Adi¨®s, locura
La reforma psiqui¨¢trica del sur de Madrid, un avance en la reinserci¨®n social de los enfermos
Concha, una sesentona amable y vestida con esmero, sirve caf¨¦ a los visitantes en el piso que ocupa en Legan¨¦s, ciudad dormitorio pr¨®xima a Madrid. Tere, de la misma edad, observa la escena o se levanta para ayudarla. Podr¨ªan ser dos simples pensionistas, pero hasta hace un a?o viv¨ªan en el hospital psiqui¨¢trico de Legan¨¦s, donde han pasado entre las dos 77 a?os. La experiencia de los pisos protegidos es s¨®lo una vertiente de la reforma de la asistencia psiqui¨¢trica que el Servicio de Salud Mental de Legan¨¦s aplica en una zona del sur de Madrid desde hace poco m¨¢s de dos a?os.
Concha, Tere y su compa?era Carmen, de 45 a?os, aprendieron a lo largo de seis meses, antes de instalarse all¨ª, cosas tan sencillas como comprar, cocinar, poner una lavadora, utilizar las llaves, coger un autob¨²s, sacar una entrada para el cine, cuidar su salud y sus tratamientos m¨¦dicos, y hasta la capacidad de conversar. Ahora viven desde hace otros, seis en un piso protegido de Zarzaquemada, uno de los cinco que funcionan ya en el ¨¢rea sanitaria que abarca los municipios de M¨®stoles, Alcorc¨®n, Legan¨¦s, Fuenlabrada, Getafe, Parla, Pinto y Gri?¨®n, y en la que viven cerca de un mill¨®n de personas.Concha lleg¨® al manicomio a los 17 a?os, "con calcetines"; por tanto, ha permanecido all¨ª durante 44. Nacida en el barrio madrile?o de Lavapi¨¦s, tiene de familia dos sobrinos a los que apenas ve. Tere, natural de Huete (Cuenca), fue llevada a los 26 a Legan¨¦s y se qued¨® all¨ª otros 34. "Me pon¨ªa tonta", dice Tere para definir la enfermedad que sufr¨ªa. En todos esos a?os, s¨®lo ha vuelto a su pueblo dos veces.
Nada en estas mujeres recuerda la enfermedad mental. Hacen una vida normal y se relacionan con los dem¨¢s, gastan bromas y saben c¨®mo cuidarse a s¨ª mismas, a la casa y a sus compa?eras. S¨®lo un detalle revela, de pronto, el desvalimiento de su situaci¨®n anterior. Una bombilla fundida les parece un problema insuperable, que exige "alguien que venga a arreglarla", y no simplemente el cambio de l¨¢mpara.
Muy cerca de este piso est¨¢ el de los hombres, que ech¨® a andar en agosto pasado. All¨ª no habr¨¢ nunca el problema de la bombilla, porque para eso est¨¢ Mariano, de 61 a?os, al que en el el reparto de funciones ha tocado la de "jefe de mantenimiento", aunque tambi¨¦n lleva la contabilidad de la min¨²scula comuna y su parte correspondiente de las faenas caseras diarias.
Mariano tiene dos compa?eros: Pedro, de 64 a?os, que ha pasado 33 recluido, y Alfredo, de 45, internado a los 17. Pedro, que es el responsable de la limpieza y tesorero, tiene un mal d¨ªa hoy, quiz¨¢ porque la visita de la periodista revuelve sus recuerdos, y al principio dice que no quiere hablar. "Es una vida muy amarga la que lleva uno", dice por fin, "pero me s¨¦ sobreponer". Sus compa?eros hacen gestos que significan que hoy Pedro no est¨¢ bien -?qui¨¦n lo est¨¢ con 18 voces hablando a la vez dentro de su cabeza?-, pero que luego se le pasa, y para corroborarlo recuerdan que en el Psiqui¨¢trico era el relaciones p¨²blicas y lleg¨®, a hacerse imprescindible.
Alfredo, el m¨¢s joven, pelo casi completamente blanco y gestos t¨ªmidos, fue llevado a Legan¨¦s porque estaba "mal de los nervios", cuando s¨®lo ten¨ªa 17 a?os, y ha pasado all¨ª los 28 restantes.
Alfredo tem¨ªa la vida en el piso porque no sab¨ªa "c¨®mo desenvolverse con los vecinos"; sin embargo, ¨¦se es uno de los aspectos que ha resultado m¨¢s f¨¢cil. Los vecinos se quedaron agradablemente sorprendidos por lo bien que los tres hombres limpiaban la escalera por turnos y por su sentido de la responsabilidad.
Piso protegido
El piso protegido es el punto de partida para el inicio de su nueva vida social, pero es a la vez el final de toda una etapa anterior. Antes de llegar all¨ª, el personal del Servicio de Salud Mental se ha pasado unos seis meses entren¨¢ndoles, organizando la infraestructura y gestionando las pensiones u otro tipo de ingresos que, junto con una ayuda institucional, variable seg¨²n los casos, har¨¢n posible la financiaci¨®n.
Despu¨¦s, durante todo el tiempo necesario, habr¨¢ un seguimiento de esa reinserci¨®n social y de la rehabilitaci¨®n, incluido el aspecto m¨¦dico, que corresponde a los psiquiatras de los centros de salud mental de los respectivos municipios.
Tras esta experiencia concreta est¨¢ una filosof¨ªa que se podr¨ªa definir como de deshospitalizaci¨®n de la enfermedad y de los enfermos; ello implica, por un lado, la desaparici¨®n progresiva de los manicomios tradicionales, que se sustituyen por otras alternativas, y, por otro, el tratamiento de los trastornos psiqui¨¢tricos a trav¨¦s de unos servicios de salud mental en la comunidad.
Dentro de este modelo ya no cabe el gran manicomio-almac¨¦n, sino otras soluciones: residencias asistidas para los muy ancianos o para d¨¦biles mentales; unidades de hospitalizaci¨®n breve para casos agudos y unidades de rehabilitaci¨®n, donde residen el resto de los enfermos, que participan en los diferentes programas de recuperaci¨®n.
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