Ped¨ªrselo a Sciascia
Habr¨ªa que pedirle a Leonardo Sciascia que escribiera algo sobre el caso el Nani. Un detenido desaparecido, polic¨ªas convertidos en reos, un procedimiento tan largo y con tantas dificultades, son los datos de partida donde ¨¦l desarrollar¨ªa la finura de sus an¨¢lisis, para subrayar los efectos pirandellianos que se dan en esta historia. Entre ¨¦stos sobresalen varios ejemplos de doble personalidad, con actores que huyen de su personaje y personajes que ejercen de su contrario, en medio de toda una recreaci¨®n de versiones parciales girando en torno a la verdadera, que nadie se atreve a contar.En primer t¨¦rmino est¨¢n los acusados, que estrenan esta nueva condici¨®n en sus vidas despu¨¦s de dedicarlas durante a?os a la funci¨®n de acusar; lo hac¨ªan, seg¨²n parece, de un modo tan incontrolado que ahora disimulan mal los resabios de su antiguo papel cada vez que toman la palabra. Sin embargo, el texto de sus intervenciones se ajusta perfectamente a lo que se espera de un habitual del banquillo: respuestas en negativa est¨®lida, incapacidad de ofrecer una explicaci¨®n coherente como alternativa, constante apelaci¨®n a requisitos procesalistas y, sobre todo, una compartida fidelidad a la llamada ley del silencio. Esta fidelidad alcanzar¨ªa tambi¨¦n en horizontal y en vertical, como es habitual en el milieu, a otros compa?eros suyos que saben toda la verdad.
Como contraste se dibuja el perfil ¨¦pico de ?ngel Manzano encarnando la figura del forajido que se entrega para dar testimonio doblemente valioso: por su relato de los hechos y por la grandeza de su condici¨®n personal. Delincuente transformado en defensor de la justicia frente a sus custodios, su ejemplo de valent¨ªa y sacrificio deber¨ªa alentar la entrada en escena de alg¨²n personaje desconocido, de los que estaban de servicio en el caser¨®n de Sol aquel 12 de noviembre en que hubo tantos gritos y tanto ajetreo.
Al mismo tiempo, las declaraciones que se van produciendo en las sesiones del proceso provocan un alarde de menosprecio en los defensores. Sus preguntas no se refieren a los hechos, sino a la personalidad y al car¨¢cter de cada testigo, en un intento indignado de desautorizar ese cambio a papeles acusadores por parte de unos familiares, un delincuente, un sopl¨®n...
La figura de Venero tiene el atractivo de los personajes cl¨¢sicos de la literatura. Es el delator de todos los tiempos. En cuanto tal, trabajaba para las dos partes y no era de ninguna. Y como todos los esp¨ªas que llegan a contarlo, empez¨® informando a unos para vivir de ello y ahora los denuncia para poder sobrevivir. Su tono de voz, despu¨¦s de tantas confidencias, es ya f¨ªsicamente incapaz de levantarse por encima del susurro y con sus gestos nos dice siempre que ¨¦l en realidad no est¨¢ con nadie. No estaba antes con los que serv¨ªa ni est¨¢ ahora contra ellos; simplemente, no le queda m¨¢s remedio.
En su careo con el comisario Fern¨¢ndez ?lvarez restallaba el desprecio que el polic¨ªa lanzaba a la cara del chivato. Pero est¨¢ claro que su despecho y contrariedad se dirig¨ªan a esa mitad policial que Venero, como todos los confidentes, hab¨ªa tenido. Fern¨¢ndez ?lvarez aborrece del traidor en la medida en que es algo suyo y en las expresiones despectivas del polic¨ªa hay algo de autorreproche, de nostalgia de detective torpe por el trabajo simple del say¨®n. Al leer sus palabras y conocer su actitud en ese careo, cierta desaz¨®n habr¨¢ sacudido a muchos de sus compa?eros, que inician todos los d¨ªas su tarea desde el aporte secreto de una informaci¨®n comprada con lo que nadie sabe.
R¨¦plicas
Las r¨¦plicas escuchadas durante el juicio se hacen estent¨®reas por el silencio de otros ¨¢mbitos. Resulta irritante que la informaci¨®n de que disponemos sobre el caso sea tan exclusivamente forense. ?Todo el problema se reduce a dilucidar si el presidente del tribunal podr¨¢ seguir actuando o no despu¨¦s del d¨ªa de su jubilaci¨®n? La clase pol¨ªtica guarda un mutismo casi absoluto. ?ste es otro personaje colectivo del drama, tambi¨¦n en busca de su identidad, m¨¢s pat¨¦tico que los que suben a los estrados de la audiencia. Silencio del Gobierno: silencio de su partido en todas las corrientes, de su sindicato y de sus personalidades. Esperemos a que se conozca la sentencia para ver si alguien sale a escena a decir algo.
Y luego est¨¢ la llamada oposici¨®n, en su antiguo e inquebrantable aval de toda intervenci¨®n policial, sea cual fuere (y mientras no sea la de sus tel¨¦fonos). Realmente, ¨¦sta es de esas cuestiones l¨ªmite que brindan una oportunidad hist¨®rica para demostrar un cierto talante acorde con los tiempos. Mientras la derecha no sea capaz de condenar sin paliativos episodios como ¨¦ste y pedir explicaciones al Gobierno, sus perspectivas pol¨ªticas no son homologables.
Finalmente, sobre todo, inconmensurable e indefinible, se yergue el personaje central, que por su ausencia inexplicada se hace presencia obsesiva en las mentes de los dem¨¢s. El derecho, tan pr¨®digo en calificativos, no ofrece una descripci¨®n c¨®moda para su caso: ni detenido ni libre, ni aqu¨ª ni all¨ª, ni muerto ni vivo. Ning¨²n portavoz osar¨¢ citar su nombre m¨¢s, porque cualquier predicado que a?ada ser¨¢ siempre mentir.
?Pobre Corella! En aquella noche de noviembre estar¨ªa muy lejos de imaginarse que sus sufrimientos le iban a traer la venganza p¨®stuma de poner a tanta gente fuera de s¨ª, es decir, fuera de su sitio.
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