Mirko Gjurkovecki
La presencia testimonial de un yugoslavo en la Internacional Socialista
A sus 68 a?os, Mirko Gjurkovecki, dirigente del partido socialista yugoslavo en el exilio, considera que su lugar favorito de vacaciones es un ,monasterio que todos los a?os visita, el monte Athos, en Grecia, donde est¨¢ prohibido el acceso a las mujeres. Su convicci¨®n, dice con humor, "es fruto de una larga vida llena de experiencias". Luch¨® junto al mariscal Tito durante la II Guerra Mundial, pero, vuelta la paz, fue expulsado del Ej¨¦rcito y huy¨® de su pa¨ªs. Entre los pa¨ªses donde ha residido figura Espa?a, adonde esta semana ha vuelto para participar en la Internacional Socialista.
Mirkei Gjurkovecki fue piloto militar en los tiempos de la vieja Yugoslavia. Tras la invasi¨®n nazi de su pa¨ªs, durante la II Guerra Mundial, luch¨® con el grado de teniente coronel junto a Tito. "Todos esper¨¢bamos que al final de la guerra se establecer¨ªa una Yugoslavia democr¨¢tica, pero Tito nos enga?¨® a todos, incluso a Winston Churchill", explica en un correcto espa?ol. Cuando le pidieron que, para seguir en el Ej¨¦rcito, se afiliara al partido comunista, Mirko se neg¨®. "Yo proced¨ªa de una familia de tradici¨®n socialista que nada tiene que ver con el comunismo", explica.Su negativa le cost¨® la expulsi¨®n del Ej¨¦rcito. S¨®lo consigui¨® hallar trabajo como ch¨®fer de una apisonadora. Empez¨® a madurar planes de fuga. El primer intento, en un barco velero junto a un amigo abogado, fracas¨® por culpa de una tormenta. A la segunda, en 1954, fue la vencida, al cruzar a nado, de noche, el r¨ªo Mura hacia Austria. "Entonces era joven y estaba en forma", explica con cierto toque de coqueter¨ªa.
Vivi¨® varios a?os de su exilio en Suecia. Pero en 1975 fue de vacaciones a las islas Canarias. "Eso fue demasiado para m¨ª, yo soy mediterr¨¢neo y me encontr¨¦ de nuevo como en mi propia casa", cuenta el anciano. Y una noche, en una fiesta "para turistas" en un local del valle de La Orotava, conoci¨® al p¨¢rroco de Aguamansa, un pueblo tinerfe?o. "Empezamos a charlar entre copa y copa de buen vino; inmediatamente supe, a pesar de que no siempre est¨¢bamos de acuerdo en todo, que hab¨ªa encontrado un amigo para toda la vida". Al final de la noche, Mirko sell¨® el brindis con una firme decisi¨®n: "Yo me quedo aqu¨ª". Y puesto que proced¨ªa de familia campesina, arrend¨® una finca y se dedic¨® al cultivo, que luego se demostr¨® muy rentable, de fresas en sierra -"para los postres de los turistas"- y flores.
A pesar de que, como le gusta repetir, "Suecia, pa¨ªs fr¨ªo, gente fr¨ªa", en Canarias cay¨® en la tentaci¨®n y se cas¨®, en segundas nupcias, con una residente sueca, de la que luego tambi¨¦n volvi¨® a separarse: "Las mujeres son terribles, y ella era guapa, joven, viuda y rica; ?qu¨¦ m¨¢s necesita uno para ceder a la tentaci¨®n?", afirma con una carcajada d¨ªscola.
Sus mejores recuerdos de sus 10 a?os en Espa?a, sin embargo, son para su amigo el cura, al que ayud¨® a reconstruir la iglesia del pueblo, y para un loro que cri¨® ¨¦l mismo.
Nunca ha vuelto a Yugoslavia, "por miedo" y por estar "al pie del ca?¨®n para impedir que los comunistas logren, como desear¨ªan, un lugar en la Internacional Socialista". Cree que tras la muerte de Tito, en 1980, las cosas han empeorado en su pa¨ªs, porque "no hay nada peor para una dictadura que el ser blanda". Pero es optimista, y ha fijado su residencia en Austria, "lo m¨¢s cerca posible de casa, por lo que pueda ocurrir".
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