Especuladores
ANTE NUESTROS ojos, silenciosamente, est¨¢ teniendo lugar una gigantesca redistribuci¨®n de fortunas. Cada d¨ªa nos encontramos con nuevos millonarios gracias a operaciones afortunadas en la bolsa o a lucrativas compraventas de edificios o terrenos. Al ritmo que van las cosas, pronto podremos contar con unos cuantos afortunados part¨ªcipes en el restringido grupo de supermillonarios del mundo, ¨¦mulos precoces del sult¨¢n de Brunei, de los jeques ¨¢rabes o de alg¨²n afortunado industrial norteamericano. Las fortunas en la bolsa se han realizado en buena medida gracias a la utilizaci¨®n abusiva de informaci¨®n privilegiada, legalmente permitida aqu¨ª, y al consiguiente despojo de los peque?os ahorradores. En cuanto a la especulaci¨®n inmobiliaria, el perverso mecanismo de la misma ha condenado a todos aquellos que deseen adquirir una vivienda a trabajar varios a?os gratuitamente para los especuladores. Curiosamente, la sociedad espa?ola tiende a consagrar como h¨¦roes a quienes se enriquecen de la noche a la ma?ana, quiz¨¢ porque en la mente de muchos se trata de una forma de hacer fortuna cuyo mecanismo se aproxima al de la loter¨ªa.Tal vez lo m¨¢s notable de este episodio es que se est¨¢ produciendo bajo un Gobierno socialista y ante la pasividad absoluta del mismo. La nueva ley del Mercado de Valores, a¨²n en proceso de discusi¨®n, llega tard¨ªamente a poner coto a los abusos que se cometen en la bolsa, mientras que los especuladores inmobiliarios campan por sus respetos desde hace varios a?os. La explicaci¨®n oficial de la fenomenal subida de los precios de las viviendas en las grandes ciudades consiste en echar la culpa a los ayuntamientos, a quienes se acusa de haber reducido la oferta de suelo urbanizable en un per¨ªodo de aumento de la demanda del mismo. El argumento, aunque cierto, s¨®lo explica parcialmente un problema cuya envergadura deber¨ªa preocupar algo m¨¢s a un Gobierno que, puntilloso y milim¨¦trico en lo referente a la redistribuci¨®n de las rentas, hace la vista gorda cuando se trata de la redistribuci¨®n de patrimonios. En cualquier caso, el color pol¨ªtico de los ayuntamientos de la mayor¨ªa de las grandes ciudades espa?olas es el mismo que el del Gobierno central.
La envergadura del proceso de redistribuci¨®n puesto en marcha por la especulaci¨®n urbana se pone claramente de relieve cuando se considera la situaci¨®n de los j¨®venes que quieren iniciar su vida fuera del hogar paterno: hace cinco a?os, el precio de una vivienda de proporciones modestas en una gran ciudad pod¨ªa representar entre tres y cuatro a?os de salario, mientras que hoy esta misma vivienda puede representar f¨¢cilmente siete u ocho a?os de trabajo. Dicho de otra manera, un matrimonio joven que comience a pagar hoy su vivienda tendr¨¢ que trabajar varios a?os gratuitamente para el especulador de turno. Se trata, obviamente, de supuestos medios, siempre discutibles; no lo es, sin embargo, el sentido general de este fen¨®meno y la evidencia de que los adquirentes de viviendas a partir de ahora van a tener que dedicar varios a?os de su vida a pagar el suplemento de coste impuesto por la especulaci¨®n.
Se trata de un problema grave enmascarado por la ilusi¨®n monetaria de una mayor¨ªa de propietarios de viviendas, que se creen m¨¢s ricos al ver progresar el precio de las mismas. Pero es una ilusi¨®n que va a costar cara a la mayor¨ªa de los ciudadanos de este pa¨ªs, que van a tener que pagar m¨¢s impuestos tras la revisi¨®n de los catastros. En cuanto a los j¨®venes, tendr¨¢n amplias y justificadas razones para poner en entredicho la herencia que van a recibir: primero, se les neg¨® el trabajo, y luego, m¨¢s tarde, cuando al fin han comenzado a crearse empleos, a menudo precarios, se encuentran con que se les niega el cobijo.
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