Dos heterodoxas
El mano a mano temerario entre Martirio y Roc¨ªo Jurado fue un gran espect¨¢culo, pero estuvo a punto de terminar como el rosario de la aurora por culpa del ingrato sonido, de la megalofon¨ªa. Cuando Martirio empez¨® a cantar, una bronca airada surgi¨® de los tendidos, pero el respetable no bramaba contra la tonadillera, sino contra los elementos. Claro que un artista, desde la soledad del escenario, escucha el bombardeo sin enterarse de qu¨¦ va la guerra. Por eso tiene m¨¢s m¨¦rito la dignidad con que Martirio aguant¨® la tempestad logrando al final salir muy airosa ante un toro caprichoso y un p¨²blico notablemente rociero.A Roc¨ªo Jurado, en cambio, el sonido consigui¨® sacarla de sus casillas y hubo un momento en que casi casi pierde los papeles. Llor¨® de impotencia y de rabia, increp¨®, bram¨®, y si llega a tener a mano al t¨¦cnico de sonido, hubi¨¦ramos presenciado un descuartizamiento. Pero no lleg¨® la sangre al r¨ªo. Hubo ovaciones para las dos artistas, y la gente sali¨® con el convencimiento de que, en cuanto a heterodoxia, tanto monta, monta tanto, Martirio como Jurado.
Martirio y Roc¨ªo Jurado
Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, 8 de mayo.
Inteligencia
Sobre el papel, Martirio lo ten¨ªa muy dif¨ªcil. El Palacio de los Deportes estaba abarrotado de un p¨²blico que hab¨ªa ido sobre todo a ver a la Jurado. Hay que decir que los seguidores de Roc¨ªo Jurado, una vez solucionados los problemas ac¨²sticos, escucharon a Martirio con atenci¨®n y con respeto. Pero es que la Martirio .plante¨® su actuaci¨®n con inteligencia y con mucha mano izquierda. Ella es una infiltrada del rock en la tonadilla, o viceversa. En algunos momentos tuvo la osad¨ªa de fascinar a los perplejos devotos de la Jurado cantando con arreglo a los c¨¢nones de la m¨¢s rigurosa ortodoxia.Acompa?ada por el excelente guitarrista Rafael Riqueni, se marc¨® una versi¨®n bell¨ªsima de Ojos verdes, el famoso tema de Valverde, Le¨®n y Quiroga. Tambi¨¦n homenaje¨® a Miguel de Molina con Te lo digo yo, y lo hizo con mucho poder¨ªo, lo cual no obsta para que a continuaci¨®n se pusiera a saltar como una cabritilla para dar paso al Patapalo, de Quico Veneno. Quiso dejar claro que se mueve con la misma desenvoltura en el rock que en la copla, que se puede querer a los dos a la vez y no estar loco. Su peineta era en esta ocasi¨®n la plaza de toros de Las Ventas. Recibi¨® al astado a portagayola.
Roc¨ªo Jurado tiene una entrada de escenario que quita el sentido. Envuelta en barroco lame hizo el pase¨ªllo erguida como una diosa y marcando perfil. Sali¨® dispuesta a todo, como una leona. Y lo hizo todo, hasta cantar en ingl¨¦s nada menos que F¨¦elings.
Tambi¨¦n dedic¨® una canci¨®n a la Pantoja, La mujer que ama a un torero, y en los tendidos cund¨ªa el desasosiego. Logr¨® poner al p¨²blico en pie cuando, acompa?ada por un guitarrista y tres palmeros, cant¨® unos fandangos que fueron de lo mejor de la noche. Pero Roc¨ªo Jurado est¨¢ ¨²ltimamente afectada por lo que podr¨ªamos llamar el s¨ªndrome de Miami, que hace cometer dislates est¨¦ticos a quienes lo padecen. Su tendencia a la desmesura y a esgrimir discursos entre canci¨®n y canci¨®n provoca serias fisuras en el espect¨¢culo. Roc¨ªo est¨¢ espl¨¦ndida de voz y de arte, pero puede que la ambici¨®n y Miami cieguen sus ojos, porque una cosa es el poder¨ªo y otra la omnipotencia.
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