¨®n, que lo pis¨® primero, o Vespucio, que primero lo nombr¨®? ?Los dioses que huyeron o el Dios que lleg¨®? ?Los an¨®nimos artesanos mestizos de nuestras iglesias barrocas o la afamada poeta barroca, obligada a guardar silencio por las autoridades?
?Y d¨®nde est¨¢ el Nuevo Mundo? ?En un lugar de Macondo, de cuyo nombre no quiero acordarme? ?En un lugar de Comala, en un lugar de Canaima, en las alturas de Macchu Picchu? ?Existen realmente esos lugares, son ciertos sus nombres? ?Qu¨¦ quiero decir Am¨¦rica? ?A qui¨¦n le pertenece ese nombre? ?Qu¨¦ quiere decir el Nuevo Mundo? ?C¨®mo pudo transformarse la dulce Cuaunn¨¢huac azteca en la dura Cuernavaca espa?ola? ?C¨®mo bautizar el r¨ªo, la monta?a, la selva, vistos por primera vez? Y sobre todo, ?c¨®mo nombrar el vasto anonimato humano -indio y criollo, mestizo y negro- de la cultura multirracial de las Am¨¦ricas?
Darle voz y nombre a quienes no los tienen: la aventura quijotesca a¨²n no termina en el Nuevo Mundo. Recordar que hab¨ªa una civilizaci¨®n del Nuevo Mundo antes de 1492, y que, aunque la conquista propuso una nueva historia, los conquistados no renunciaron a la suya. El recuerdo ilumina el deseo, y ambos se re¨²nen en la imaginaci¨®n: ?qui¨¦n es el autor del Nuevo Mundo?
Somos todos nosotros, todos los que lo imaginainos incesantemente porque sabemos que, sin nuestra- imaginaci¨®n, Am¨¦rica -el nombre gen¨¦rico de los mundos nuevos- dejar¨ªa de existir.
A partir de la imaginaci¨®n, los hispanoamericanos estamps intentando llenar todos los abismos de nuestra historia con ideas y con actos, con palabras y con organizaci¨®n mejores, a fin de crear, en el Nuevo Mundo hisp¨¢nico, un mundo nuevo, una realidad mejor, en contra del capricho del m¨¢s fuerte, que se sustenta en la fatalidad, a favor del di¨¢logo y de la coexistencia, que se sustentan en la libertad, y otorg¨¢ndole un valor espec¨ªfico al arte de nombrar y al arte de dar voz. Escritores, somos tambi¨¦n ciudadanos, igualmente preocupados por el estado del arte y por el estado de la ciudad.
Portamos lo que somos en direcci¨®n de lo que queremos ser: voces en el coro de un mundo nuevo en el que cada cultura haga escuchar su palabra.
La nuestra se dice (y a veces hasta seduce) en espa?ol, y con ella queremos hablarle a un planeta que no puede limitarse a dos opciones, dos sistemas, dos ideolog¨ªas, sino que pertenece a m¨²ltiples culturas humanas y a sus fecundas posibilidades, hasta ahora apenas expresadas.
- Sin embargo, la velocidad de los avances tecnol¨®gicos, la creciente interdependencia econ¨®mica y el car¨¢cter instant¨¢neo de las comunicaciones forman parte de una din¨¢in¨ªca global que no se detiene a preguntarle a nadie: oye, ?ya decidiste cu¨¢l es tu identidad? 1992 es quiz¨¢ nuestra ¨²ltima oportunidad de decirnos a nosotros mismos: esto somos y esto le daremos al mundo. Ejemplifico, no agosto: somos esta suma de experiencias, esta capacidad para actualizar los valores del pasado a fin de que el porvenir no carezca de ellos, este sentimiento tr¨¢gico de que ninguna receta ideol¨®gica asegura la felicidad o puede, por s¨ª misma, impedir la infelicidad, si no va acompa?ada de algo que nosotros, los hisp¨¢nicos, conocemos de sobra: el poder del arte para compensar y completar la experiencia hist¨®rica, d¨¢ndole sentido, y convirtiendo la informaci¨®n en imaginaci¨®n.
