Un proyecto ¨¦tico
La concesi¨®n del premio Pr¨ªncipe de Asturias de las Artes a Jorge Oteiza se inserta dentro de un m¨¢s amplio contexto reciente de reconocimiento y revisi¨®n de la figura y aportaci¨®n del gran escultor vasco, contexto en el que cabe englobar otros galardones ilustres como el premio Euskadi del 84 y la medalla a las Bellas Artes del 85, pero tambi¨¦n, y de modo principal, la excelente exposici¨®n retrospectiva organizada por la Fundaci¨®n Caja de Pensiones, presentada en Madrid, exhibida actualmente en el Museo de Bilbao y que concluir¨¢ su recorrido en Barcelona.Oteiza se sit¨²a, sin discusi¨®n, entre los nombres mayores del arte espa?ol de nuestro tiempo, tanto por su innovadora y radical aportaci¨®n escult¨®rica como por ese proyecto ¨¦tico que la engloba y la prolonga, m¨¢s all¨¢ de su conclusi¨®n, en el papel del artista como Int¨¦rprete y dinamizador de una identidad cultural y antropol¨®gica. M¨¢s si ese lugar principal y singular de Oteiza en nuestro panorama art¨ªstico contempor¨¢neo viene siendo, a trav¨¦s de numerosas voces, reconocido de largo, no es menos cierta la afirmaci¨®n del escultor Txomin Badiola, comisario de la citada muestra, en un texto del cat¨¢logo: "Oteiza es una persona oscurecida por su propio mito". Es pues de desear que ese contexto de atenci¨®n focalizado hoy en la figura de Oteiza tienda a perfilar en su dimensi¨®n y alcance reales al artista y su proyecto, por encima del mito.
La misma peculiaridad de la trayectoria de Oteiza, y las circunstancias en la que ¨¦sta se ha enmarcado, han contribuido decisivamente a levantar la pantalla de ese mito que ha tendido a eclipsar la realidad del artista y de su aportaci¨®n. Habiendo recibido, en 1957, el Premio Internacional de Escultura en la IV Bienal de Sao Paulo, una edici¨®n en la que ser¨ªan igualmente galardonados Morandi y Ben Nicholson, Oteiza abandona la pr¨¢ctica de la escultura dos a?os m¨¢s tarde, por considerar que hab¨ªa llevado hasta sus l¨ªmites l¨®gicos la tarea de investigaci¨®n que hab¨ªa asumido dentro de las coordenadas del movimiento moderno, y entendiendo que toda prolongaci¨®n de la pr¨¢ctica escult¨®rica no ser¨ªa desde ese punto sino reiteraci¨®n y explotaci¨®n del ¨¦xito.
Dispersi¨®n
Junto a ese punto final, otras circunstancias han contribuido, -junto a la propia resistencia del artista a una rentabilizaci¨®n p¨²blica de su pasado en detrimento de su presente activo en otros ¨¢mbitos de creatividad- a desdibujar la imagen del Oteiza escultor. En ello juegan tanto la dispersi¨®n de la obra, apenas reflejada en el mis¨¦rrimo panorama de nuestras colecciones p¨²blicas, como lo que cabr¨ªa definir como su propia escasez intr¨ªnseca.
Hasta ahora, de alg¨²n modo, casi todos admir¨¢bamos al escultor sin haberle de hecho visto realmente sino de forma muy fragmentaria, con una fe m¨¢s deudora de la leyenda que del conocimiento efectivo. Por su propia significaci¨®n, pero tambi¨¦n porque asistimos a un momento de plena eclosi¨®n de un frente de nuevos escultores vascos directamente deudores de Oteiza, de su ejemplo te¨®rico y ¨¦tico antes que formal, este reconocimiento y reencuentro con el gran artista vasco, era, de todo punto, obligado. Obligado y oportuno en el tiempo.
Como sin duda el mismo Oteiza concibe, ese reencuentro con su escultura desde el presente obliga a una perspectiva m¨¢s amplia que hace indivisible al escultor del proyecto de un artista que extiende su campo de reflexi¨®n al conjunto de toda una sociedad. Y lo que hoy se premia es, obviamente, esa identidad global, no una exploraci¨®n escult¨®rica que se cierra en el pasado sino una rigurosa y ejemplar aventura de creaci¨®n que permanece, abierta y activa, hasta el presente.
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