Es la lecci¨®n de La Mancha: Cervantes. Es tambi¨¦n la lecci¨®n de Comala: Rulfo, y la de Santa Maria: Onetti.
No estamos solos, y nos encaminados hacia el mundo del siglo venidero con ustedes, los espa?oles, que son nuestra familia inmediata. Nos necesitamos. Pero tambi¨¦n el mundo del futuro necesita a Espa?a y a la Am¨¦rica espa?ola. Nuestra contribuci¨®n es ¨²nica, tambi¨¦n es indispensable. No habr¨¢ concierto sin nosotros, pero antes debe haber concierto entre nosotros. A Espa?a le concieme lo que ocurre en Hispanoam¨¦rica, y en Hispanom¨¦r¨ªca nos concieme lo que ocurre en Espa?a. S¨®lo necesit¨¢ndonos entre nosotros, el mundo nos necesitar¨¢ tambi¨¦n. S¨®lo imagin¨¢ndonos los unos a los otros, el mundo nos imaginar¨¢.
V Centenario
La celebraci¨®n del V Centenario ser¨¢, dentro de este esp¨ªritu, un acto renovado de fe en la imaginaci¨®n. Nos corresponde de nuevo, de ambos lados del Atl¨¢ntico, imaginar los mundos nuevos, pues no hay otra manera de descubrirlos.
Majestades:
Este honor excepcional con el que Espa?a distingue hoy a un ciudadano de M¨¦xico es parte de una tradici¨®n constante, que nos precede y nos prolongar¨¢: la relaci¨®n de los escritores del Nuevo Mundo con la patria de Cervantes.
Quiero destacar un momento de esa relaci¨®n, en el que Espa?a nos dio, a m¨ª y a muchos mexicanos, lo mejor de s¨ª misma.
Mi pa¨ªs le abri¨® los brazos a la Espa?a peregrina que en M¨¦xico encontr¨® refugio para resta?ar las heridas de una guerra dolorosa. La emigraci¨®n espa?ola comparti¨® con nosotros algunos de los frutos m¨¢s brillantes del arte, de la poes¨ªa, de la m¨²sica, de la filosof¨ªa y del derecho modemos de Espa?a.
Muchos mexicanos somos lo que somos, y sin duda somos un poco mejores porque nos acercamos a esos peregrinos, y ellos nos ayudaron a ver mejor -Luis Bu?uel-, a pensar mejor -Jos¨¦ Gaos- a o¨ªr mejor -Adolfo Salazar-, a escribir mejor -Emilio Prados, Luis Cernuda- y a concebir mejor la uni¨®n de la lengua y de la justicia, de las palabras y los hechos.
A nadie le debo m¨¢s en este sentido que a mi viejo maestro don Manuel Pedroso, antiguo rector de la universidad de Sevilla, que para mi generaci¨®n en la universidad de M¨¦xico le dio identidad espa?ola al estudio del derecho internacional, actualizando entre nosotros la tradici¨®n de Su¨¢rez y Vitoria, y prepar¨¢ndonos para decir y defender en el continente americano los.principios del derecho de gentes: no intervenci¨®n, autodeterminaci¨®n, soluci¨®n pac¨ªfica de controversias, convivencia de sistemas.
Estoy seguro de que a ¨¦l le gustar¨ªa saber que lo recuerdo hoy, aqu¨ª, en otra gran universidad, la de Alcal¨¢ de Henares, y en presencia suya, se?or, pues nadie como usted ha hecho tanto para cerrar las heridas hist¨®ricas, y devolvemos, ¨ªntegra y generosa, a nuestra Espa?a, y nadie m¨¢s que su majestad la Reina ha estado tan atenta al cultivo de la relaci¨®n diaria, humana, gentilis¨ªma, entre nuestras dos patrias, Espa?a y M¨¦xico.
Gracias, entonces, por darle a mi pasaporte mexicano y manchego el sello de vuestra calidad espiritual.
Ahora abro el pasaporte y leo:
Profesi¨®n: escritor, es decir, escudero de Don Quijote.
Y lengua: espa?ola, no lengua del imperio, sino lengua de la imaginaci¨®n, del amor y de la justicia: lengua de Cervantes, lengua de Quijote.
Muchas. gracias.
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